viernes, 6 de junio de 2014

Indicio (Sr. Coloma) /Cuento


El presente relato  sobre un suceso acecido hace treinta años,  no era importante allá pero hoy sí, dado que  sufro  lo que inocentemente presentía:


 Anoche tenía hambre. Quería cenar algo diferente. Estaba con dieta recomendada por el doctor y de esta penuria llevaba como mes y medio. Mandé al diablo  la dieta y entré a un restaurant.   No me había dado cuenta que en la puerta estaba el señor Coloma, parado, con su infaltable descascarada maleta entre  brazos. El es blanco, rizos en los cabellos que le cae por la sienes, parecido es, además tiene ojos verdes. Cuarentón pero hay un halo de intranquilidad y tristeza impregnado a él.  No es mi amigo pero lo conozco de vista, años. Es vendedor de balanzas. A mí, para mi tienda, me vendió una. Tenía abrazado su maleta  al pecho como hacen las colegialas con sus cuadernos, y absorto miraba la TV  que el local tenía en la entrada.

-¡Señor Coloma! Le llamé a mi mesa.

-¡Que tal,  don Chendo, que gusto! Dijo al acercarse y aclaró que estaba esperando a un cliente que le había dicho que en la puerta del restaurante  Vanessa le esperara, pero parece que he llegado tarde a la cita, reparó, mirando su reloj Silvana. De repente, enmendó: Habrá tenido él un contratiempo. 

Le invité sentarse,  dije: Sírvase algo,  señor Coloma, le invito ¿Qué gusta?

-¡Gracias Chendo!,  un cafecito nada más.

-¡Mozo un café y un sándwich!, grité. Aumenté su pedido,  aun a mí no me servían.

Sabía que el señor Coloma era  locuaz y tenía la particularidad de ser reiterativo cuando apuntaba algo. Pedía la opinión de la contraparte, solía preguntar ¿Qué te parece? ¿Estás de acuerdo?¿Qué piensa tú? En fin, hablamos algunas cosas pero de lo llamativo anoto:

-¡Qué te parece Chendo! Ahora  que el negocio de balanzas está  bajo estoy dedicándome a vender libritos de medicina popular. Son, me enseñó sacando de su maleta, libritos de poco volumen, casi como compendios pero por su precio módico está al alcance de todos. Yo, le asentía.

-¡Qué te parece! He tenido  el último año curiosidad por la medicina popular. Uno de los descubrimientos  es que la mayoría se enferma  por no gobernar bien la mente. El stress, por ejemplo, afecta diversos órganos abdominales y no nos damos cuenta. Además, te voy confesar y quiero tu comentario con confianza y sinceridad. De todos los libros que he leído  he abreviado en un par de hojas,  un resumen a modo de decálogo, de las observancias que hay que cumplir referente a la medicina popular.  Me enseño el par de hojas  que había sacado de su maletín. ¿Qué te parece?, repitió. La leí y, luego,  asentí  aprobándolo más que nada por deferencia.

Esta cualidad  nació en mí, continuó, como  recurso a las ventas de balanzas que suelo seguir haciendo,  como estrategia de ventas,  para romper el hielo sobre todo con clientes nuevos. Tengo por regla no siempre abordar  directamente y hablar de balanzas con los potenciales clientes sin que entro por las alas ¿Qué te parece? Asentí

Nombró varios autores  naturalistas que yo desconocía. Detalló y  explayó sobre los principios que habían impresionado. No era nada de otro mundo el extracto que había leído yo. Ya lo había escuchado en  tantos charlatanes de pomadas milagrosas que atajan a  transeúntes, pero el señor Coloma  ponía énfasis  como si hubiese encontrado el elixir de la juventud. Sus ojos verdes  brillaban de entusiasmo

 La vida es brava, subrayó, pero lo importante es amanecer con fe, esperanza que el nuevo día va ser mejor, tratar  levantarse temprano, tener ánimo por hacer las cosas, irradiar alegría estemos en donde estemos, sobretodo,  en nuestro puesto de trabajo  ¿Qué te parece? Cuando el ánimo está caído, continuó, recurrir a artificios por ejemplo  contar  un chiste al compañero de trabajo,  vas a ver cómo  recupera el ánimo.  Hay que aderezar nuestra forma de presentarnos, pequeños detalles como tener rasurado la barba, perfumado nuestra camisa, poner color a cómo nos mostramos.

