No me imagino en una silla de ruedas, viejo, sin poder caminar,
con mi mujer, atrás, empujándome. No, no me imagino. Tampoco, cumplan su deber mis hijos, ellos son indiferentes como su madre.
Decrépito, yo, ya no estará
mi madre. Con mi hermana no cuento porque se dejará llevar por su marido
y éste pata no me pasa ni le paso. Mis hermanos varones, sufriendo cómo parar la olla, después, supongo, para ellos mismos será peor:
se disculparan pronto que no puedan estar pendiente de mí por diferentes
razones; o sea, no tendré a nadie que
cuide de mí.
Tengo que ver la forma de acabar mi vida
ahora que aun puedo subir un cerro o un puente. Tengo que pensar y tomar
decisiones.
O, tal vez, me anime
dar un fideicomiso a un asilo;
comprar, hoy, al contado un sepelio con funeral incluido, cargadores y
plañideras, que me lloren de mentira siquiera.
O, tal vez, ir al pueblo de mi padre los últimos años, como
he visto hace poco que he ido por ahí: viejitos que han hecho su vida en ciudades
de la costa pero han regresado a su pueblo serrano a pasar sus últimos años. Me percaté que salen de sus casas después de
almuerzo, se sientan en los bancos de la
única plaza toda la tarde y conversan entre ellos las últimas novedades: quién ha
llegado para que le cuente los últimos chismes, quién se fue (quién murió) porque habrá comida después del entierro, o, tal vez, un coñac Remy Martin o un Courvoisier -depende la familia del muerto-, o, modestamente, un Chamis (licor barato con té caliente)
Y al caer la tarde
vuelven a su casas a sentarse sobre un
ladrillo en la pequeñas cocina de adobe y techo de paja a contar a sus nietos o bisnietos sus aventuras
y desventuras en la ciudad bajo el calor de la lumbre del fogón que centella leña
y carhuata (bosta seca de ganado)
Tal vez podría volver al pueblo de mi padre a
morir pero nadie me conoce por lo que aún tengo tiempo de hacer amigos viejos
siendo viejo yo también. Espero que hasta
que mi final llegue pavimenten de
asfalto las calles del pueblo y coloquen
faroles en las esquina porque un tropezón
en la oscuridad me rompería la
crisma antes de tiempo, y mi casa está a
la salida del pueblo, cerca al panteón, también, de barro.
Total, si no me hacen ninguna ceremonia puedo caminar unos pasos al camposanto a enterrarme
yo mismo.
(Con este dolor en los abductores que se desparrama por la
rodilla y canilla por un lado; y por
otro, el dolor del hombro que no puedo voltear a la izquierda ni mirar a las muchachas en los pisos altos ; y por otro más: el
zumbido del oído y el dolor en el trapecio ¡Ay de mí!)