Cuenta mi madre:
Alcadio, hermano de Teodosio, tenía una hija, señorita
ella, pero algo taciturna. Solía visitar a su tío Teodosio alguna veces, en el cerro, donde nosotros, por
ese tiempo, (1954) estábamos alojados. Alcadio y su hija vivían por el Parque
Universitario.
Cierta tarde, luego de hacer mis labores Salí a la esquina
(una prominencia del cerro) de donde se veía buena parte de la hoyada, las primeras
cuadras de la avenida Riva Agüero perpendicular a la Carretera Central ( Ayllón, después) A lontananza, los edificios
altos del centro de Lima , y más cerca, el colegio amarillo de primaria, tras él –
hacia mi lado-la pampa donde jugaban pelota los muchachos y la escalera que subía
al cerro.
Estaba un poco triste porque no tenía casa propia aun
y tenía que soportar el mal humor de Candelaria,
la mujer de Teodosio, y me sentaba en
las gradas de un puerta rústica de un corral de cerdos, donde algunas semanas
después, llorando mi desdicha, la señora Simona, dueña de la chanchería, al contarle mi desventura me ofreció venderme su
corral, “a buen precio”, que sería, más
luego, nuestra primera casa.
Entonces, luego, vi a María Azulada con su vestido celeste
apergaminado (última lavada se solía enjuagar con almidón de pechera) y sus blondas cuello y mangas de impecable blancura voltear de un rellano
de la escalera y enfilarse en línea recta hacia donde estaba. Corrí a la casa de
Teodosio avisar a Candelaria que su
sobrina venía a visitarle.
Limpiamos y pusimos un florero en la mesa y encendimos
el fogón para calentar el almuerzo que había sobrado. Pasaron minutos, pasaron
más ¡y nada!
-¿Habrás visto mal? me dijo Candelaria
-¡Si la he visto!-aseguré- ¡Tenía su vestido celeste
acartonado con sus blondas y su vincha blanca sujetándole el cabello!
Pero nadie vino esa tarde
Nos olvidamos del asunto pero dos días después llegó
Alcadio a comunicarnos que su hija había
muerto hacia una semana.
Cuando le aseguré que yo la había visto hacía dos
días, describí cómo y el tío Alcadio corroboró:
-De esa forma fue su mortaja.
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