“Mi primo había perdido un caballo en las alturas de
Abancay, de los seis que fue a recoger
del pastizal. Al día siguiente, le comenta a su amigo la pérdida y éste,
para su suerte, le dice que ha visto un caballo por la quebrada tal.
Era las 5 de la tarde y mi primo se aprovisiona de una
linterna y no quiere esperar hasta el día siguiente y va en busca de su animal
a la quebrada señalada que estaba a una hora del pueblo.
Llega al lugar, y en efecto, era su caballo, lo
cabestra y lo regresa jalando del ronzal.
Antes de llegar a un riachuelo, anochece del todo, la lámpara
se le baja la pila y ya no alumbra, en eso, el caballo empieza a relinchar con tal fuerza que se desprende de su dueño y
se pierde en la oscuridad Decide mi primo regresar al pueblo y dejar la tarea
para el día siguiente.
Pero al pisar
el riachuelo siente sobre su espalda un peso que poco a poco y rápido se va
haciendo enorme que le hace, literalmente, gatear por el riachuelo; aun así,
cruza dificultosamente y cuando pisa
tierra seca se desvanece el peso y puede erguirse, asustado de lo que podía ser
y sin darse el tiempo para investigar corre al pueblo ayudado por el luz de la
luna…
Al llegar se lo cuenta a su amigo. Había en la casa un
tío, anciano que al oír dijo: Menos mal no diste la vuelta cuando te presionaba porque, si no, te llevaba el
condenado.
Mi primo, a partir de ello quedó traumado. Nunca más estaba fuera de su casa
después de la seis de la tarde”.
Adaptado de emisión de radio Capital. Lima, sábado y
domingo 8pm
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