miércoles, 13 de agosto de 2014

Los Templarios

Un grupo de caballeros franceses liderados por Hugues de Payns, fundaron en Jerusalén en 1119, la orden de los Pobres Caballeros de Cristo, adoptando las reglas religiosas de lo agustinos.  Su primera misión fue mantener el orden y la seguridad en palestina. Poco después, el rey de Jerusalén, Balduino II, les obsequió un palacio detrás del templo de Salomón. Esa circunstancia  dio lugar a que hiciera fortuna el nombre de Templarios, con el que los   recuerda la historia. Los Templarios, todos de ilustre cuna, tenían como hábito, concedido por el Papa en 1148, un manto blanco donde se lucia una imponente cruz roja.

Habiendo desaparecido los estados latinos de oriente, luego de la pérdida del puerto de Acre (Puerto que después fue de Israel) en 1291, luego de 170 años de permanencia los Templarios se refugiaron en Europa, donde ejercieron la lucrativa función de banqueros, sobre todo en Francia. Su poder inquietaba a Felipe IV que se había rodeado de un grupo de jurisconsultos burgueses: Guillermo de Nogaret, Guillermo Plasian, Pedro de Flotte y Enguerrand de Marigny. Nogaret  el más influyente e inescrupuloso. Ellos defendían la monarquía absoluta. La voluntad del soberano debía ser la ley imperante.

La riqueza de los Templarios atraía múltiples codicias, incluso la del monarca. El secretismo de la orden daba lugar a toda clase de insinuaciones. Los caballeros Templarios del blanco manto y la roja cruz ofrecían constantemente muestra de su independencia, fuerza y opulencia. Felipe IV Intentó, sin fortuna, que lo nombraran Gran Maestre de la Orden. El rey, por otra parte, era uno de los que habían solicitado préstamos de dinero a los Templarios. Estando así las cosas, entre el monarca y los Templarios, Guillermo de Nogaret, se urdió un diabólico plan que fue llevado con el máximo secreto.

En todas las provincias de Francia  los agentes reales recibieron órdenes selladas que debían abrir y ejecutar el viernes 13 de octubre de 1307.

Ese día fueron detenidos todos los Templarios acusándolos  de los crimines más extraños y de extravagancias demoniacas: adoraban un gato, practicaban la sodomía, omitían en la misa las palabras de la Consagración y escupían el crucifico. Entregados a los tribunales de la Inquisición, espantosamente torturados, con sus bienes confiscados, confesaron lo que se les reprochaba.

El proceso a los Templarios duró siete años. El Papa Bonifacio  VIII excomulgó al rey de Francia. Guillermo de Nogaret, con una banda de mercenarios sorprendió en Anagni a Bonifacio, un anciano de 86 años que no sobrevivió a la persecución. Lo sucedió Benedicto IX, quien levantó la ex comunión al rey Felipe IV  pero se negó absolver a Nogaret. Este lo hizo envenenar. Finalmente Felipe IV  encontró un papa dispuesto a cumplir sus órdenes: Bertrand de Goth, que tomó el nombre de Clemente V y se estableció en 1329 en Aviñon. Sus sucesores franceses fijaron allí la sede  del pontificado por casi un siglo.

En 1311 se reunió en Vienne un Concilio convocado para estatuir sobre la suerte de la orden de  los Templarios. Felipe IV acudió para orquestarlo el mismo. Clemente V pronuncio la disolución de la orden, “culpable de escándalos confesados, odiosa al rey Felipe, inútil ya en tierra santa” muchos templarios  fueron ejecutados. En cuanto a los más altos jerarcas del temple, Felipe IV  les había prometido la vida.

El 18 de marzo de 1314, después de siete años de cautiverio, el Gran Maestre Jacques de Molay fue conducido junto con Geoffray de Charnay, preceptor de Normandía, al atrio de Notre Dame  delante de   tres cardenales y una enorme muchedumbre para oír como los condenaban a prisión perpetua. Entonces Molay manifestó un vigor tardío: Nosotros no somos culpables de las cosas de que nos acusáis, pero somos culpables de haber traicionado bajamente la Orden para salvar nuestras vidas. La Orden es pura, es santa; las acusaciones son absurdas, las confesiones falsa”

Inmediatamente,  el rey ordenó el cambio de la pena para los dos templarios relapsos, es decir que  reincidían en un pecado del que habían abjurado. Ahora debían morir  en la hoguera, que se preparó con nerviosa prisa. Cuando  Jacques de Molay  estuvo atado en un tronco de árbol y con la pira de leña hasta las rodillas, volvió a hablar. Sus ultimas palabras, según un capellán real, fueron: “Pagaras por la sangre de los inocentes, Felipe IV, rey blasfemo! ¡y tu Clemente traidor a tu iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos  antes de un año!
 
Efectivamente, el monarca y el papa que se coludieron para destruir a los Templarios murieron en el plazo señalado. ¿Justica divina? ¿Simple coincidencia?

 

 

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