Cuando  hablaba, sin embargo, observaba su atuendo. El mismo saco gris a petróleo sucio  que, cierto, por lo verdoso hacia juego con sus ojos verdes pero que estaba en mal estado, el cuello de su camisa  sucio  y el primer botón apenas soportaba su papada. Parecía  el señor Coloma  que venía del horno de una panadería, transpiraba copiosamente Todo lo que decía desdecía con lo que mostraba. Le observaba en silencio  pero parece que se dio cuenta y repentinamente se levantó y optó despedirse Bon apetit, dijo y se fue.

Bueno, esta mañana me levanté temprano Al restregar los ojos  y permanecer un rato sentado en el borde de mi cama recordé las palabras del señor Coloma.  Fui hacia la ventana entreabierta y la abrí de par en par, hice flexiones de piernas apoyando mis manos en el alfeizar de la ventana, aspiraba el aire el aire todo lo que podía y luego, conteniendo, hacia el ejercicio y luego expulsaba tal como decía una de las reglas del compendio del señor Coloma. Repetí otra regla a voz : Hoy es otro día. Bajé animoso al primer piso, a la cocina, a tomar desayuno No había nada que comer. La cocina estaba apagada Aun costado, el cuarto de los niños donde mi mujer estaba fingiendo  dormir. La miro, echada, miraba la pared vacía del fondo de la casa. Miro el reloj, ya son más de las  siete, se me hace tarde. Quiero increparla para que me prepare siquiera  un café  pero recuerdo la máxima del señor Coloma. Además se como es mi mujer,  no me haría caso me respondería: Prepárate tú, si quieres. Y eso me daría coraje.

Total ,  hago un recuento  de hechos para mí solo retirándome en silencio: Hace meses, cuando quiere me sirve el desayuno Cuando quiere, al regresar del trabajo, me hace la dieta como el doctor recomendó.

Digo, para mí, tomaré el desayuno en mi trabajo,  un mate de toronjil y par de panes integral. Entonces recuerdo que  anoche comí  lomo saltado y estoy bien del estomago, no me ha hecho nada malo

¡Aja!, ya estoy bien, reacomodo mi plan.

En efecto, me baje del micro por el puente Trujillo y entré a una chicharronería. Al diablo con la diete, repito. Pido un tamalito de pollo con bastante zarza de cebolla y aji ,  café con leche y dos panes; cuando un par de ancianos se acerca a la mesa y me pide:

-¿Nos podemos sentar frente a Ud.? Esa chicharronería de la segunda cuadra, bajando el puente,de Trujillo siempre rebalsa de clientes.

-¡Cómo no, tomen asiento!

Aparentemente les ignoro pero les estoy observando. Se hablan con delicadeza, tendrán encima de los setenta cinco años Ingiero mi tamalito, mi pan y moteo  con la leche pero estoy pendiente de lo que hablan.

Pienso. ¿Llegare a esa edad? ¿Llegaremos?, incluyo a mi mujer. Pero lo que es cierto  yo y mi mujer no sintonizamos como estos viejitos. Pocas veces le invité al centro, reconozco, pero esas pocas ves como si a ella le molestara caminar conmigo. Camina adelante, o atrás, y siempre apurada. ¿Por dónde me vas a llevar? Pregunta a cada instante. ¡Apúrate, que lento eres!, reniega si va adelante. Como aquella vez que la lleve al santuario de Santa Rosa ¡Tanto calor ,se enfadaba, y se te ocurre traerme! Y cuando, luego de la visita, recalamos en un restaurante no quiere comer o comía poco y pedía al mozo que le envolviera la comida  para llevar, y cuando le  objetaba  decía: Es para mis hijos. Tú no te acuerdas de ellos… Cómo que no, reaccionaba yo, todos los días, incluso hoy, dejo el dinero para los alimentos pero siquiera un día dedíquemelos a nosotros, entonces replicaba y empezaba la discusión.


Cuando  de repente el mismo nombre de mi mujer,  timbra en la boca  del viejo llamando a su pareja, repite el nombre de mujer y agrega: Ya no, ya no pidas más zarza, se nos hace tarde para la misa de las nueve.

¡Ay!,  abuchea  mi corazón, y mi susurro (no se si lo habrán escuchado) apunta: ¡Qué suerte tienes viejito tener como compañera a distinguida dama! El señor de edad como que  me oyó, encauzó  su morro hacia mí, y  yo que ya había terminado me apuré levantarme y despedirme diciéndole  (como dijo el señor Coloma :) bonn apetti.

Afuera, en la calle,  me preguntaba si mi mujer,  joven aun, es indiferente conmigo que será cuando seamos  viejos.

Pregunta  que no repare mucho en ese momento pero que intuían un tiempo flaco. Junto a sus hijos, grandes ya, me botaron de la casa.

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