Cuando el tío despierta lo llama para bajar. Y olvidó el niño el billete de diez.
Y como tenía hambre no le pasé la voz y me lo guardé.
Bajé dos paraderos más, esquina Parinacochas y Unanue. Domingo por la mañana, las calles estaban vacías. Papeles y bolsas de celofán volaban a su capricho
Intranquilo por mi mal proceder estaba yo pero tenía hambre.
De pronto dos hombres de mal aspecto me cuadran
Se me abalanzan para robarme; cosa curiosa en mi sueño, un hombre se pone de espalda contra la mía, enlaza sus brazos a los míos y me levanta como si fuera un ejercicio de educación física.
Al volantearme me sacude y así vacía mis bolsillos: caen reales , llaves, el billete de diez, el USB.
Los hampones decepcionados –hay varios más al frente, en la otra vereda- desprecian la faena y el jefe ordena me dejen, y el balancín humano me bota como saco de papas al piso.
Me repongo, voy recogiendo mis monedas. En eso veo al mismo niño observar mi desventura.
Entonces, otra vez vienen por mi, corro
sin saber dónde, temo se hayan enterado el billete de diez birlado al niño y me den por ello escarmiento, me alcanzan, pero me dejan atrás y se abalanzan sobre otro transeunte.
Despierto sudando frío.
Despierto sudando frío.
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