Antes de ayer, Honores salió de noche con una chica, y llegó a su casa
pasado las once. Su mujer, como si intuyera
el engaño pero no tuviera
contundencia de pruebas, se
molesta e indispone a sus hijos pequeños que aun no querían dormir y jugaban.
Con indirectas ofendía a Honores que esperaba sentado vanamente la cena. No
exigió Honores y con una bofetada al aire se levantó y se fue a dormir a su
cuarto –dormían separados-.
Ayer, le había parecido temprano ir a casa cuando salió de la imprenta donde
trabajaba y no quiso llegar temprano porque su mujer, pensó, seguiría aun
molesta, y, sabía, que eso le duraba días. Estaba solo en la calle mientras el tráfico
a hora punta braveaba. Los carros
difícilmente salían del centro de la
ciudad .Eran días previos a navidad.
La línea de autobús que venían del centro , veía
Honores, apretujado de pasajeros,
preferían, aun así, viajar al centro. Faltaban varios días para la noche buena. Otros,
llenaban los taxis con cajas de
panetones, provisiones de leche, juguetes embalados en bonitas cajas… Se les
veía a la gente exhaustos pero felices, ansiosos llegar a sus domicilios, tal vez, a terminar armar el arbolito agregando esferas , lazos y
animalitos decorativos que faltaran ; algunos llevaban latas de pintura,
seguro, para pintar la casa porque iban a llegar de Argentina, por decir,
el hermano con su esposa porteña que aun
no conocía, de Italia la hija enfermera, de España el compadre, sabe dios quién más y de dónde. Pero Honores no quería apurarse en hacer las compras, herido en su interior por la razón que él sabía.
En vez de comprar o tomar el micro que le llevara a su casa prefirió tomar otro al centro de la ciudad.
Apeado en el centro caminó por el efervescente boulevard del jiron de La Unión con las manos en los bolsillos y desangrándose por dentro. Miraba a una joven pareja abrazándose en medio del gentío, acariciándose, tal vez, era su primera navidad juntos y suponían que era el preludio de más navidades felices . Se besaban sin importarles la gente, además, éstos, estaban atentos para comprar y no para ver un encandilada una pareja, veían adornos y ofertas de las vitrinas. Papás que se acaloraban con las mamás sobre tal o cual regalo comprar para tal o cual hijo, y sopesaban los precios. Otras familias enteras se tomaban fotos con algún gordinflón Papa Noel que meneaba una campana. Otras parejas hacían cola por un sándwich o copo de helado; otros, escogían los mejores CD de villancicos; otros, jóvenes, llenaban sus USB con música bailable para disfrutar después de la cena de noche buena en casa y salir a disfrutar el resto de la noche visitando la casa de amigos. Otros, crédulos compraban la tinka, juego de lotería, que por navidad ofrece un pozo histórico y, comprando el billete, levantaban la mirada al cielo y clamaban a dios por un milagro.
En las bocas calles transversales del largo
boulevard veía el apesadumbrado Honores cómo se formaba un tumulto de gente con sus paquetes esperando largo rato un taxi disponible.
Helados, pizas , dulces , en módulos instalados a los costados de las tiendas por departamentos , a lo largo de la calle peatonal y, sobre todo, en cada calle transversal del boulevard, tanto a la izquierda como a la derecha del jirón de la Unión, en la semi oscuridad,donde picaroneras con su mano diestra cogiendo la masa batida que esparce en el perol de aceite caliente y con un palito en la otra mano cuida que las roscas formadas no se peguen una con ottra; mazamorreras, anticucheras, …
Muchos vendedores ambulante a todo lo largo del boulevard venden juguetes
poniendo en ON la batería del carro bombero, por ejemplo, y lo replanaban a la
vereda para mostrar al potencial cliente, y las luces intermitentes fulguran, el
ulular de la sirena chía y cuando se detiene
la escala telescópica con un minúsculo bombero y su respectiva manguera echa
espuma, cuidando , siempre, el vendedor ambulante que el mar de piernas de la calzada no dañe el
juguete; otro, ofrecía un motocross con batería, otro, una patineta, etc. Helados, pizas , dulces , en módulos instalados a los costados de las tiendas por departamentos , a lo largo de la calle peatonal y, sobre todo, en cada calle transversal del boulevard, tanto a la izquierda como a la derecha del jirón de la Unión, en la semi oscuridad,donde picaroneras con su mano diestra cogiendo la masa batida que esparce en el perol de aceite caliente y con un palito en la otra mano cuida que las roscas formadas no se peguen una con ottra; mazamorreras, anticucheras, …
Sin embargo, para Homero esta Navidad le parecía la
fiesta del infierno. Su mujer, seguramente, pensó, estaba tratando resarcirse,
sacarse el clavo con otro hombre, como lo hacia cada vez que se peleaban. Honores quiso también sacar el pie del plato pero, inútilmente, no le llenaba el corazón como sucedió hace dos noches. Ni dentro ni fuera de su casa hallaba felicidad.
Ahora mismo, pensó, podía llamar por teléfono a
fulana o sutana y pasar el resto de la noche pero no, sabía que solo encontraría una simulación de felicidad que desaparecía pronto.
Honores observaba,
todo, con un mohín duro, parco y silencioso, se hacía cuadritos el corazón. Puso más atención en el barullo y
congestión de la gente. Pero si ponía atención había retratos oscuros en el mismo boulevard que los
compradores no reparaban: un mendigo amputado una pierna pidiendo limosna, un
ladronzuelo en el tumulto de las
bocacalles con sus manos diestras en bolsillos ajenos, tal vez, para poder comprar un panetón y poder llevar a su familia, una prostituta que sonrié a cualquiera que roza,
unos niños haciendo piruetas por unas monedas…Perniciosamente se le había metido en la cabeza a Honores las actitudes de su mujer. Sabía cómo era de mierda. Si por ejemplo, hoy en vez de venir al centro hubiese ido a casa temprano no la habría encontrado y si preguntaba a la empleada diría ésta que no dijo donde iba y volvería tarde. Y cuando lllegara y le preguntara dónde estaba respoderia ella ¿acaso tú dices dónde estabas?
Y si por una suerte la hubiese encontrado en casa y le sugería : Mujer, ¿vamos a la calle a comprar los regalos? Estaba seguro que ella respondería ¡Anda tú, yo tengo que hacer! Y si de relanzin le hubiese propuesto: Entonces me llevo a los niños. Ella hubiese respondido: No pueden ir, tengo que bañarlos, o cuestionaría: Ya es muy tarde, lo hubieses dicho temprano; o sino no: No pueden salir, mañana tienen que ir a la escuela y tienen que dormir. Y si los llevaba a viva fuerza como sucedió la navidad pasada entonces eran jaloneados por cada lado y se ponían a llorar.
¡Maldita mi mujer, maldita esta navidad!, dijo para si y Honores metió la mano al bolsillo, sacó su celular y marcó a la simuladora de felicidad.
Hoy, por la madrugada baja las escaleras de un hotelucho una mujer sin que el administrador se entere , éste, mas tarde, se enterará que un hombre de mediana edad ha muerto de un paro cardiaco.
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