Tres hombres de campo reunidos hacen una fogata para espantar el frio en el canto del pueblo de tal forma que el
frío no malogre la pronta cosecha de una pequeña huerta. Están en Pausa, Ayacucho. Se le acerca un hombre a
caballo a quién no conocen, moreno, al sonreír le refulge un par de dientes de oro.
Este dice: Voy a Cora Cora. No conozco bien el camino ¿Alguien me puede acompañar?
Le pagaré como un jornal.
Está cayendo la tarde, los tres vecinos le dicen que
el camino es bueno y puede ir solo pero le sugieren que se quede en Pausa porque pronto
va anochecer y que mañana temprano puede reanudar,
incluso-repiten- solo. Acepta el foráneo
cuando uno de los presentes le ofrece su
casa para pernoctar.
Luego, con el brío de la lumbre, sentados, alrededor de la fogata empiezan a parlar y es entretenida la
conversa y noticias que trae el foráneo. Pero por más que
tratan de adivinar los tres paisanos el dejo al hablar del extraño no pueden
descifrar de qué pueblo es. Con el ron y la fogata les calienta cuerpo y espíritu a los cuatro.
El ron hace ágil la lengua y el foráneo,
luego de hacer un pequeño mutis, aprieta su cinto y revela:
-El motivo por lo que voy a Cora Cora es, tengo un
mapa con una reseña de una pequeña
fortuna pero no conozco estos parajes, necesito ir a Cora Cora para buscar ayuda y hacer una pequeña excursión al lugar y ver que de cierto hay (En los
tiempo de la colonia, se sabe, era frecuente que españoles que explotaron las
minas de oro de Huancavelica, Abancay y
Huamanga por no dar parte al Virrey de
los hallazgos ocultaban ataditos de oro en algún paraje de la estepa serrana, confeccionaban un mapa con los nombres quechuas para regresar
por su cuenta en otro día pero en muchos casos, por diversos motivos, no
regresaron)
Y sobre las supuestas bondades del tesoro, el plano que vieron y tocaron, sobre su veracidad,
o no, transcurrió buena parte de la
noche hasta que cansado el cuerpo y elucubrado la mente por el licor fueron a la casa del
hospedero y se dispusieron a dormir.
Este anfitrión que proveyó la casa aprovecha que el
hombre de diente de oro dormía para quitarle el plano del tesoro. Por la mañana
el foráneo se va sin reparar en el plano y le acompañan, ahora,
los tres paisanos de la velada anterior
y le desean suerte y le indican el camino a seguir y le recomiendan
solamente no salir del camino real y llegará sin problema a Cora Cora.
Acto seguido los impacientes paisanos con el plano en su
poder acuerdan ir cuanto antes al paraje que conocen porque ellos saben el quechua.
Era un cueva un poco lejos del pueblo Entraron los tres, dos se perdieron y sus
cuerpos no fueron hallados y uno vivió para contarlo.
Se cree que el foráneo era el mismo diablo que salió
de la cueva, ahora llamada Cueva del Diablo, para tentar la codicia del hombre. Incluso, luego, fueron
otros vecinos de Pausa averiguar si algún foráneo había llegado con las nuevas
pero nadie dio razón.
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