sábado, 12 de julio de 2014

Camal de Conchucos


Las nueve de la mañana  y era tarde para llegar a mi trabajo. A un más, cuando uno espera con ansia el bus éste para el infortunado no llega, no pasa. Al fin, tomo  un micro pensando que esa línea lo he visto pasar por mi trabajo, subo.Faltando pocas cuadras para llegar  en vez de virar hacia la derecha se va de frente. En vez de  gritar como las mujeres: ¡baja, baja, por favor, me he pasado!, en vez de eso, pienso, de repente en la siguiente cuadra va dar la vuelta en U pero no, sigue de frente. Me equivoqué de carro, me fastidio, después reparo que la línea A de este micro pasa por mi sitio, esta es la B.  Me bajo a la espalda del cementerio EL Ángel si se considera la plazuela de ingreso del jirón Ancash como frontis. Hay una pequeña calle que viene del Agustino y pregunto en el paradero si bajando dos cuadras voltean a la izquierda, en este caso, pero ninguna voltea, todos van de frente al centro de Lima.
No frecuentaba ese lugar mucho tiempo pero no me era desconocido, miraba con detenimiento tratando recordar las estrechas calles.El lugar donde me he bajado  está remozado, las últimas cuadras de la avenida Grau, por fin, están asfaltadas, hay jardines en la berma central y nuevos locales comerciales tratan de dar  buen aspecto  Pero hay una calle polvorienta que abochorna a las otras (Cuando la municipalidad  de Lima remoza  las grandes vías  olvida  las transversales) Sin duda  ya no quiero ir a trabajar, son cerca de las diez y como es mi negocio a nadie tengo que rendirle cuenta, además, la venta está tan baja que una raya menos al tigre no le cambia.

Funciona mi memoria, recuerdo, de niño,  caminaba por estas calles, sobretodo,  por aquella estrecha que hoy se llama José Rivera y Dávalos y que antes era la línea del tren que venia de la cementera de  Lurín, la ruta del tren tocaba  el arenal de San Juan, la hacienda de Monterrico, el Hipódromo, Salamanca, el antiguo Terminal Terrestre hasta bordear el cerro El Agustino –donde yo vivía- Orillaba  por el lado de Bella Luz, seguía por el costado del cuartel Barbones hasta la plaza del mismo nombre y tomaba el tramo final, José Rivera hasta la estación final del jirón Ancash, al costado de la oficina de la Beneficencia que administra el cementerio   Presbítero Maestro.
Me siento en un banco de la plaza El Cercado  esperando que pase las horas, definitivamente, ya no voy a trabajar. Del Agustino donde vivía bajaba  por un flanco de Bella Luz a un lugar llamado El Pilón, primera cuadra de la av. Riva Agüero acompañando, algunas veces,  a mis primas Lali, Oli,Pilancho,  a  veces, mi primo Cholitin, con sus cabras que llevaban a pastar.  Seguían cabras y pastoras toda la vía del tren hasta la estación de Ancash  y por ahí tomaban el talud del rio para proveer a las cabras  el verde follaje y brezales plantados a la vera del río.

 Mi casa era vecina a la casa de la chivatera,  así le llamaban todos los vecinos a la mamá de mis primas y por extensión a todos sus hijas. Su casa tenia en los primeros ambientes hacia la izquierda los dormitorios y la sala , a la derecha los cuartos de servicio incluido la cocina y por el medio, tras  breve plano, un tanque de cemento para guardar  agua y por el borde   una escalera que daba  hacia los corrales que estaba en la parte posterior y superior de la casa y, aun, sobraba mucho espacio en la elevación del cerro.
Tengan favor oír el pito del tren, solía recomendar la tía a mis primas antes de salir a pastar, y  juntar las cabras a un lado sino huyen despavoridas y ¡peor para ustedes!, de nuevo juntarlas.

