lunes, 24 de noviembre de 2014

¡Me duele el diente! (Cuenta mamá)


Por aquel tiempo  -1967-  Juana y Chante (1) vivían en nuestra casa. Yo, en realidad, les empecé a tener cólera porque desde que llegaron le dieron nuestro catre matrimonial a ellos y nosotros bajamos a una tarima barata. Pero no dije nada,  Chante era sobrino carnal de mi esposo.


Pero sí, reconozco, tragaba yo amargura. Una vez la Juana que a veces me ayudaba en la cocina preparó una sopa tan  fea y grasosa. Yo no comí. Pero después llegó mi esposo. Juana le sirvió y yo expectante esperaba que mi marido se quejara pero no,  se lo comió gustoso.

Entonces, al estar solos, le dije: ¡Aja, que bien comes  la porquería que te prepara tu sobrina! Le sorprendí, y agregué:¡Pero si yo  prepararía algo así seguro que te quejarías!  

Y el, herido o descubierto, me aventó  el plato por la cara, menos mal vacío. Yo tomé una escoba y le di por los brazos, por el cuerpo. De esa manera me desfogaba las desavenencias no despedidas de mi alma, de la pobreza en que vivíamos, de todo. Peleamos.

Terminado, se fue de la casa. Orgullosa no pregunté nada. No vino esa noche. Al día siguiente fui a buscarle ¿A dónde  puede haber ido?, me preguntaba. En la cercana casa de  su otra sobrina, Candelaria, no estaba. En la casa de mis padres, cerca también a la nuestra, desde el primer momento pensé que no se atrevería a buscar refugio en casa de suegros pero fui, disimulada, y tampoco estaba. ¿A dónde puede haber ido?, me preocupaba.  Nunca en  16 años de matrimonio me había hecho eso. Descartando  otros sitios  no me quedó otra alternancia  especular que se había ido a su pueblo. 

Fui, al acabar la tarde, a la única agencia que expende pasajes y encomiendas a ese pueblo  y pregunté al empleado si un tal, di su nombre completo,  había comprado un pasaje el día de ayer. En efecto, estaba registrado. Me tranquilicé.

Pero era su mujer,  tenía que estar conmigo,  espere una semana, no volvía. Un mes, nada,  ese dolor de su ausencia me propinaba preocupación,  esa soledad me abrumaba ¿Por qué tuve que cuestionarlo? Me auto culpaba. Creía ser la causante. Hasta me salía roncha.  Un llanto manso me apremiaba  al ver su silla, en el comedor, vacía.

Mi voz perdía su volumen pero a veces gritaba pero con una toalla puesto en la cara para que no me oyera  mis sobrinos.

 Pero lo que quería contarte, hijo,  era que tu hermanita  de siete años, en ese tiempo, a los pocos días que se fue tu papá lloraba y lloraba

¿Qué pasa?, le pregunte, y ella decía: Me duele el  diente. Le llevé  al dentista, la revisó y no tenia nada. Pero me dio un relajante, un día estaba bien pero luego volvía a llorar.  ¿Qué pasa hijita? , volvía a preguntarle y ella volvía a responderme: Me duele el diente. Le llevé a otro dentista e igual este dijo: No tiene nada, pero ante mi preocupación, perspicaz, me preguntó:¿No habrá pasado algo en casa que la haya traumado?

Entonces comprendí que en ese momento de furia no me di cuenta que ella, seguramente, nos había visto pelear e irse abruptamente a su padre.

Yo, preocupada en mí, egoísta, no le había dado la necesaria  explicación a mi hija.

 Ella se moría de pena por su padre, entonces fui en su busca al pueblo a ponerle al tanto que su hija se deprimía pero, en realidad, yo también me moría por él. 
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 (1)Santiago

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