viernes, 22 de agosto de 2014

Sabía a cartón

Saúl Cartonera, vecino de mi tienda tenía diez centímetros más de altura que yo, más o menos era la talla que quería tener. De contextura fuerte, bronceado, cabello crespo (no como el mío, lacio y rebelde). Aunque nunca lo había tratado pero veía que la vida le sonreía. Tenía otra tienda más donde había puesto a su flamante y hermosa mujer de administradora. Recién se había casado y había estrenado también un auto del año. Envidiaba,  en silencio, cuando  les veía tratarse  con amor, sobre todo, cuando  llegaban o se iban en el lamborguini. Eran gracias que yo no conocía.  A mí solo mi perro me saltaba cuando estaba sobre el mueble al llegar a casa e intentaba copular  en mi brazo.

Nuestros locales eran alquilados, todos de la cuadra al mismo dueño, la municipalidad. Por aquel tiempo dejó la administración  de los mismos el  alcalde de izquierda, Barrantes Lingán , e  ingresó otro, liberal, Belmont, y lo primero que hizo fue subir los alquileres estrepitosamente  de las propiedades  del municipio en las que estábamos inmiscuidos. Nos reunimos los vecinos y fuimos hacer el reclamo previa cita ante el alcalde y en una sala de audiencia  le tocó hablar a Saúl Cartonera  de quien era ,en silencio, su prosélito admirador ¡Vaya, que desengaño! Brotaba de su boca un  lenguaje   ininteligible y complicado de entender aunado a su motete provinciano.  No sabía expresarse. No se le entendía.  Cartonera, en efecto, su discurso sabía a cartón.  Me preguntaba ¿éste pata no debió leer ningún libro en su vida? ¡ De que valía todo lo que tenía si no empieza  llenar, primero, el alma de sabiduría?

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