Mañana pienso ir al cementerio, la casa blanca, de jirones parecidos,
torcidos; en algún lugar con algún baldaquín en algún cruce de alguna familia
pudiente, no, donde mi hermana habita, al fondo del corralón, en la última
puerta; ciudad de los muertos al que todos llegaremos algún día.
Hoy es feriado, no debería ira a trabajar pero como es
sábado y, mañana domingo, me parece descabellado dos días sin ir a trabajar,
mucho lujo para mí.
Para muchas
parejas de esposos jóvenes les parecerá estupendo tener dos días de licencia de
estar juntos y organizar una pequeña excursión o algo así pero, para nosotros
no, con las justas aceptamos un domingo, mirarnos como bobos pero dos, no.
Hoy, feriado, dicen, es Día de los muertos y mañana Todos los santos, los que llevamos
nombres de los primeros santos: Juan, Lucas, Hilarión, etc. Pero los que se
llaman Ali, Franyó, Danfer, Vladimir ¿no será de ellos? Pero yo visitaré a mi
muertita, mañana, acomodaré el día a mi
capricho.
Todos los años la visito a pesar de ser, ya, cerca de treinta
años. He visto el fecharlo de lápidas
contiguas a ella pero a sus familiares como que ya no le importa, vense lápidas
viejas,
sucias, sin jardineras, muestran la pena del olvido. Pero si me muero yo y mis
padres, los únicos que la conocimos a Elizabeth ¿no será olvidada igualmente?. Por eso, mientras vivo no pienso
ausentarme, al contrario, como que en los últimos años no es una vez al
año mi visita, es más, la busco más frecuente para que después de sincerarme con ella halle , yo, cierta reconfortación.
Está por la parte media del último cuartel del
camposanto, quinta puerta. Tras la última pared, larga divisoria del cementerio, hay una pista asfaltada donde fluye micros y autos que van a la zona éste de Lima.
Mucho ruido en los últimos nichos, soñé que me dijo una vez: No me dejan
dormir, mucho ruido…
En su pabellón, Santa Adela, hay compartimiento de
nichos a cada lado. Entrando, a la
izquierda, a ras del piso, en el primero de los siete niveles, está el de ella. Da la casualidad que a su
lados hay otras niñas sepultadas, pienso, que en la fiesta de las tinieblas
saldrá a jugar la ronda.
Bella durmiente, se fue niña, se fue pura, santa y
virgen. En los años que la fecha primero de noviembre no caía sábado o domingo iba temprano, antes de ir a trabajar, apenas abría el cementerio para encontrarnos solos sin, aun, visitantes, separados por aquella tapa delgada de frotachado blanco a donde aporreaba mis nudillos esperando alguna respuesta. Limpiaba la jardinería mientras, listaba mis penas y antes de colocar cada racimo besuqueaba cada crisantemo y luego espurreaba agua a su frenética sed, y le contaba…
Mañana seguramente la encontraré llena de rosas y un gladiolo blanco en el centro como suele
adornar mis padres a su hija y, tal vez,
acudan mis hermanos menores (no le
llegaron a conocer).
Cuando murió mi hermana, atropellada, yo también era niño, dos años mayor, confesaré que inmediato no sentí mucho su
pérdida , todavía no estaba preparado mi corazón para sufrir; cuando el tema de la muerte comentaban en mesa
mis padres corría ,a la calle a jugar con
mis amigos. Sentí su pérdida después de los quince años de edad en que me hacia
falta una compañía en la casa que solía estar vacía: el hermano que me seguía tenía cinco años y mama que salía de la casa a las seis de la
mañana se lo llevaban al negocio y no regresaban hasta las nueve o diez de la noche. Yo me quedaba solo en casa porque
papá también salía a otro lugar de Lima.
Necesitaba una voz que me oyera, escuchara
mis jóvenes y pulsantes apreciaciones que me nacía, diferentes puntos de vista sobre temas
coyunturales de la edad. Con mis padres nunca
pude confiar ese torbellino que me
irrumpía, aunque siempre les respetaba. Una persona de mi edad a quién confiar
que tenía una amiga, comentarle una película, o tener con quién ir a un baile o
con quién cantar las canciones de moda. Mi casa era un enorme silencio.Antes de los quince tuve relación sana con mis amigos de barrio, al trompo, las bolas, al fútbol; pero a los quince años sufrieron mis amigos un cambio, se animaron tomar cerveza, fumar, jugar a cartas horas enteras, la mayoría de mis amigos y algunos a hurtar cosas menores en el mercado de abasto que estaba cerca; pero en vez de ser sancionados por nuestra comunidad, en cambio, eran esos aprendices de rateros el centro del corro y se les respetaba y aceptaba la cerveza, cigarros y entradas al cine o al taco que invitaban . Aquello no lo acepté, sobretodo, por la presión de mis padres que me exhortaban a no caer en ello, sobre todo papá, que era común su retahíla de no inclinarme a malos elementos. Pero no me decía, en cambio, aparte de estudiar a que otras cosas podía dedicar un joven de quince años, en qué pasar sus horas libres .
Todo ello me hizo autoexiliarme en casa y fue amoldando mi carácter a ser introvertido. Ahí
me hacia falta mi hermana. Me volví taciturno y por evitar la depresión no me quedó otra que ir ayudar a mis padres en su negocio cumpliendo tareas de mayor de edad siendo aun muy
joven y ver pasar los años desvinculado de
una juventud normal.
Mañana le diré además. ¿No te cansas de dormir? Me preguntaré
una vez más, ¿cómo hacer para que por un resquicio, por una hebra de túnel, le llegue la luz que me lleve
a ella y, gritar por ahí, tal que pueda oírme ...
Y mañana me
disculparé nuevamente: Hermana, le diré:
¿No te dejo descansar tranquilamente,
no? sino que voy a contarte mis penas,
acusar a x personas la desconsideración que me tienen, pedirte con apremio consejo en
esta vía del infortunio; y hacerte más difícil tu estancia cuando te confiese
que pienso acabarme , mutilarme, para acompañarte , más cerca, por dentro de
la hebra de luz del túnel, en ese largo silencio,
cuchichear cosas pendientes que me ha
pasado desde tu partida.
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