Se había casado mi hija, la primogénita, lo que
lloraba de niña cuando por algún momento su madre salía hacer la plaza o a mover la tierra para plantar un palto o
una buganvilla en nuestro jardín. Ahora,a mi hija,
la veía caer de sus lindos ojos unas lágrimas felices por haber hallado el
hombre que la amaba.
Aun adolecente, en ciernes de juventud, rápido le venia el llanto
cuando en un discurso de familia se emocionaba al hablar. Así era ella.
Lágrimas que confirieron de oro y plata a su alma. Se había casado mi hija la primogénita, sin embargo, me daba pena su temprana miopía, no percibía, cerca, el lenguaje corporal ni relieves ni detalles sin sus lentes. Sin sus lentes, sonreía siempre.
Fue diligente y servicial con sus compañeras de colegio y vecinas del barrio y, así, se formó su persona sobre un carácter bueno.
De noche al volver de la universidad, solía decir, en la avenida oscura, al cruzar la pista, solo veo manchas brillantes que me empañan los faros de los carros, el resto no distingo…
Se había casado mi hija y para la fotografía de rigor, recuerdo, se había quitado sus lentes y sonreía a todo el mundo aunque el mundo como los faros centellantes ignoraba su dificultad
Ella es buena conmigo, siempre lo ha sido, y aunque con lágrimas me dijo que me separara por un tiempo por el bien de sus hermanos y su madre, le hice caso.
Algo así me dijo como que es una prueba del destino y que dos arboles(soberbios) no pueden estar plantados juntos sino necesitan un espacio, ni tan cerca ni tan lejos.
Tiene dos hijitas y todas, en este tarde, me llamaron por teléfono . La bendigo, que su buen corazón nunca se apague. Es mejor considerar al mundo feliz como ella, sin sus lentes, que tenerlos como el mío perspicaz, auscultador, examinador fijándose los mínimos detalles que por lo general son retorcidos y villanos.
Gracias, hija, por recordarme.
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