sábado, 12 de abril de 2014

El atraco

Andrés Lisiarte cargaba dinero de más en el bolsillo, tal vez, para una aventura  inesperada que se le pudiera presentar en el camino. Ayer, sin embargo, le robaron cuando se apeaba del taxi y los ladrones le descosieron el pantalón desde la abertura del bolsillo hasta  la rodilla, cosa que acostumbran hacer los raterillos en esa zona de Lima con el fin de avergonzar a la víctima, y  descuajeringado  el pantalón es, generalmente, inútil que intente reaccionar y menos correr tras los rateros.
Lo dejaron tendido en el suelo.  Lo primero que hizo,  erguiste rápido pero no pensó en seguirles con el pantalón roto. Trató  despercudirse  del embarazo, cosa difícil ante la mirada de los transeúntes,(en este país el prójimo ante un atropello de esa manera  solo miran pero  no intervienen  en defender)
Después, es posible que un transeúnte se acerque y pregunta Cuanto te sacaron (puede ser que el primero que se acerca sea un encubierto de la gavilla que quiere saber el monto  aproximado para  que luego en la repartija no sea sorprendido por sus misma fajina) Pero Andrés no sabe exactamente si es o no compinche Da por insignificante la pérdida; piensa que así es menos embarazoso Casi nada, dice y el fisgón se va desalentado
diciendo Para otra vez ten cuidado.
Piensa  Andrés Lisiarte: Hay unos que ante un atropello así no le importa como le dejan el pantalón y reaccionan presto, aunque sin suerte,  sigue a los rateros provistos de una piedra que ha cogido al vuelo. Pero él no era así y reniega contra si mismo. Quisiera encontrarse en un lugar donde nadie le viera en ese estado. Algunas mujeres que venden ropa usada se ríen porque se le ve el calzoncillo percudido.
Estando en un lugar reservado, piensa Andrés Lisiarte,  trataría comprender el hecho: Es un suceso, diría,  hasta cierto punto normal en una sociedad en que se vive y, sobre todo, en el lugar donde se bajó del micro que tiene su fama, primera estación del tren eléctrico. Ha debido bajarse dos cuadras más e ingresar al emporio Gamarra, al menos ahí, hay serenos, aunque ello le significaría caminar un poco más. 
Un molientero le llama y le dice Tengo hilo, aguja y le invita sentarse
 en un banco para que cosa  su pantalón, si es que es de su parecer. Andrés accede y le da gracias por el gesto. Y se pone a cocer a puntadas largas. Me lo devuelve, dice, sarcástico, el molientero Aquí hay muchos que le pasan como a usted y necesitan aguja  e hilo
Andrés Lisiarte comprendió,  para que se le crispe los puños de rabia tenia que pasarle algo monumental,  solo tener el bolsillo roto  y unos billetes robados  no era  contundente; pero lo que le amargaba  era que le habían  escogido como punto.
Ya pasará... ya pasará esta desazón, dijo de mal humor.

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