domingo, 30 de noviembre de 2014

No, no me imagino…


No me imagino en una silla de ruedas, viejo, sin poder caminar, con mi mujer, atrás, empujándome. No, no me imagino. Tampoco, cumplan su deber  mis hijos, ellos son indiferentes como su madre.
Decrépito, yo, ya no estará  mi madre. Con mi hermana no cuento porque se dejará llevar por su marido y éste pata no me pasa ni le paso. Mis hermanos  varones, sufriendo cómo parar la olla, después, supongo, para ellos mismos será peor: se disculparan pronto que no puedan estar pendiente de mí por diferentes razones; o sea,  no tendré a nadie que cuide de mí.
Tengo que ver la forma de acabar  mi vida  ahora que aun puedo subir un cerro o un puente. Tengo que pensar y tomar decisiones.
O, tal vez, me anime  dar un fideicomiso a un  asilo; comprar, hoy, al contado un sepelio con funeral incluido, cargadores y plañideras, que me lloren de mentira siquiera.
O, tal vez, ir al pueblo de mi padre los últimos años, como he visto hace poco que he ido por ahí: viejitos que han hecho su vida en ciudades de la costa pero han regresado a su pueblo serrano a pasar sus últimos años.  Me percaté que salen de sus casas después de almuerzo,  se sientan en los bancos de la única plaza toda la tarde y conversan entre ellos las últimas novedades: quién ha llegado para que le cuente los últimos chismes, quién se fue (quién murió)  porque habrá comida después del entierro, o,  tal vez, un coñac Remy Martin o un Courvoisier -depende la familia del muerto-, o, modestamente, un Chamis (licor barato  con té caliente)
 Y al caer la tarde vuelven  a su casas a sentarse sobre un ladrillo en la pequeñas cocina de adobe y techo de paja a  contar a sus nietos o bisnietos sus aventuras y desventuras en la ciudad bajo el calor de la lumbre del fogón que centella leña y carhuata (bosta seca de ganado)
 Tal  vez podría volver al pueblo de mi padre a morir pero nadie me conoce por lo que aún tengo tiempo de hacer amigos viejos siendo viejo yo también.  Espero que hasta que  mi final llegue pavimenten de asfalto  las calles del pueblo y coloquen faroles en las esquina   porque un  tropezón  en la oscuridad me rompería  la crisma antes de tiempo,  y mi casa está a la salida del pueblo, cerca al panteón, también,  de barro.
Total, si no me hacen ninguna ceremonia puedo caminar unos pasos al camposanto a enterrarme  yo mismo.


(Con este dolor en los abductores que se desparrama por la rodilla  y canilla por un lado; y por otro,  el dolor del hombro  que no puedo voltear a la izquierda ni mirar a las muchachas en los pisos altos ; y por  otro más: el zumbido del oído y el dolor en el trapecio ¡Ay de mí!)

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