Anoche tenía
hambre. Quería cenar algo diferente. Estaba con dieta recomendada por el doctor
y de esta penuria llevaba como mes y medio. Mandé al diablo la dieta y entré a un restaurant. No me había dado cuenta que en la puerta
estaba el señor Coloma, parado, con su infaltable descascarada maleta entre brazos. El es blanco, rizos en los cabellos
que le cae por la sienes, parecido es, además tiene ojos verdes. Cuarentón pero
hay un halo de intranquilidad y tristeza impregnado a él. No es mi amigo pero lo conozco de vista,
años. Es vendedor de balanzas. A mí, para mi tienda, me vendió una. Tenía abrazado
su maleta al pecho como hacen las colegialas
con sus cuadernos, y absorto miraba la TV
que el local tenía en la entrada.
-¡Señor Coloma! Le llamé a mi mesa.
-¡Que tal, don Chendo,
que gusto! Dijo al acercarse y aclaró que estaba esperando a un cliente que le había
dicho que en la puerta del restaurante Vanessa le esperara, pero parece que he
llegado tarde a la cita, reparó, mirando su reloj Silvana. De repente, enmendó:
Habrá tenido él un contratiempo.
Le invité sentarse, dije: Sírvase algo, señor Coloma, le invito ¿Qué gusta?
-¡Gracias Chendo!,
un cafecito nada más.
-¡Mozo un café y un sándwich!, grité. Aumenté su
pedido, aun a mí no me servían.
Sabía que el señor Coloma era locuaz y tenía la particularidad de ser reiterativo
cuando apuntaba algo. Pedía la opinión de la contraparte, solía preguntar ¿Qué te parece? ¿Estás de acuerdo?¿Qué
piensa tú? En fin, hablamos algunas cosas pero de lo llamativo anoto:
-¡Qué te parece Chendo! Ahora que el negocio de balanzas está bajo estoy dedicándome a vender libritos de
medicina popular. Son, me enseñó sacando de su maleta, libritos de poco volumen,
casi como compendios pero por su precio módico está al alcance de todos. Yo, le
asentía.
-¡Qué te parece! He tenido el último año curiosidad por la medicina
popular. Uno de los descubrimientos es
que la mayoría se enferma por no
gobernar bien la mente. El stress, por ejemplo, afecta diversos órganos
abdominales y no nos damos cuenta. Además, te voy confesar y quiero tu
comentario con confianza y sinceridad. De todos los libros que he leído he abreviado en un par de hojas, un resumen a modo de decálogo, de las
observancias que hay que cumplir referente a la medicina popular. Me enseño el par de hojas que había sacado de su maletín. ¿Qué te
parece?, repitió. La leí y, luego, asentí aprobándolo más que nada por deferencia.
Esta cualidad nació
en mí, continuó, como recurso a las
ventas de balanzas que suelo seguir haciendo,
como estrategia de ventas, para
romper el hielo sobre todo con clientes nuevos. Tengo por regla no siempre abordar
directamente y hablar de balanzas con
los potenciales clientes sin que entro por las alas ¿Qué te parece? Asentí
Nombró varios autores naturalistas que yo desconocía. Detalló y explayó sobre los principios que habían
impresionado. No era nada de otro mundo el extracto que había leído yo. Ya lo había
escuchado en tantos charlatanes de
pomadas milagrosas que atajan a transeúntes, pero el señor Coloma ponía énfasis
como si hubiese encontrado el elixir de la juventud. Sus ojos verdes brillaban de entusiasmo
La vida es
brava, subrayó, pero lo importante es amanecer con fe, esperanza que el nuevo día
va ser mejor, tratar levantarse temprano,
tener ánimo por hacer las cosas, irradiar alegría estemos en donde estemos,
sobretodo, en nuestro puesto de trabajo ¿Qué te parece? Cuando el ánimo está caído,
continuó, recurrir a artificios por ejemplo contar un chiste al compañero de trabajo, vas a ver cómo
recupera el ánimo. Hay que
aderezar nuestra forma de presentarnos, pequeños detalles como tener rasurado
la barba, perfumado nuestra camisa, poner color a cómo nos mostramos.
Cuando hablaba,
sin embargo, observaba su atuendo. El mismo saco gris a petróleo sucio que, cierto, por lo verdoso hacia juego con
sus ojos verdes pero que estaba en mal estado, el cuello de su camisa sucio y
el primer botón apenas soportaba su papada. Parecía el señor Coloma que venía del horno de una panadería,
transpiraba copiosamente Todo lo que decía desdecía con lo que mostraba. Le
observaba en silencio pero parece que se
dio cuenta y repentinamente se levantó y optó despedirse Bon apetit, dijo y se
fue.
