domingo, 14 de diciembre de 2014

La fiesta del infierno


Antes de ayer, Honores salió  de noche con una chica, y llegó a su casa pasado las once. Su mujer, como si intuyera  el engaño pero no tuviera   contundencia de  pruebas, se molesta e indispone a sus hijos pequeños que aun no querían dormir y jugaban. Con indirectas ofendía a Honores que esperaba sentado vanamente la cena. No exigió Honores y con una bofetada al aire se levantó y se fue a dormir a su cuarto –dormían separados-.
Ayer, le había parecido temprano ir a  casa cuando salió de la imprenta donde trabajaba y no quiso llegar temprano porque su mujer, pensó, seguiría aun molesta, y, sabía, que eso le duraba días. Estaba solo en la calle mientras el tráfico a  hora punta braveaba. Los carros difícilmente  salían del centro de la ciudad .Eran días previos a  navidad.
La línea de autobús que venían del centro , veía Honores,  apretujado de pasajeros, preferían, aun así, viajar al centro. Faltaban   varios días para la noche buena. Otros, llenaban  los taxis con cajas de panetones, provisiones de leche, juguetes embalados en bonitas cajas… Se les veía a la gente exhaustos pero felices, ansiosos llegar a sus domicilios, tal vez, a terminar  armar el arbolito agregando esferas , lazos y animalitos decorativos que faltaran ;  algunos llevaban latas de pintura, seguro, para pintar la casa porque iban a llegar de Argentina, por decir, el hermano con su esposa porteña  que aun no conocía, de Italia la hija enfermera, de España el compadre, sabe dios quién más y de dónde.
Pero Honores  no quería apurarse en hacer las compras,  herido en su interior por la razón que él sabía.
En vez de comprar o  tomar el micro que le llevara a su casa prefirió tomar otro  al centro de la ciudad.
Apeado en el centro  caminó por el efervescente  boulevard del jiron de La Unión con las manos en los bolsillos y desangrándose por dentro. Miraba a una joven pareja abrazándose en medio del gentío,  acariciándose, tal vez, era  su primera navidad juntos y suponían que era el preludio de más navidades felices . Se besaban sin importarles la gente, además, éstos, estaban atentos para comprar  y  no  para ver un encandilada una pareja, veían adornos y ofertas de las vitrinas.   Papás que se acaloraban con las mamás sobre tal o cual regalo comprar para tal o cual   hijo, y sopesaban  los precios. Otras familias enteras se tomaban fotos con algún gordinflón Papa Noel que  meneaba  una campana. Otras parejas hacían cola por un sándwich o copo de helado; otros, escogían los mejores CD de villancicos; otros, jóvenes, llenaban sus USB con música bailable para disfrutar después de la cena de  noche buena en casa  y salir a disfrutar el resto de la noche visitando la casa de amigos. Otros, crédulos compraban la tinka,  juego de lotería, que por navidad   ofrece un pozo histórico y, comprando el billete, levantaban la mirada al cielo y clamaban a dios por un milagro.

En las bocas calles transversales del largo boulevard veía el apesadumbrado Honores cómo se formaba un  tumulto de gente con sus paquetes  esperando largo rato  un taxi disponible.
Helados, pizas , dulces , en módulos instalados a los costados de las tiendas por departamentos , a lo largo de la calle peatonal y, sobre todo, en cada calle transversal  del boulevard, tanto a la izquierda como a la derecha del jirón de la Unión, en la semi oscuridad,donde  picaroneras con su mano diestra cogiendo la masa batida  que  esparce en el perol de aceite caliente y con un palito en la otra mano cuida que las roscas formadas  no se peguen una con ottra; mazamorreras,  anticucheras, …
Muchos vendedores ambulante  a todo lo largo del boulevard  venden juguetes poniendo en ON la batería del carro bombero, por ejemplo, y lo replanaban  a la  vereda para mostrar al potencial  cliente, y las luces intermitentes fulguran, el ulular de la sirena chía  y cuando se detiene la escala telescópica con un minúsculo bombero y su respectiva manguera echa espuma, cuidando , siempre, el vendedor ambulante  que el mar de piernas de la calzada no dañe el juguete; otro, ofrecía un motocross con batería, otro, una patineta, etc. 

Sin embargo, para Homero esta Navidad le parecía la fiesta del infierno. Su mujer, seguramente, pensó, estaba tratando resarcirse, sacarse el clavo  con otro  hombre, como lo hacia cada vez que se peleaban.  Honores quiso también sacar el pie del plato pero, inútilmente, no le llenaba el corazón como sucedió hace dos noches. Ni dentro ni fuera de su casa hallaba felicidad. Ahora mismo, pensó, podía llamar por teléfono a  fulana o sutana y pasar el resto de la noche pero no, sabía que solo encontraría una simulación de felicidad que desaparecía pronto.
Honores  observaba, todo, con un mohín duro, parco y silencioso, se hacía cuadritos el corazón. Puso más atención en el barullo y congestión de la gente. Pero si ponía atención había retratos oscuros en el mismo boulevard que los compradores no reparaban: un mendigo amputado una pierna pidiendo limosna, un ladronzuelo  en el tumulto de las bocacalles con sus manos diestras en bolsillos ajenos, tal vez, para poder comprar un panetón y poder llevar a su familia, una prostituta que sonrié a cualquiera que roza, unos niños haciendo piruetas por unas monedas…
Perniciosamente se le había metido en la cabeza a Honores  las actitudes de su mujer. Sabía cómo era de mierda. Si por ejemplo, hoy en vez de venir al centro hubiese ido a  casa temprano no la habría encontrado y si preguntaba a la empleada diría  ésta que no dijo donde iba y volvería tarde. Y cuando lllegara y le preguntara dónde estaba respoderia ella ¿acaso tú dices dónde estabas?
Y si por una suerte la hubiese encontrado en casa y le sugería : Mujer, ¿vamos a la calle a comprar los regalos? Estaba seguro que ella respondería ¡Anda tú, yo tengo que hacer!  Y si de relanzin le hubiese propuesto: Entonces me llevo a los niños.  Ella hubiese respondido: No pueden ir, tengo que bañarlos,  o cuestionaría: Ya es muy tarde, lo  hubieses dicho temprano; o sino no: No pueden salir, mañana tienen que ir a la escuela  y tienen que dormir.   Y si los llevaba a viva fuerza como sucedió la navidad pasada entonces eran jaloneados por cada lado y se ponían a llorar.

¡Maldita  mi mujer, maldita esta navidad!, dijo para si y  Honores metió la mano al bolsillo, sacó su celular y marcó a la  simuladora de felicidad.

Hoy, por la madrugada  baja las escaleras de un hotelucho una mujer sin que el administrador se entere , éste, mas tarde, se enterará que un hombre de mediana edad ha muerto de un paro cardiaco.

 

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