Por aquel tiempo -1967- Juana y Chante (1) vivían en nuestra casa. Yo, en realidad, les empecé a tener cólera porque desde que llegaron le dieron nuestro catre matrimonial a ellos y nosotros bajamos a una tarima barata. Pero no dije nada, Chante era sobrino carnal de mi esposo.
Pero sí, reconozco, tragaba yo amargura. Una vez la Juana que a veces me
ayudaba en la cocina preparó una sopa tan fea y grasosa. Yo no comí. Pero después llegó
mi esposo. Juana le sirvió y yo expectante esperaba que mi marido se quejara
pero no, se lo comió gustoso.
Entonces, al estar solos, le dije: ¡Aja, que bien comes la porquería que te prepara tu sobrina! Le
sorprendí, y agregué:¡Pero si yo prepararía algo así seguro que te quejarías!
Y el, herido o descubierto, me aventó
el plato por la cara, menos mal vacío. Yo tomé una escoba y le di por
los brazos, por el cuerpo. De esa manera me desfogaba las desavenencias no despedidas
de mi alma, de la pobreza en que vivíamos, de todo. Peleamos.
Terminado, se fue de la casa. Orgullosa no pregunté nada. No vino esa
noche. Al día siguiente fui a buscarle ¿A dónde puede haber ido?, me preguntaba. En la cercana
casa de su otra sobrina, Candelaria, no
estaba. En la casa de mis padres, cerca también a la nuestra, desde el primer
momento pensé que no se atrevería a buscar refugio en casa de suegros pero fui,
disimulada, y tampoco estaba. ¿A dónde puede haber ido?, me preocupaba. Nunca en
16 años de matrimonio me había hecho eso. Descartando otros sitios
no me quedó otra alternancia especular que se había ido a su pueblo.
Fui, al acabar la tarde, a la única agencia que expende pasajes y
encomiendas a ese pueblo y pregunté al
empleado si un tal, di su nombre completo,
había comprado un pasaje el día de ayer. En efecto, estaba registrado.
Me tranquilicé.
Pero era su mujer, tenía que estar
conmigo, espere una semana, no volvía.
Un mes, nada, ese dolor de su ausencia
me propinaba preocupación, esa soledad
me abrumaba ¿Por qué tuve que cuestionarlo? Me auto culpaba. Creía ser la
causante. Hasta me salía roncha. Un llanto
manso me apremiaba al ver su silla, en
el comedor, vacía.
Mi voz perdía su volumen pero a veces gritaba pero con una toalla
puesto en la cara para que no me oyera mis sobrinos.
Pero lo que quería contarte, hijo, era que tu hermanita de siete años, en ese tiempo, a los pocos
días que se fue tu papá lloraba y lloraba
¿Qué pasa?, le pregunte, y ella decía: Me duele el diente. Le llevé al dentista, la revisó y no tenia nada. Pero
me dio un relajante, un día estaba bien pero luego volvía a llorar. ¿Qué pasa hijita? , volvía a preguntarle y
ella volvía a responderme: Me duele el diente. Le llevé a otro dentista e igual
este dijo: No tiene nada, pero ante mi preocupación, perspicaz, me preguntó:¿No
habrá pasado algo en casa que la haya traumado?
Entonces comprendí que en ese momento de furia no me di cuenta que ella,
seguramente, nos había visto pelear e irse abruptamente a su padre.
Yo, preocupada en mí, egoísta, no le había dado la necesaria explicación a mi hija.
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