martes, 4 de noviembre de 2014

En prisión la vida es más sabrosa


Agustín Guzmán retornó a las 48 horas de haber fugado del penal de Chincha. Dice que la cárcel le ordena la vida de alguna manera. Parte del dinero que gana  es producto de su tienda dentro del penal, vende golosinas, y hornea pan para los presos,  se lo da -el dinero- cada día de visita a su  nueva mujer, la mamá del reo con el que comparte celda y a quién ahora llama hijo político.


Agustín Guzmán no pensó fugar sino que el día del sismo de 7.9 grados Richter, el terremoto del 2007, había  vencido el muro perimétrico  que da a la playa,   y los 683 reos, todos, habían fugado de la cárcel. El movimiento fue tan fuerte que en el piso del patio central  abrió un boquete y brotó agua de mar que inundó de agua salada el penal que parecía un barco en naufragio. Se corrió la voz, sin saber, por la ciudad de Chincha qué,  todos los reos habían muerto cuando en realidad paseaban por sus calles.
No pagan luz, ni agua, ni alquiler. Pueden tener hasta dos mujeres, la esposa y la amante, y turnarlas los días de visita. Si se enferman, los llevan en ambulancia al hospital ¿Crees afuera van a tener todo eso? Dice una técnica del penal.

Los 683 presos regresaron al penal a los pocos días.

Juan Lévano, el viejo celador, ha visto a muchos entrar y salir de la prisión, una y otra vez, como si la libertad fuera para ellos una anécdota, como si sus vidas  fuera en realidad estar en una prisión.

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