La fórmula I nació justo con la mitad del siglo XX. Durante su primera
década de existencia tuvo un rey
indiscutible, el argentino Juan Manuel Fangio. Fue campeón del mundo en cinco
oportunidades, cuatro de ellas consecutivas.
Fangio nació el 24 de junio de 1911 en Balcarce, pequeña localidad
cercana a Buenos Aires. Cuando tenía once años empieza a trabajar en un taller
del preparador Viggiano quién pasado
unos años le ofreció un viejo Ford modelo T para tomar parte en su primera
carrera.
La suerte le dio la espalda y tuvo que abandonar, sin embargo, reparó ese
mismo coche y comenzó a participar en carreras pequeñas cerca de la ciudad. Se
convenció que el Ford era demasiado viejo para ganar, decidió construirse el
mismo un coche. En 1938 nacía el Fangio Especial, dotado de un motor V-8 con 85
CV con el que participó en algunas carreras de carácter internacional que se desarrollaba en Argentina.
En 1948 reanudó las carrera tras la segunda guerra mundial al volante de
un Chevrolet cuando su coche salió violentamente de la pista y a consecuencia
del golpe murió su copiloto, desde
entonces Fangio juró no volver a correr
en compañía de nadie.
Se fue a Europa, y el 18 de julio de 1948 debutó en la formula I en el
gran premio del automóvil club de Francia al volante de un Simca.
En el año 1950 con el campeonato de Monza, Italia, casi en el bolsillo, tuvo que retirarse en la última carrera por una avería.
El 1954, el 55 ,56 y el 57 Fangio gana la formula I a bordo de un
Maserati, Mercedes, Ferrari y Maserati respectivamente.
Un piloto oficial de escudería tiene a su disposición un numeroso equipo
de colaboradores formado por el director técnico, el jefe mecánico, un
responsable del coche, uno o dos mecánicos, un especialista en la caja de
cambio y varios técnicos encargados de
los neumáticos y un equipo de cronometraje.
Según las estadísticas un corredor de formula I tiene una accidente cada
once pruebas y uno de cada tres accidentes le costará la vida.
El permanente riesgo de muerte que rodea cualquier carrera de fórmula I
ha envuelto a los pilotos en una leyenda a veces incómoda. El riesgo que supone
conducir un monoplaza a más de 250 kilómetros por hora es un peligro que acepta quién
decide dedicarse a las carreras pero ello no supone que deban olvidarse las
medidas de seguridad que pudiera paliar el monótono rito de accidentes. La asociación
de pilotos profesionales mantiene desde hace años una permanente lucha sobre
esta cuestión con los fabricantes y organizadores a los que acusan de diseñar
los automóviles y preparar los grandes premios sin tener nunca en cuenta la vida
de los corredores.
En la actualidad un leve choque
suele provocar por la posición que se coloca el piloto, en la
rotura de sus piernas. Los constructores
tratan de situar al piloto lo más cerca posible
de la parte delantera para que su
peso compense, en parte, el del motor situado detrás.
Aunque hay constructores de mucha valía como puede ser Colin Chapman con sus
Lotus, Ken Yyrrell, Bruce Mc Laren, Jack Brahaman o Fran k Williams, hay que tener en cuenta que no son lo que podríamos denominar
constructores totales
Un monoplaza puede participar siempre en cuando tenga un peso mínimo de 580 kilos incluidos todos
los líquidos del vehículo, gasolina agua, aceite, frenos etc.
Los motores deben ser de 3.000 centímetros cúbicos
para alimentación atmosférica, o de 1.500 si la alimentación se hace asistida
a un turbocompresor. La curva de las potencias se ha disparado y los Ford Cosworth fueron los primeros en
llegar a los 500 CV
En la curva se desarrolla 200 kilómetros por hora.
La lista de muertos en entrenamientos y carreras es impresionante.
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