jueves, 31 de julio de 2014

Zico


<…Con el paso de los años apareció un problema neurológico (muy común  en los pequineses, según me dijo la veterinaria) que le provocaba ataques espantosos  que lo dejaban asustadísimo, jadeando con la lengua afuera, temblando, con las patas tiesas.
-Le dan ataques epilépticos –me explicó la veterinaria- ¿sabes lo que es la epilepsia?
-No-le mentí porque siempre me avergonzaba reconocer delante de extraños que yo había sufrido  de pequeño ese mal. Ella entonces, me empezó a explicarme cómo eran esos ataques que yo conocía por propia cuenta. La enfermedad hizo que nuestra relación con mi perro Zico fuera más entrañable.
Cuando le venía los ataques Zico se ponía duro como una piedra y no dejaba de jadear. Yo solo me recostaba con él en el suelo y me quedaba sobando su lomo mientras le acercaba un poco de agua en un pocillo de plástico (o, echándole un poco  de agua mezclada con gotas de clonazepan en el hocico con ayuda de una pipeta) esperando que Zico se recuperara. A veces tardaba horas en mejorarse. Yo dejaba de almorzar con tal de permanecer a su lado. Le recetaron fenobarbital y se quedaba quieto durante largo rato, atontado, torpe, drogado. Golpeándose contra las paredes. Apocado por ese potente medicamento.
Todo empezó a empeorar. No podía  exponerse al sol como a él le encantaba. Cuando salía  a pasear al jardín se ponía mal…Zico dejó  de ser  el mismo y, tras cuernos palos, una artritis fulminante lo puso en un estado calamitoso. Le tenía que dar la comida en la boca. Le compramos pañales. Parecía un anciano decrepito e indefenso.
-Está sufriendo mucho, reflexionó mi papá: Decidan ustedes
-Decide tú, hijo-me dijo mamá- Es tu perro.
-¿Mío? ¡Pero si  fue papá  quien lo había comprado!
El se animó a explícame que en la veterinaria le podían  poner una inyección para que se quedara dormido. Ningún sufrimiento. Solo una inyección que lo haría dormir. Una plácida siesta. Sonaba bien. ¡Excelente! Había un pequeño problema: Zico no volvería a despertar. La siesta seria eterna. ¿Estaba de acuerdo? No.
Mamá me  dijo que si Zico pudiera hablar, entonces él no dudaría en sugerirnos que le apliquemos la eutanasia. No conocían a Zico, él, a pesar de su achaque, se aferraba a la vida. Claro que si, por eso no se dejaba morir.
-Mamá, a ti te gustaría que yo te durmiera si contraes una grave enfermedad?
Su silencio implicó mi victoria: fue como un golazo de Zico en el Maracaná.
¡Cómo se esforzaba mi can por volver a ponerse de pie!!Yo lo ayudaba. El, torpe hasta la lástima, volvía a caer. Me lame la mano y me miraba como pidiéndome que decidiera. Es suficiente, pensé.
Un sábado en la mañana lo llevamos a la veterinaria. La mujer, primero, lo indujo al sueño y nos indicó que pasáramos a contemplarlo  por última vez: todavía está durmiendo pueden despedirse, dijo. Yo me aferré a él y le besé la cabecita. Me puse a llorar y le dije, No te vayas, Zico, yo tenía que irme primero. Le frotaba el lomo  y la veterinaria ganada por la tristeza, también mostró algunas lágrimas que me hicieron pensar que desistiría… que nos diría que mejor no lo durmiéremos para siempre. No fue así: no te sientas mal, me rogó, el perrito en ese estado ya no disfrutaba de la vida, cálmate. Mi madre me sacó de esa sala y lloramos juntos.
A los poco minutos la veterinaria volvió. Ya está, nos dijo ¿Lo traigo en una bolsa negra? Lo traeré yo mismo, le repliqué, nada de bolsas. Entré a sacar a mi perro muerto y lo llevé a casa pegado a mi pecho.  Ya tenia lista la lápida. Hice un hueco con la lampa del jardinero y, sí, recé por él . Era conveniente creer en dios.
Mi hermana me dijo: Piensa que ahora está corriendo en un prado inmenso y muy verde.
-Yo se que está corriendo, lo que no sé es dónde.
Cuando papá se dio cuenta de la lápida montó en cólera. Me dijo que no iba  a permitir que  su casa se convirtiera en un cementerio, hemos debido enterrarlo en otro sitio. Además, preguntó; ¿por qué le pusiste ese mensaje?¿te parece bien? Me quedé callado y me fui a mi habitación mientras él me advertía que iba desaparecer  esa lápida.
Papá no tocó la lápida. Incluso, a veces le pone un rosa…quizá entienda que más que un deseo es una esperanza, una frase que devela mi porvenir….Dicen que en el otro mundo nuestras mascotas nos ayudan a cruzar un gran rio y yo no sé nadar >

De Orlando Mazeira (semanario Hildebrandt…)

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