 Por una de estas casas  cerca al Camal Conchucos Lali  se escapó de la casa cuando la tía  le recriminó  por perder  un cabrito,  y Lali  huyó sin decir donde iba. Tras varios días de intensa búsqueda se le ocurrieron pesquisarla por la línea del tren, entonces, mi papá que también se había agregado  a la búsqueda preguntó a Oli, ¿Con quién solía entretenerse Lali en el viaje hasta el pastizal? y la Oli le dio dos datos. Lali tenía dos amiguitas en el trayecto  en que se distraían en jugar un rato. En la segunda  casa la encontraron.
Luego , desde la puerta del antiguo camal de Conchucos-esta narración corresponde al año 1992- exploré el tramo final de la vía ,  estrecho callejón  hasta el jirón Ancash , ahora sin durmientes, los cachineros cuando vieron que estaba en desuso desnudaron el fierro de toda la vía (un dato que viene a colación: Cierto  fin de semana vez la empresa  de suministro de electricidad había empezado a fracturar el piso, en otro lugar, para hacer el cambio de tendido de red interior por aéreo, cuando la cuadrilla se fue los cachineros se pasaron la voz y en un santiamén con picos y palas siguieron la excavación para extraer todo el tendido de cables de cobre de alto calibre, el  kilo, creo, lo venden a 20 soles. Cuando regresó el lunes la cuadrilla de la empresa se sorprendieron ver cavados dos cuadras sin cables, los cachineros se lo levantaron todo)
Ahora,  polvorienta calle,  hacia los lados  casas de adobe y quincha sin mantenimiento, piso desnivelado en partes con  promontorio de basura cada cierto trecho y los niños jugando sin importarle las moscas.

El tren venía del pilón de Bella Luz (pilón de agua que abastecía a los habitantes del cerro;  con mis amigos íbamos a la línea del tren,  apostábamos algunos centavos quién acertaba adivinar y soltar la alarma: ¡Ya viene el tren!,  y ganaba si el tren mostraba su morro por la curva, solamente acercando el oído a los rieles y auscultar su turbulencia y predecir la llegada).

Al camal de Conchucos, que está frente a la plaza ,veníamos con mi abuelo, el cholo Juan, diestro en matar toros con un punzón que le mandaba  al cogote, previamente, cabestrado  el animal a un poste.
También  venía con Cholitín, mi primo flaco y espigado, a quién le tocaba  pastar  pero él más iba por bañarse en el rio, recuerdo que yo lo vi tan fácil flotar que me metí   en  una poza natural que se formaba en la ribera del rio  pero, dentro, di braceadas desordenadas  y estuve a punto de ahogarme.

Después de caminar un rato he vuelto a sentarme  en el banco de la plaza,  añorando  mi niñez. Pienso ir almorzar cerca de la plazade Acho donde hay un restaurante vegetariano, luego iré hasta la avenida Tacna para tomar un micro que me lleve hasta el Parque  La Exposición donde en uno de sus bancos continuaré la lectura de mi libro de turno que llevo en la mochila. En la tarde iré a un cine, al que no  voy hace tiempo, siempre en cuando haya una peli de mi agrado y, luego,volveré a  casa  a la hora acostumbrada  y nadie preguntará nada.
En la plaza Cercado hay un pasaje que va a la calle Lorente y desde mi posición a un lado se ve la Iglesia Padre  Carmelitas de los Descalzos y al otro lado el cuartel de adscripción de reclutas, hoy, de la Policía General.

Me pregunto ¿por este pasaje estrecho pasó Nicolás de Piérolay arengó a la gente de los suburbios para hacer la revolución de Conchucos y tomar la ciudad que le sirvió, luego, para escalar a la jefatura del gobierno?
En este cuartel, mi padre, joven, postuló e ingresó para ser policía pero antes tenía que hacer un año de servicio militar obligatorio; estando unos meses adentro llegó su padre, mi abuelo, con otros paisanos para solicitar la exoneración del servicio porque era hijo único de mi abuelo y  éste, adujo, necesitaba su ayuda para llevar la rienda de la casa. Lo sacaron a papá del cuartel y le cambiaron el destino.

La evocación me rebalsa  pero no  importa, tengo todo el día, el día está fresco, claro, al frente de mi se ha sentado   un joven alto con la cara llenade acné, lleva   gafas oscuras, pelo engomado. No me importa sigo desenterrando  mi subconsciente.
En esta iglesia hicieron su primera comunión Lali y Oli y Pilancho  a quienes acompañé vestido con mi terno de la misma ceremonia que había hecho, yo,  un mes antes. Ese acontecimiento fue uno de los últimos de don Teodosio como se llamaba el marido de la chivatera, mi tía Cante, que murió atropellado al poco tiempo y mi tía quedó viuda con  varios niños por quien velar.

