Se viene el día del padre y tengo que escribir algo referente, sobre todo referente a él que recién
tiene un par de años ido. Recordé, hace pocos días vaciando cajones, encontré
una camiseta marca Famosa dentro
de un cuaderno antiguo.
Esta camiseta como lo
llamaba papa, es de la forma de un foco de luz cuando se hincha, hecho de tela de seda que se carboniza
a fuego, primero, ante la bomba de aire que se maniobra a presión
de la mano sobre el pistón del Petromax que actúa sobre la cámara de combustible emanando
gas y quema la camiseta que
actúa como carburador y luego de
combustionar resulta girando una llave, segundo, una
luminosidad muy intensa: esa lámpara es el
famoso Petromax que ya no se utiliza.
Aparato que tenía uno de recuerdo en mi casa del cerro, luego lo llevé a Las Gardenias y desapareció, seguramente mi mujer lo vendió a
los cachineros por comprar algunos panes. Así vendió mi casaca de cuero,
mi llave inglesa , mis long plays de
vinilo, y cuando le reclamaba se
amargaba y profería ¡Carajo, todavía tienes la raza de reclamar! ¿Por qué no dejas el dinero completo para la
semana? Por no molestarme lo dejaba ahí y seguía de largo.
Esa camiseta, una sola unidad sin uso, lo encontré hace
varias semanas haciendo limpieza y lo dejé en la caja de cosas diversas debajo
de mi escritorio y hoy que quiero escribir recurro a ese artificio. Lo palpo en mis dedos la suave tela.Seguramente era el último ejemplar que no usó nuestro Petromax y quedó olvidada dentro del cuaderno de papá, seguramente, también, llegaba la luz eléctrica a casa y esto debido no, por obra del gobierno o municipalidad sino por el ingenio de don Billón, un vecino del cerro que por su influencia con la embajada de Rusia había solicitado jalar del cableado de la única avenida principal del distrito un medidor particular, y desde ahí en tendidos aéreos (compraba el cable el que necesitaba corriente en su casa) abastecía el suministro a tantos soles mensuales sin demora so pena de corte inmediato. Esto debe de haber sido por el año 1963.
Viene la camiseta dentro de un sobre de número 41 y debajo 400-600 CP que será,
supongo, el rango de luminosidad.
En mi casa del cerro
me tocaba encender el Petromax: llenaba el tanque de kerosene , lo bombeaba. Tendría yo diez años ,
quedaba maravillado mis ojos de niño cómo es que la tela podía resistir tanto
fuego, sin embargo, cuando estaba negro la camiseta un leve y mal movimiento al
Petromax se deshacía y ya no servía la camiseta.Emitía el artefacto un zumbido constante y era por el gas de kerosene que salía de la cámara hasta agotarse después de unas tres horas de uso, más o menos, y había que aumentar más querosene. La luz que desprendía parecía a un foco de 200 W actual. Papá lo colocaba en el umbral de la puerta que unía sala y dormitorio, punto donde había una ventana de la cocina-comedor por lo que una lámpara iluminaba los tres únicos cuartos de la casa.
En tiempo de invierno gustaba sentarme debajo de la lámpara, trasmitía calor, abrigaba, y luz para leer Sampietri, Serrucho del diario Ultima Hora - diario de la tarde, que papá siempre compraba- o, hacer mis tareas escolares mientras papá sobre la mesa encintaba por separado rumas de moneda de medio sol, veinte centavos, reales , medios , dinero de la venta de frutas de la jornada para hacer la compra, en la mañana siguiente, en el mercado mayorista cerca a casa .
Dejábamos el pueblo, repito, a lomo de bestia porque aún no llegaba el carro al pueblo. Salíamos con el alba, un par de mulas, dos borricos habilitados por don Tomás, esposo de una de mis tías. El viaje era lento porque mi papá solía detener la cabalgata en un paraje para contarnos las peripecias que pasó, niño, en tal lugar, nos detallaba el nombre de sus chacras, señalaba el caminito de cabra que ascendía o bajaba a tal lugar, contaba sucesos tristes, cómicos o pendencieros que había pasado a algunos de sus parientes. Avivaba sus recuerdos con sentimiento hasta ponerse a llorar. Además se hacía lento el viaje porque mamá llevaba en su regazo a mis hermanos menores y solía detener la reata , de rato en rato, apearse, alimentarlos, cambiarlos. También, lento, por los animales viejos aunado a la carga de mamá que había engordado y arrobas de papa, oca, trigo, cebada –sobre estas talegas iba yo, orondo y feliz- así la procesión se hacía penosa y lenta. Había que bajar al lecho de un río, ascender una cuesta hasta una meseta, bordearla y bajar hasta otro río y ascender otra cuesta tres veces más alta que la anterior, llamado Lomo largo porque era luengo y estirado, también se le llamaba Cansa caballo .
Circunstancias por la
que la noche se agazapaba sobre la tropilla
antes de llegar el destino. El
destino era llegar a lo alto de la cumbre, mejor dicho, al abra hasta donde
llegaba el carro.
