Giovanni Falcone , el juez
italiano célebre por su lucha contra la Cosa Nostra, fue asesinado con su mujer
y tres guardaespaldas en una explosión de media tonelada de dinamita que
sacudió la carretera a Palermo.
Paolo Borselino, otro juez antimafia, acababa de almorzar en un restaurante
con su familia cuando estalló a su lado un Fiat 126.
Rocco Chinnici, jefe de ambos, también murió por la explosión de un
coche bomba.
Rodrigo Lara Bonilla, ministro de justica de Colombia, uno de los
mayores enemigos del cártel de Medellín, fue baleado en su coche por un sicario
en motocicleta.
A Tulio Manuel Castro, un juez colombiano que llamó a juicio a Pablo Escobar
por un asesinato, lo acribillaron cuando tomaba un taxi para ir al entierro de un
tío.
Robert Smith Vance murió al abrir un paquete bomba enviado por un
hombre al que había condenado.
Al magistrado español José María Lidón un miembro de ETA lo mató frente
a su mujer y su hijo.
La hondureña Mireya Mendoza estrelló su coche contra un semáforo cuando los
criminales que investigaba les dispararon por la ventanilla.
A Alexander Martins, un juez brasileño que investigaba a un grupo de
asesinos a sueldo, lo mataron al llegar
al gimnasio el día que dio libre a su guardaespaldas.
A Patricia Acioli , una jueza de Rio de Janeiro que investigaba los
nexos entre la policía y el crimen organizado, le dispararon más de veinte
veces mientras intentaba abrir la puerta de su garaje.
La Asociación de Magistrados de
Brasil dice que al menos cuatrocientos jueces están o se sienten amenazados. Todos pertenecen a la
rara estirpe de magistrados que están dispuestos
a arriesgar la vida para hacer valer la
ley.
(Alejandra Sánchez Inzunza/etiqueta negra/nº 114)
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