Renato Cisneros cuenta su relación con su madre a propósito de una
visita a su casa en que ambos, solos, disfrutan de un almuerzo y confidencias:
“…Cuando el nivel del vino ha descendido casi a la
mitad, los temas mejoran considerablemente. De repente hablamos del pasado. Ya
no como madre e hijo, sino como dos amigos que
se hubieran conocido 37 años atrás. Esto es lo que más disfruto de los almuerzos a solas con ella: son citas
en la que puedo ingresar a compartimentos sentimentales donde revolotean sus
historias menos ventiladas. En los almuerzos grupales no surgiría jamás esta
privacidad que da pie a las confesiones. Así, mientras cuenta pasajes sobre los
que no recuerdo haberla oído hablar nunca antes, pasajes de la época que no era mi madre sino una chica joven con
sueños y miedos y fractura y prejuicios, de pronto el vinculo entre ambos muta,
se transforma, evoluciona. Cuando tu madre te habla como mujer, sin capas de
ternura umbilical, sin un rol, sin medirse, sin protegerte, haciéndote notario
de secretos espontáneos, la relación entre ambos cambia para siempre. Ya nunca
más serás solamente su hijo. Serás su confidente, el que sabe más sobre sus
debilidades, sus errores, sus sueños acallados, sus malas decisiones, sus momentos de luchas, de orgullo, de triunfo, de vergüenza.
Una vez que eso sucede es imposible retroceder y verla únicamente como madre, esa
mirada se anuló. Ahora son cómplices,
adultos y el futuro el peso de lo hablado habrá que cargarlo entre los dos…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario