jueves, 26 de junio de 2014

Mamacha Asunta (Asunción)


 
Al amanecer del jueves sonaron las bombardas y salió la procesión que estaba presidida por diez gigantes. Tras estos seres monstruosos, que en España denominan Tarascas, desfilaban las cofradías y hermandades, y después los religiosos de las principales órdenes llevaban al Santísimo sobre la cureña de un cañón. En otro estamento marchaba el curaca Choquecaxa y las autoridades de los distintos pueblos de indios,  con sus varas y sus trajes engalanados. Llevaban en andas y templetes a sus santos patronos: Santiago Matamoros, los de  Tuna, san Pedro y la Mamacha Asunta  los de san Francisco  de Sunicancha.

Tras el misticismo arribó la ebriedad. Las comparsas de indios serpenteaban alrededor de la mamacha Asunta, y la masa de  indios parecía sumergirse en un trance profundo. Oraban en quechua, depositaban ofrendas de papas, ocas, obleas de maíz llamadas sancu, chicha, y brindaban haciendo desordenadas circunvoluciones.

 El cura Fancisco de Ávila se percató de la extrema exaltación que habitaban en el pecho de los aborígenes. El estrépito de un cañonazo sacudió la plaza. El extirpador (Francisco de Ávila llamado  primer juez extirpador de idolatrías) se dirigió  al altar portátil de la virgen de la Asunción. Entonces enarboló el sable de un soldado y rompió las telas y los ornamentos del anda.

Los relinchos y los ánimos se exacerbaron. Ávila insistió en sus destrozos haciendo añicos los oropeles  las cenefas y los brocados que adornaban la venerada imagen de la patrona de mama Asunta. Finalmente, rasgó el manto de la virgen y encontró que bajo sus  regias vestiduras de oro y seda se escondía un ídolo de  palo de la insaciable Chupiñamca.

-¡Indios pérfidos!, clamó. Los lanceros se abalanzaron  sobre la masa y rescataron al cura que estaba a punto de ser ajusticiado por los indígenas.

 

(Tomado de Dioses y Hombres de Huarochirí, narración quechua recogida por Francisco de Ávila (¿1598?) y traducción castellana de José María Arguedas)

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