sábado, 16 de marzo de 2013

El hijo de comanche


Camino por la vereda que me lleva  a la tienda Se me acerca, por atrás,( me doy cuenta porque en La parada hay que caminar con un ojo atrás) un conocido, el flaco comanche, tan flaco como si fuera la mitad  lo que conocí . Apodo en honor- o deshonor-  a su padre que acuño Alfredo nuestro primer empleado en nuestra primera tienda: el puesto de un mercado El papá, estibador, venía de su natal Huancavelica a trabajar de carretillero   adosado con una vincha a su cabello lacio y largo, y cierta vez dormido sobre su carreta Alfredo le pegó una pluma : ¡Pareces un comanche! le dijo cuando se despertó quedándose con el mote el viejo, y, sucesivamente sus cuatro hijos que trabajaban también el mismo oficio
-¡Qué tal! me dice, ahora, el hijo mayor de comanche  y después de unos preámbulos me pregunta por Solina
- No sé nada de ella, le digo, reconociendo que él fue testigo del romance que tuve con ella hacía varios años y qué, ahora, en verdad, sí se de ella por terceras personas: es una honorable señora casada con hijos  con hartas propiedades y un buen negocio
-Yo la veo, insiste, ¿no quieres que le diga algo?
-¡Nooo, ya pasó!, le digo, gracias de todos modos
Caminamos un par de cuadras   y nos despedimos, y va cada uno por su rumbo
-¡Cuídate! le digo apuntando a su  salud resquebrajada.
Y se despide con una sonrisa cadavérica.
 Cuando despierto caigo  en cuenta que el hijo de comanche ha muerto hace muchos  años de tuberculosis; y yo ya no tengo tienda.
Últimamente estoy soñando con personas muertas
¿Porqué,  Zeli?

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