Bueno, esta mañana me levanté temprano Al restregar
los ojos y permanecer un rato sentado en
el borde de mi cama recordé las palabras del señor Coloma. Fui hacia la ventana entreabierta y la abrí
de par en par, hice flexiones de piernas apoyando mis manos en el alfeizar de
la ventana, aspiraba el aire el aire todo lo que podía y luego, conteniendo,
hacia el ejercicio y luego expulsaba tal como decía una de las reglas del
compendio del señor Coloma. Repetí otra regla a voz : Hoy es otro día. Bajé animoso al primer piso, a la cocina, a tomar
desayuno No había nada que comer. La cocina estaba apagada Aun costado, el
cuarto de los niños donde mi mujer estaba fingiendo dormir. La miro, echada, miraba la pared vacía
del fondo de la casa. Miro el reloj, ya son más de las siete, se me hace tarde. Quiero increparla
para que me prepare siquiera un café pero recuerdo la máxima del señor Coloma.
Además se como es mi mujer, no me haría
caso me respondería: Prepárate tú, si quieres. Y eso me daría coraje.
Total , hago un
recuento de hechos para mí solo
retirándome en silencio: Hace meses, cuando quiere me sirve el desayuno Cuando quiere,
al regresar del trabajo, me hace la dieta como el doctor recomendó.
Digo, para mí, tomaré el desayuno en mi trabajo, un mate de toronjil y par de panes integral.
Entonces recuerdo que anoche comí lomo saltado y estoy bien del estomago, no me
ha hecho nada malo
¡Aja!, ya estoy bien, reacomodo mi plan.
En efecto, me baje del micro por el puente Trujillo y
entré a una chicharronería. Al diablo con la diete, repito. Pido un tamalito de
pollo con bastante zarza de cebolla y aji , café con leche y dos panes; cuando un par de
ancianos se acerca a la mesa y me pide:
-¿Nos podemos sentar frente a Ud.? Esa chicharronería
de la segunda cuadra, bajando el puente,de Trujillo siempre rebalsa de clientes.
-¡Cómo no, tomen asiento!
Aparentemente les ignoro pero les estoy observando. Se
hablan con delicadeza, tendrán encima de los setenta cinco años Ingiero mi tamalito,
mi pan y moteo con la leche pero estoy
pendiente de lo que hablan.
Pienso. ¿Llegare a esa edad? ¿Llegaremos?, incluyo a
mi mujer. Pero lo que es cierto yo y mi
mujer no sintonizamos como estos viejitos. Pocas veces le invité al centro, reconozco,
pero esas pocas ves como si a ella le molestara caminar conmigo. Camina adelante,
o atrás, y siempre apurada. ¿Por dónde me vas a llevar? Pregunta a cada
instante. ¡Apúrate, que lento eres!, reniega si va adelante. Como aquella vez
que la lleve al santuario de Santa Rosa ¡Tanto calor ,se enfadaba, y se te
ocurre traerme! Y cuando, luego de la visita, recalamos en un restaurante no
quiere comer o comía poco y pedía al mozo que le envolviera la comida para llevar, y cuando le objetaba
decía: Es para mis hijos. Tú no te acuerdas de ellos… Cómo que no,
reaccionaba yo, todos los días, incluso hoy, dejo el dinero para los alimentos
pero siquiera un día dedíquemelos a nosotros, entonces replicaba y empezaba la discusión.
Cuando de
repente el mismo nombre de mi mujer,
timbra en la boca del viejo
llamando a su pareja, repite el nombre de mujer y agrega: Ya no, ya no pidas más
zarza, se nos hace tarde para la misa de las nueve.
¡Ay!, abuchea mi corazón, y mi susurro (no se si lo habrán
escuchado) apunta: ¡Qué suerte tienes
viejito tener como compañera a distinguida dama! El señor de edad como que me oyó, encauzó su morro hacia mí, y yo que ya había terminado me apuré levantarme
y despedirme diciéndole (como dijo el
señor Coloma :) bonn apetti.
Afuera, en la calle,
me preguntaba si mi mujer, joven
aun, es indiferente conmigo que será cuando seamos viejos.
Pregunta que no
repare mucho en ese momento pero que intuían un tiempo flaco. Junto a sus hijos,
grandes ya, me botaron de la casa.
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