martes, 20 de septiembre de 2011

La marinera

Ella le miraba bailar, su arte era maduro, fino  depurado
Vaporoso ondeaba el pañuelo con marcado estilo
Se enamoró de su baile sin importarle quien era
La próxima pieza esperó, de lejos  retó  la mirada

Venido él de lejano lugar, ella, oriunda de la campiña
Se quitó, atrevida, los zapatos, circundó la tierra apisonada
buscando por donde entrar y poniéndose en guardia
defendía su fuero con mirada altiva y pedante

Orillando  su tersa mano el vuelo de su falda labrada
la angostura de su talle convergía al cortejo del galán
qué, centellaba sus ojos subyugar tal cintura combada,
quebrada, afán de varón arqueaba su torso adelante

Haciendo adehala dar un beso cubriéndose  al sombrero
retiró al punto, la morra trigueña ladeaba a los lados
cabello en moño, sujetaba a  una agujeta  color morada
el baile se esparcía bajo la sombra del algarrobo

Llegado al apogeo de la contienda el pago del hombre
Amañaba  la baqueteada ante el  aguijón de los presentes
Terminando la faena :  lance de brazo y pañuelo extendido
él una rodilla apoyando el  piso, y, ella, levaba triunfante

Se enamoró de su baile sin importarle quién era
solo se enteró, después, le doblaba  en edad, aun así,
Terminado la fiesta en la campiña, unos días mas
el corazón en el pañuelo, a la ciudad  se fugaron.

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