Nacido en Tagsste, norte de África, en 354, Aurelio Agustín
fue educado cristianamente por su madre, Mónica, pero abandonó la religión al
frecuentar la escuela en Cartago, ciudad a la que se llamaba entonces la cloaca del mundo Estudió retórica,
matemáticas, filosofía y latín, y se entregó a los placeres lascivos que
ofrecía la ciudad. En sus Confesiones
revela sus sentimientos más íntimos: su lucha con el pecado, e incluso siendo
ya un obispo de edad madura, la tentación de ideas carnales que asaltaba su
mente.
Cuando cumplió 16 años, sus padres le aconsejaron que
tomara esposa, pero Agustín prefirió una concubina, con quien se trasladó a
Roma, para enseñar retórica. Esta mujer le dio un hijo a quien llama Adeodato (dado por Dios) y a
quien amaba tiernamente.Un día, en un jardín de Milán, Agustín oyó una voz que decía: Abre el libro y lee. Lo abrió al azar en las epístolas de San Pablo, leyó: Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras, no en amancebamiento y libertinaje, no en querellas y envidias; antes vestíos del Señor Jesucristo y no os deis a la carne para satisfacer sus concupiscencias
Esta experiencia mística fue la culminación de un largo periodo de dudas intelectuales e inseguridad espiritual, durante el cual Agustín había llegado a aceptar el dualismo maniqueo del bien y del mal y a asimilar profundamente el neoplatonismo de Plotino. Comprendió entonces que en el escepticismo intelectual no encontraría nunca la íntima paz a que aspiraba: el domingo de pascua del año 387 Agustín fue bautizado en unión de algunos amigos en la iglesia cristiana, tras lo cual regresaron a Tagaste para establecer una comunidad religiosa consagrada a la pobreza, al celibato, al estudio y a la oración, fundando así la orden monástica más antigua de Europa.
En un relato de la época se lo retrata así: bajo y delgado, de carácter excitable, sutil inteligencia y ardiente imaginación. Era muy sensible al frío y con frecuencia se quejaba de dolor en los pulmones.
En 391 el obispo de Hipona lo ordenó sacerdote para que le ayudara en el trabajo de la diócesis, cuatro años después la congregación, pese a las protestas de Agustín, lo eligió obispo, cargo en el que permaneció hasta su muerte, 35 años después
Como teólogo, Agustín dedicó toda su energía y elocuencia a combatir doctrinas tales como del donatismo y el pelagianismo Como filosofo escribía cada día una carta, formando un rico venero de ideas que comprende una gran variedad de asuntos como refutación del paganismo, historias, homilías, instrucción catequética y que aun siguen influyendo en la teología católica.
Enseñaba que el conocimiento se deduce, primeramente, por un proceso inductivo, partiendo de las percepciones sensoriales para llegar hasta las causas, y elevándose hacia una causa primera; en segundo lugar, por medio de estudio y analizando los procesos íntimos del yo . El verdadero conocimiento, cuya ausencia origina el mal, solo es posible cuando una luz divina alumbra el alma. Así como Plotino había sostenido que la trascendencia de dios ponía a éste fuera del alcance del pensamiento, Agustín mantenía que la razón humana, a pesar de sus limitaciones naturales, era inmenso capaz de intuir, si no de comprender, a dios.
Al primer hombre le fue concedido el libre albedrio, ósea la facultad de elegir entre el bien y el mal, más su fatídica elección se trasmitió de una a otra generación hasta que el pecado se volvió innato. Solo por la gracia divina podía alcanzar la libertad par reconocer la verdad, y solo por la intercesión de la iglesia podía salvarse. Agustín no se cansó nunca de repetir el precepto bíblico: creed para que podáis comprender, concepto que durante siglos constituyó un principio fundamental de la especulación filosófica.
Conmovido por el saqueo de Roma llevado a cabo por Alarico en 410 dc e indignado por la acusación de los paganos de que el cristianismo tenía la culpa por haber retirado su protección a los romanos los antiguos dioses, Agustín dedicó a los 13 años siguientes a escribir La Ciudad de Dios, su más famosa obra, para refutar la acusación Sostenía que la ciudad eterna había sido castigada, no por su nueva religión, sino por sus pecados. Haciendo un ensayo de filosofía de la historia, presentaba dos ciudades en luchas: la una, satánica, fundada por el diablo, entregada a los afanes terrenos y cuyos habitantes estaban condenados al tormento, y divina la otra, fundada por ángeles, morada de los que veneraban la única fe verdadera, destinados a reinar eternamente con dios. El conflicto conduce a través de la suprema voluntad de dios, al juicio final, donde la ciudad de dios alcanza la inmortalidad, en tanto que la ciudad terrenal es destruida.
Aunque gran parte de la filosofía de Agustín reflejaba la contradicción de la época, él fue el primer teólogo cristiano que pensó a la par política y éticamente. Señalando a la fe como único guía seguro para llegar a la razón, demostraba la posibilidad de salvar el abismo para llegar a la razón existente entre el reino de este mundo y reino celestial.
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