-¿Por qué no me diste una mujer ideal, además, que me quisiera?
Respondió:
-Te la di, sino, no reparaste en ella.
-¿Quién?
-Deodata
-¿Deodata?... Cavilé un momento ¡Ah si! ¡Deodata Esquivel!
Entonces recordé.
La conocí antes que a mi esposa. Era blanca, ojos claros, de dulce mirar.
Solía venir con su mamá, espléndida dama, al negocio que teníamos.
Se hizo recurrente sus visitas qué, mi madre se puso celosa,
no por mí sino por papá que amablemente atendía a la dama.
Un día mamá sin ambages la despidió; luego venía sola la hija,
melindrosa, delicada, aun así, me atreví invitarla a cenar,
a comer parrilla argentina, por el centro,
jirón Carabaya cerca al ex cine República.
Cuando íbamos por la segunda ronda de vino, abrupta, dijo:
-A mi no me vas a enfebrecer la cabeza con vino y como a otras llevarme al camal,
yo te quiero, agregó,me gustas, pero antes casada y después todo lo que tú quieras.
No me acuerdo como salí del apuro aunque debo confesar
no había, aun, planeado, aquel encierro.
Sin embargo, fue punto de quiebre a que la relación acabara.
A pesar, Donata volvió varias veces más pero decanté su agua pura inclinando poco a poco la jofaina para quedarme con el retobo, otras, sentenciando mi mal.
-¡Señor! ¿Por qué me diste ese ardor de carne?
-A ti, y a todos, para darles libre albedrío a escoger su camino.
- ¿No era mejor hacernos zombie desde el primer momento, seguirte, evitando así, tantas calamidades?
Entonces, me botó de la cama.
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