Fui a la casa
de mi primo a relajarme un poco del tósigo que me servían en la mía. Ayatola
Duránd empapado de sudor no soltó las mancuernas para responder el saludo pero
me hizo una venia y dijo : El truco del fisiculturismo no es que tenga más libras
las mancuernas, en este caso ,sino en hacer la rutina a diario. Agregó con
cierta alusión: No me explico como una esposa pueda tener gusto
salir a pasear con su marido que es
obeso y jadea y transpira a chorros Dirigiéndose, ahora sí, a mí, agregó: Es bueno hacer pesas, primo, para que la camisa de moda te quede bien y
no te revienten los botones.
Viéndome taciturno intuyó: Parece mentira, pero las
preocupaciones se eliminan haciendo pesas, por los poros se deriva el sudor y con ella la migraña de la
preocupación.
Lo vi ágil de pierna, bíceps formidables, cuello robusto
cuando, ex profeso , para que se le note
más empuñó las manos a la altura del vientre bajo y los deltoides
y la coraza del pecho se le hincharon mostrando sus venillas en toda
extensión.
Práctica, me repitió Ayatola Duránd, para qué nadie se sobrepase con los
tuyos y le pongas el alto, en la calle no falta los pendejos
¿Damos una pulseada? propuso Ayatola y se puso en guardia sobre la mesa
mostrando el brazo para echar el pulso pero no quise enfrentarle, era yo su
primo mayor. Recordé cuando era Ayatolita, adolecente enclenque, un día le noté caminar por la calle un poco afeminado y le
carajeé, Camina como hombre, le dije, y
Ayatolita se azoró. Ahora era hombre, bien hombre y me retaba. Se quiere
vengar, pensé y dijé disculpándome y mintiendo: Acabo de almorzar no puedo
hacer fuerza, otro día será. Pero vi en su
sonrisa cachacienta sabía que
su primo mayor se había chupado.
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