Ricardo Palma en su tradición Los
tesoros de Catalina Huanca nos ha dejado la imagen mítica de una poderosa
cacica del valle de Huancayo, poseedora de una increíble riqueza que solía viajar a Lima en una litera de plata
acompañado por trescientos sirvientes. Era
hija del cacique Oto Apu Alaya y solía repartir su fortuna entre los ayllus
del valle del Mantaro, además de hacer costosas donaciónes religiosas en Lima:
los azulejos para la construcción de la iglesia San Francisco de Lima, para edificación del hospital Santa Ana, levantado en terrenos de su
propiedad.
Era tiempo del virrey marqués de Guadalcazar, 1725; y se preguntaba Palma si era acaso parte del tesoro de los incas.
Nunca se supo el origen de su fortuna.
Mucho después, un seguidor de la tradición de Palma
fue el general J. Alejandro Barco, integrante de la Junta de Gobierno de 1930, ministro
de Sánchez Cerro que aseguraba que Catalina Huanca era la última depositaria de
la fabulosa riqueza inca oculta en el cercano
cerro San Bartolomé, en lo que hoy seria
el Cerro El Agustino (donde estaba mi casa vieja)
Barco convenció al presidente de entonces para
declarar propiedades estatales los cerros de Zarate y El Agustino para excavar y rescatar los legendarios tesoros.
La búsqueda se realizó por varios meses sin resultado favorables
y todo terminó el 30 de abril de 1933
cuando Sánchez Cerro fue asesinado. Su sucesor Oscar Benavides no quiso saber más de leyendas ni de tesoros
ocultos.
(Doy testimonio
de Barco porque cuando era niño con mis amigos subíamos hasta las cuevas que
eran como ojos grandes en el antepecho
desnudo que daba a la av Chosica -hoy Nicolás Ayllón-. Hoy,
todas esas cuevas de exploración están tapadas con casas.)
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