Un sacerdote de la congregación de Santa Clara era aficionado
a la pesca de camarones en el río Rímac, en época que sus aguas tenían un variado ecosistemas (y no como hoy, sucias).
El cura iba al
río solo por las noches para evitar que la gente lo viera y se burlara de él.
En una de sus ocasionales salidas, el religioso resbala y cae sobre una piedra
puntiaguda que le cercena la cabeza.
La gente de la
Lima de antaño aseguraba que desde ese día, cerca a la ribera
(y hasta hoy por la calle Amazonas, Parque La Muralla, jirón Lampa, alrededor de convento San Francisco)
se podía ver un espectro,algunas noches, que caminaba arrastrando los pies, con
las manos cruzadas sobre el estómago y ladeando el cuerpo de un lado a otro
como buscando su cabeza perdida.
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