lunes, 23 de junio de 2014

Isabel Sarli /el viejo barbado


Fui a comprar cd antiguos, películas clásicas por la esquina de Abancay y  Piérola, al mercado El Hueco , en realidad es un hueco, más o menos  cinco mil m2. Se excavó  para hacer el cimiento de un edificio similar al que está al frente: el antiguo edificio del ex ministerio de educación con más de veinte pisos , pero este vano ha estado  decenas de años solo protegido por una valla de madera perimétrica al ras de la vereda pública. Por los años ochenta, creo, el municipio consintió  la instalación  de una galería con material ligero en  el vacío  para dar abasto a  ambulantes que ocupaban  e interrumpían  el tráfico de la avenida Abancay.

 Bueno,  para bajar al cóncavo  hay que descender  por una rampa  y encontraremos varios pasajes de diferente rubro de ventas de artículos en un cúmulo de puestos pequeños donde se encuentran desde copias no autorizadas de libros, cd,  ropa deportiva de marca adulterada , zapatillas adidas, etc, etc, Ahí compran por mayor a menos de un sol las películas de estreno los pequeños comerciantes que llegan de diferentes lugares de Lima para revenderlos a  dos por cinco soles pero, generalmente,  estas copias a menos de un sol son de mala calidad por eso hay que conocer algunos puestos , pagar dos soles o más  por una copia muy cerca al original. Eso es lo que hago,  prefiero pagar dos soles .

De reojo vi una la carátula en un cd de Isabel Sarli. Yo no soy de comprar cd pornográficos que ahí lo ofrecen por montones pero ésta de Isabel Sarli no se le puede llamar pornográfico y, más bien, relieva recordar  parte de mi adolescencia y juventud que hoy me ocupa:

Isabel Sarli, la bomba argentina, el sueño nocturno de los adolecentes de mi época, años sesenta y picos. Tendría  14 años, estudiaba en Labarthe, turno tarde,  segundo año de secundaria, segundo N; eran tanto los salones en ese colegio que la letra N me tocó ocupar como aula, era la G.U.E Pedro A. Labarthe el colegio con más alumnado del país. Tenia una amigo  Cara` e chancho le apodaban  cuyo tío trabajaba de boletero en el cine Mundo. Cara` e chancho solía traer cuatro o cinco boletos sin romper  y los repartía a sus amigos que estaban dispuestos a Tirar pared,  y yo estaba entre ellos porque Cara` e chancho estaba atrás de mi carpeta.

Nos apuntábamos para escapar del cole, yo, Caballo, Sandro (el que imitaba al cantante de moda), Quevedo, Baldeón.  Después del único recreo de las 3 y 15 de la tarde , cuando todos regresaban a sus aulas nosotros nos escondíamos tras las tribunas del estadio que estaba al fondo del colegio, por ahí, estaba la casa de los guardianes  del colegio por lo cual teníamos que ver hacia atrás donde estaba la casa y adelante donde estaban los auxiliares en el patio y los pabellones de aulas, la única forma de trepar la pared era por la pared lateral, la que daba  a las primeras cuadras de la av. San Luis. Esperábamos un momento  para que se despoblara los dos patios y los auxiliares preocupados en reingresar a sus aulas a los alumnos descuidaran  la vigilancia de las paredes.  Entonces uno por uno corría y trepaba la pared y nuestro uniforme caki color tierra se acomodaba al color de la pared amarillo gastado El lugar señalado para trepar  por   huidas anteriores se había hecho como un estribo firme a la pared. Una vez arriba,  el primero en subir daba una vista general y rápida   a la calle y veía si por mala suerte  había un patrullero o el empeñoso auxiliar Camote merodeaba por ahí,   cabalgando sobre la pared con  el dedo gordo arriba nos alentaba: no hay peligro.  La técnica para  bajar la pared hacia la calle era prendernos con las dos manos del borde de la pared a la vez que soltábamos el cuerpo al vacio pero aun sin desprender los dedos,  luego, empinar las punteras del zapato para no caer de talón y soltarnos, ahora sí, del todo.  Caíamos de pie y raudo corríamos por lo largo de la avenida San Luis hacia atrás del colegio donde en ese tiempo había chacras y hoy la avenida Arriola, entonces, entre matorrales  esperábamos a  todo el equipo y , luego, enfilábamos felices las pocas calles hacia el  cine Mundo (jirón Huánuco) Por ese tiempo, era raro ver a estudiantes fuera de hora de clase, entonces, estábamos convenidos que si alguna patuto  (  patrullero , auto policial)  se nos presentaba y nos exhortaba detenernos cada uno corría por calle diferente. O, en su defecto, nos sacábamos la cristina, galones, corbata y camisa y floreábamos nuestros polos de diferente color con la risa contagiante al enterarnos, por ejemplo,  que Quevedo cayó de poto al bajar de la pared, o traíamos  a memoria sucesos  acaecidas en el aula, por ejemplo, en la clase de Educación Cívica  el tutor, un moreno, le preguntó al mismo Quevedo porque tenía el cabello tan largo, y éste respondía : Tengo costumbre  echarme salivita al pelo ,o ,cuando Alvitez, el popular gallina un día en el examen oral le  preguntó el profesor  de biología  nombrara un ejemplo de la orden gallinácea y todos los alumnos  cacarearon. Alvitez en verdad parecía gallina cuando se ponía  rojo su cara aunado al morrito de pelo que tenía que parecían crestas. De todo nos reíamos en el trayecto. Íbamos  felices al cine Mundo aunque, en el fondo, rogábamos que  nuestro auxiliar Pepa (bien parecido porque iba tiza con buen terno y diferente camisa a   diario) no se le ocurriera volver a tomar la lista de asistencia a la hora de salida ya sea por intuición o por el soplo del bembón Gutapercha, un moreno tinto que era brigadier de aula y estaba al tanto nuestra perrada.