Recuerdo en particular uno de los viajes cuando la noche fue tan oscura que no se veía ni los borricos que iban atrás. Pero oía el fuste que daba el tío Tomás a los remolones
borricos y adelante ,papá, a pie,
llevando la brida de la mula que llevaba la delantera y con la otra
mano alumbrando una lámpara de mano el sendero para que pisaran bien y no se desbarrancaran al precipicio con nosotros.Cuando tapa el cerrazón los cerros, las quebradas, la hoyada es tan oscuro que no se ve las estrellas ni el camino. Si no fuera por la linterna de mano de papá nos hubiéramos detenido. Papá chiflaba los labios: Muac, muac y espetaba ¡Vamos mula vieja, apura, no te quedes! Muac, muac, y por atrás tío Tomas ¡Burro arre, burro de miércoles, arre!
Llegar a la cima parecía quimérico, luego de tantas horas de marcha papá detenía la cabalgata, ajustaba la cincha, descendía mamá a vaciar la vejiga mientras papá arreglaba las mantillas de la gualdrapa, las alforjas, enderezaba anteojeras y baticola, y reanudábamos el ascenso extenuados y con desosiego del alma.
Entonces, en las tres cuartas partes del ascenso desde el cóncavo del cielo encapotado relumbraba una luz fulgurante como una
estrella. ¿Qué es papá?, pregunté. ¡Ah! Es la luz del Petromax, ya vamos a
llegar, me animaba.
En mi corta vida, hasta ese tiempo, fue esa luz obsequio estupendo que pudiera recibir: llegar a la pascana significaba llegar donde, sabía, estaban
esperándonos otras personas que también iban a viajar en el carro y provenían
de diferente pueblos por diferentes caminos, nos esperaba un café caliente de cebada, tal vez, algo que
comer, papa sancochada en un olleta a fuego de leña, queso, algo que morder,
tal vez un guiso ¡Tenia un hambre! ¡Tenía una sed! Ahí estaría, también, el carro, el camión esperándonos para devolvernos
a Lima.
De pronto la luz del Petromax desaparecía tras la accidentada
orografía del cerro, pero luego de un rato reaparecía ¡Cómo deseaba estar ya en la estación! Más
que nada por mamá que sufría con sus dos niños de brazos en la rústica silla de
montar.
Aparte del hambre, la sed, la noche, estaba yo atento al camino,
luciérnagas con vestidos fosforescentes
, barullo de grillos inquietos por la fila
triste , croar de ranas en las sequías nos despedían. Oscuridad intensa pero no tenía miedo, estaba con papáY la luz del Petromax volvía desaparecer y tras una trompa del cerro volvía aparecer … pero no llegábamos
¿No sería un espejismo? Opté pensar en silencio. Tan arduo y penoso era la subida que hacía rato papá no tenía ganas conversar nada, solo llegar.
Parece que los animales que estaban medio muertos tomaron fuerza al percibir la luz cerca y arreciaron el último tramo con brío. Después de un recodo del antepecho del cerro, en línea recta, por fin, apareció a nuestra vista la estación, la pascana: dos casuchas mal hechas, un par de corrales, el destello en toda su plenitud del Petromax y el ómnibus interprovincial inclinado sobre una rampa.
La emanación que despedía el rústico parador parecía la fragancia que exhalaba la hija del visir de un cuento de las mil y una noche, efluvio, aroma serrano que no he hallado en ningún otro sitio, incluso, hasta ahora que soy viejo, sin embargo, lo guardo en mi subconsciente y al rememorarlo trato aprehenderlo pero no puedo describirlo a exactitud.
A la mañana siguiente, mejor dicho dentro de pocas horas, a
las cinco de la mañana el carro salía, bajaba de los más de tres mil metros de altura donde
estábamos.
Los viajeros que nos
recibieron estaban sentados conversando sobre un árbol tendido alrededor de una
fogata tomando chamis -aguardiente con té caliente-
Al vernos se levantaron, nos ayudaron bajar de las sillas y apeados, papá saludó
a todos y todos le abrazaban y le decían, tío , primo, y papá orgulloso
de mi me los presentaba y nombraba sus
nombres; y se volvieron a sentar con papá riéndose con sus ocurrencias,
con su lenguaje remendón y chapucero y contaban el motivo de viajes, sus
aventuras sentimentales, sus cosas, motivos de viajes, al calor del fuego abierto de la leña y el brebaje del
chamis entreteniéndose en la vigila esperando el embarque.
Mi Padre pidió permiso y me llevó dentro del chamizo de
esteras fijados con piedras, y de techo listones de caña que sujetaba una tela plástica,
dentro había otros paisanos sentados
sobre piedras chatas, había comida, nos sirvieron
un seco de cabrito(la zona alta de Yauyos se dedican a la crianza de reses y ganado menudo, generalmente) para nosotros mientras tío Tomás desensillaba las mulas,
deshinchaba los borricos para luego darles forraje y agua y hacerlos
descansar, en la mañana cuando nosotros descenderíamos a Lima Tomás y los
animales volverían al pueblo.
Dentro del refugio había otro Petromax y a pesar de él corría un viento. Estábamos en el abra de dos
cerros por lo que el viento nos llegaba de ambas hoyadas; papá se puso su poncho y yo, ahora, con la
barriga llena, me recostaba en su regazo y mientras él con su sombrero a la pedrada, sus ojos y
bigotes pequeños, su nariz aguileña se solazaba conversando con sus paisanos yo
me dormía feliz, al calor de mi padre y la lumbre del Petromax.
¡Feliz día papá estés donde estés!
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