sábado, 1 de noviembre de 2014

Visitando la hermana


Mañana pienso ir al cementerio, la casa blanca, de jirones parecidos, torcidos; en algún lugar con algún baldaquín en algún cruce de alguna familia pudiente, no,  donde mi hermana  habita, al fondo del corralón, en la última puerta; ciudad de los muertos al que todos llegaremos algún día.
Hoy es feriado, no debería ira a trabajar pero como es sábado y, mañana domingo, me parece descabellado dos días sin ir a trabajar, mucho lujo para mí.

 Para muchas parejas de esposos jóvenes les parecerá estupendo tener dos días de licencia de estar juntos y organizar una pequeña excursión o algo así pero, para nosotros no, con las justas aceptamos un domingo, mirarnos como bobos pero dos, no.
Hoy, feriado, dicen, es Día de los muertos y mañana  Todos los santos, los que llevamos nombres de los primeros santos: Juan, Lucas, Hilarión, etc. Pero los que se llaman Ali, Franyó,  Danfer, Vladimir  ¿no será de ellos? Pero yo visitaré a mi muertita, mañana,  acomodaré el día a mi capricho.
Todos los años la visito a pesar de ser, ya, cerca de treinta años. He visto el fecharlo de  lápidas contiguas a ella pero a sus familiares como que ya no le importa, vense lápidas  viejas,  sucias, sin jardineras,  muestran la pena del olvido. Pero si me muero yo y mis padres, los únicos que la conocimos a Elizabeth ¿no será olvidada igualmente?.  Por eso, mientras vivo no  pienso  ausentarme, al contrario, como que en los últimos años no es una vez al año mi visita, es más, la busco más frecuente para que  después de sincerarme  con ella halle , yo, cierta reconfortación.

Está por la parte media del último cuartel del camposanto, quinta puerta. Tras la última pared, larga divisoria del cementerio,  hay una pista asfaltada donde  fluye  micros y autos que van a la zona éste de Lima. Mucho ruido en los últimos nichos, soñé que me dijo una vez: No me dejan dormir, mucho ruido…
En su pabellón, Santa Adela, hay compartimiento de nichos  a cada lado. Entrando, a la izquierda, a ras del piso, en el primero de los siete niveles,  está el de ella. Da la casualidad que a su lados hay otras niñas sepultadas, pienso, que en la fiesta de las tinieblas saldrá a jugar la ronda.
Bella durmiente, se fue niña, se fue pura, santa y virgen.
En los años que la fecha primero de noviembre no caía  sábado o domingo iba temprano, antes de ir a trabajar, apenas abría  el cementerio  para  encontrarnos solos sin, aun, visitantes, separados por aquella tapa delgada de frotachado blanco a donde aporreaba  mis nudillos esperando alguna respuesta. Limpiaba la jardinería mientras, listaba mis penas y antes de colocar cada racimo besuqueaba  cada crisantemo y luego espurreaba  agua a su frenética sed, y le contaba…

Mañana seguramente la encontraré llena de  rosas y un gladiolo blanco en el centro como suele adornar mis padres a su hija  y, tal vez,  acudan mis hermanos menores (no le llegaron a conocer).
Cuando murió mi hermana, atropellada, yo también era  niño, dos años mayor,   confesaré que inmediato no sentí mucho su pérdida , todavía no estaba preparado mi corazón para sufrir;  cuando el tema de la muerte comentaban en mesa mis padres corría  ,a la calle a jugar con mis amigos. Sentí su pérdida después de los quince años de edad en que me hacia falta una compañía en la casa que solía estar vacía: el  hermano que me seguía tenía cinco años  y mama que salía de la casa a las seis de la mañana se lo llevaban al negocio y no regresaban hasta las nueve o diez  de la noche. Yo me quedaba solo en casa porque papá también salía a otro lugar de Lima.   Necesitaba una voz que me oyera,  escuchara mis jóvenes y pulsantes apreciaciones  que me nacía,  diferentes puntos de vista sobre temas coyunturales de la edad.  Con mis padres nunca pude  confiar ese torbellino que me irrumpía, aunque siempre les respetaba. Una persona de mi edad a quién confiar que tenía una amiga, comentarle una película, o tener con quién ir a un baile o con quién cantar las canciones de moda. Mi casa era un enorme silencio.
Antes de los quince tuve relación sana con mis amigos de barrio, al trompo,  las bolas, al fútbol; pero a los quince años  sufrieron mis amigos un cambio, se animaron  tomar cerveza, fumar, jugar a cartas horas enteras,  la mayoría de mis amigos y algunos a hurtar cosas menores  en el mercado de abasto que estaba cerca; pero en vez de ser sancionados por nuestra comunidad, en cambio, eran esos aprendices de rateros el centro del corro  y se les respetaba y aceptaba la cerveza, cigarros  y entradas al cine o al taco que invitaban . Aquello no lo acepté, sobretodo, por la presión de mis padres que me exhortaban  a no caer en ello, sobre todo papá, que era común su retahíla  de no inclinarme a malos elementos. Pero no me decía,  en cambio, aparte de estudiar a que otras cosas podía dedicar un joven de quince años, en qué pasar sus horas libres .

Todo  ello  me hizo autoexiliarme  en casa y  fue amoldando mi carácter a ser introvertido. Ahí me hacia falta mi hermana. Me volví taciturno y por evitar la depresión  no me quedó otra que ir  ayudar a mis padres  en su negocio cumpliendo  tareas de mayor de edad siendo aun muy joven y ver pasar los años  desvinculado de una juventud normal.
Mañana le diré además. ¿No te cansas de dormir? Me preguntaré una vez más, ¿cómo hacer para que por un resquicio, por una hebra de túnel, le llegue  la luz que me lleve a ella y, gritar por ahí, tal que pueda oírme ...

 Y mañana me disculparé nuevamente: Hermana, le diré:   ¿No te dejo descansar tranquilamente, no? sino que voy a contarte  mis penas, acusar  a x personas  la desconsideración  que me tienen, pedirte con apremio consejo en esta vía del infortunio; y hacerte más difícil tu estancia cuando te confiese que  pienso acabarme , mutilarme,  para acompañarte , más cerca, por dentro de la hebra de luz  del túnel, en ese largo silencio, cuchichear cosas pendientes  que me ha pasado desde tu partida.
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 recogido de apunte de nov. 86

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