  Casualmente, dicho de paso, uno de esos soplos  el auxiliar Pepa me giró una esquela a mí y a los otros para que nos presentáramos con nuestro padre -fue mi mamá- a la dirección de normas educativas del colegio ante el temido director de apellido Bravo que nos dio un sermón de padre y señor mío y nos amenazó si se daba la reincidencia de escaparnos  con la expulsión y exhorto a mi madre a firmar los cuadernos después de cada asistencia a clases. En ese careo estaba Okuyama, hijo de un japonés y Bravo se mesó el cabello incrédulo de ver un japonés escapándose por la pared cuando según su experiencia de director los niseis eran cumplidores del orden y del prestigio del colegio y nos culpó a nosotros por malograrlos  a los alumnos de bien.

Pero lo que más me cohibió a no escaparme más del colegio fue ver el  llanto de mi viejo,  decepcionarse de mi proceder.  El, recordaba, nunca se le hubiese ocurrido escaparse de su colegio donde  bla… bla… bla….

Pero dejemos de lado ese fárrago y vayamos al asunto  de Isabel.

Al subir  la galería del cine Mundo veíamos la afluencia de jóvenes que llenaban todo el estrado. Todos iban a ver a Isabel Sarli. No importaba el argumento ( a mí en particular)  solo interesaba ver sus prominentes toronjas que resaltaba por su escote,  su  cintura cimbreante al caminar, su  talle, el desnudo en el sofá –el clímax esperado- ante el fotógrafo; o, desnuda internándose en la piscina.   Ocupaba la escena del desnudo en el sofá apenas tres segundos pero la gente  agolpaba  la taquilla  por esos tres segundos.

¡Que hermosa mujer!  Nos gustaba más ésta que Libertad  Leblanc, también gaucha, pero ésta era rubia, en cambio, Isabel, era morocha, cabellos negros, era  nuestro tipo de raza y era, casi seguro, encontrar casi como ella  por el centro de Lima. La preferíamos. Nuestras neuronas despertaban. ¡Que lindo culo! decía Baldeón derritiéndose,  ¡esta noche, las cinco! ¡Putamare carajo! espetaba el flaco Sandro. ¡Como no la tengo aquí, se la doy en forma ¡decía Quevedo. Yo también  estaba carretón  y no sabia cómo o con quién desfogar mis instintos virginales.

 Pero al acabar la película se desvanecía, al toque, mi enardecimiento. Ya no había risas,  cada uno iba por su lado  preocupado de llegar y dar las explicaciones en casa si fuera necesario.

Temía  en mis fueros internos que algún conocido me hubiese visto salir del cine a hora de colegio y le contase a mamá - el cine estaba  cerca al centro de trabajo de mis padres - por lo que era muy posible que un vecino me reconociera. Pero no me pasó nada  aquellas veces.

Pero me volví adicto a ver las pocas películas de Isabel que llegaron al país  No recuerdo que haya venido al Perú Isabel Sarli. Sus películas, antes,  permitida para mayores de  21 años en las salas de estrenos, tenia que esperar a que llegara a las plateas de barrio como el cine Mundo para intentar verlas, muchas veces recortadas. O, ir al estreno, donde la pasaban íntegras,  camuflado con  casaca ancha,  chalina y gorra  para que no me impidieran entrar. A mis catorce o quince años (había alcanzado toda mi estatura y era flaco) juntaba mis propinas para un sábado por la tarde  porque el tío de Cara` e chancho ya no nos daba boletos cuando las películas eran  taquilleras como la de Isabel Sarli

Me apuro por llegar a mi cuarto y volverla a ver después de cuchucientos años.

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