miércoles, 9 de abril de 2014

Desamor alimón

Gabriel Sotomarino antes de llegar a su casa desde el paradero de llegada había cuatro cuadras  largas. Se le había hecho manía noctámbula  en ese trayecto espulgar su suerte. Caminaba lento para que cupiese en las cuatro cuadras  analizar el acíbar diario de su vida. Cada día tomaba un tópico diferente de su relación matrimonial y toda la temática  tenían el mismo cariz de fondo oscuro. Se había acostumbrado que esos diez minutos que empleaba en caminar era el preludio de un encuentro forzoso con su mujer y  la impregnación, una vez más, recibir el desprecio de ella. Varias veces, a lo lejos, ella le veía llegar, ya sea porque estaba regando el jardín en la frontera de la casa o porque estaba de compras en la bodega vecina, entonces, exprofeso dejaba lo  que hacía o se apuraba  para ganar la puerta y cerrarla con cerrojo.
Otra mujer –pensó Gabriel- me esperaría, me daría un beso que me contentaría, que aliviaría mi fatiga. Recogido  en su cuarto, Gabriel,  luego, de tocar varias veces la puerta y alguno de sus hijos por conmiseración le abría subía a su cuarto con el amargor a flor . Esto ya no lo soporto, dijo para sí.  Aparte de los malos tratos que me da me acabo de enterar, recordó, y maquinalmente  escribió en un cuaderno de colegio de 50 hojas, por una amiga, me acabo de enterar que la vio a mi mujer con otro hombre en una fiesta. Me dio tal seguridad que dudo sea  invento.
< La vi, la vi, dijo Solina {y así Gabriel escribió en su cuaderno} la vi  en el recreo Tagore. Estaba con su pantalón amarillo, un polo a rayas ¡cómo no lo voy a conocer si la semana pasada me puso el alto una cuadra antes de tu trabajo cuando yo iba a cobrarte de la mercadería que me debes! ¡Cómo me voy ha confundir si, luego, al dila siguiente -yo no te dije nada, me irías a impedir conversar con tu mujer- conversamos largamente  dos horas  en una cita que habíamos pactado y la hice comprender que entre tu y yo no había nada serio, que todo era un amistad comercial debido a que hace años nos conocemos y lo mantenemos. 
Gabriel Sotomarino había escrito  algunas hojas de un cuaderno este manojo de juncos ásperos que le rayaban el alma  pero no contó que esas hojas, fantasma de letra y palabras cayó en manos de Alania que en su ausencia  la leyó y escribió al final del conjunto un  agregado de su puño y letra dirigido a Gabriel y el cuaderno puesto en la almohada como quita sueño, y decía así:
< ¡Con que clase de placera e ignorante te metes! ¡Cómo dejas que una mequetrefe con mentalidad reducida te influya y tú te dejes sobornar! ¡Si yo hubiera estado en tu lugar no me inclinaría a tener ese mal gusto, tan deprimente! Por una mujer de esa calaña no me agacharía  la cabeza,  guarapera, que tienes por amante!
< Ahora sé que tú no me conoces y nunca te preocupaste por conocerme. Me doy cuenta que esa mujeres baratas como la en cuestión, sin atributo físico ni muestra alguna de cultura en su hablar sino que es una hipócrita tremenda (aquellas mujeres que gesticulan mucho las comisuras de la boca son  mentirosas); que solo sabe hacer dinero ¡sabe dios con que recursos consigue mejores precios en la compra y cómo engatusa a sus clientes! ¡A esa le haces caso, a esa le crees! Francamente, Gabriel, me das mucha pena. Te creía con un criterio más amplio, te  daba valor   y estaba orgullosa de haberme casado con una persona superior a mí.
  < ¡Pero, que error! ¡No sabes cuánto te odio a tí y a esa mujer que te cuenta que me vio en tal recreo con otro! ¡Veo el veneno que hay en sus palabras! ¡Espero que no te arrepientas nunca del paso que estas dando! ¡Hasta tu familia se atreve a dudar de mí! Me gustaría que   te hubiese enterado por tu propia iniciativa y no dejarte influenciar por esa que te cuenta infamias.
<¡Pero… no sabes cuánto  me arrepiente no haberte engañado! ¡Cuantas veces tuve  oportunidad  por otro más guapo, con más dinero y todo lo mejor, además tenía al escoger! Si no lo hice fue por mis hijos [esta parte está subrayado dos veces] No cedí a esos ruegos por mis hijos, por ti, no, tú no vales la pena. Antes, mucho antes te admiraba, eras el mejor hombre para mis jóvenes años pero con el tiempo me di cuenta de tus debilidades, hasta esto último en que crees a otra persona antes que a mí. Ahora me doy cuenta que siempre fue así. Creíste en tu madre, en tu hermana, en Solina. Pero no tienes que amargarte  por mí. Vive la vida, gózala, trata de ser feliz. En el mundo todavía queda gente leal. Seguramente hay  chicas y bonitas e inteligentes que tú deberías escoger. Como lo recomendaron tus padres antes que te casaras conmigo. Y lo noté desde el primer día que pisé tu casa que yo no era santa de su devoción. O, pídele a tu mamá que tanto te defiende y lava la cabeza que te busque una mujer así, y sé feliz ¡Pero no como esa porquería de Solina!
<¿Tú no te diste cuenta de mi silencio? ¿De mi brusquedad al tratarte? Era porque tú siempre te escondías en tu cuarto o salías a la calle  cuando discutíamos y con eso solucionabas todo. Pero saqué fuerza de flaqueza y me decidí a  liberar esa serpiente  que me roía interiormente

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