En realidad,  mi tía Cante, la chivatera, no era mi tía sino mi prima y  sus hijas no eran mis primas  sino  mis sobrinas. El asunto es que Cante es mayor  que su tío, mi papá, por un año y esto se debe que don Cenicio, mi abuelo, tuvo como hija mayor a Feliciana (mamá de Cante) y mi papá fue su hijo menor, casi treinta años después.  Por eso, a veces, mis primas me decían tío por molestarme aunque Oli y Lalie ran mis  mayores  por tres y dos años  respectivamente. Doña Cante casó con el vejete Teodosio , un hombre  que era pulcro  en su vestir y casi siempre le veía con  terno. Cuando murió don Teodosio en un accidente de tránsito  dejó varios roperos lleno de ternos y la viuda sin saber que hacer con ello en vez de venderlo optó emplear a su hijo Cholitín de ayudante de  sastre  y éste aprendió hilvanar la basta, arreglar la pretina, incluso, cortar tela según la medida requerida. De tal modo que los ternos de su papá lo acomodó a su medida y Cholitin adolecente   era  gomoso y elegante  vecino que ya no le gustaba pastar sino trabajar como sastre del barrio ayudando a su madre; y, después, cuando fue policía  –soy policía,me dijo una vez, para investigar y atrapar a esos choferes que dan muerte al peatón y huyen; pero  me enteré  que  los conductores le pagaban por lo bajo ante su draconiana intervención de policía para evitar la papeleta - era común encontrar en su casa colegas de la fuerza policial solicitándole un arreglo en su chaqueta, además-
Pero Teodosio, a pesar que vestía y tenia porte  de doctor era analfabeto. Los que no triunfan en algo  tratan deslumbrar en otra faceta; eso pasó antes y ahora,  en mi familia cercana, también hay ese caso. No por ello  Teodosio dejó de ser hombre  hogareño, abstinente de gastar fuera y sí   en proveer a su casa y estirar lo más que pudiera el dinero que ganaba como obrero en una fábrica textil. Era, también,muy ocurrente en contar cuentos  que algunos hube recogido en mis cuadernos. Estaba a punto de jubilarse.

Aparte, era  un hombre pendiente de recoger algo del suelo  que  le valiera  para su faena dominguera: un botón, un clavo, una madera, una botella, una lata,  hasta maderas para cercar  el corral de las cabras; cuando yo bajaba del cerro casi siempre le veía llevar algo recogido en las manos. Con el humor negro que tengo pienso que le atropellaron por recoger algo en plena pista.
Le gustaba,además,  la jardinería. Los domingos cuando no  trabajaba y yo iba a jugar con sus hijas a jugar  la Chancalata(variante de la gallina ciega), al mundo,  al  columpio-  don Teodosio había colgado de una viga del cuarto de servicio un par de cuerdas atados a una llanta que había recogido- .En lo referente a la jardinería  le veía en su balcón podando plantas del sinfín de maceteros que tenia, injertando, abonando, trasvasando a la lata que había encontrado.  Tenía plantas de adorno, aromáticas y  medicinales.  Cuando papá sufría del estómago solía decirme: Anda a don Teodosio y pídele un poco de paico, cuando mamá sufría la sordera: Anda pídele unas hojitas de congona.

Por ese tiempo, el año sesenta más o menos,  no entendía lo que la necesidad obliga ser moderado en  gastos de familia, pero  ahora sí, al rememorar me sorprendía ver a don Teodosio obligar lavarse el cabello a sus hijas con las bolillas secas del guano de las cabras  -botaba espuma-  por ahorrar champú; lavarse los pies  en las noches con el orín por ahorrar agua , fregar los utensillos de  cocina con arena fina del rio depositado en una balde debajo del lavadero (luego enjuagarla  con agua limpia en una tinaja) por no gastar pulitón o detergente…
En eso rasguñaba el recuerdo cuando, de pronto,oigo gritería  a mi alrededor. Me rodean varios soldados con armas en ristres, me apuntan y me conminan a no moverme ¿Qué paso?¿ Qué sucedió?¿Esto es un sueño? Me pregunto¿Qué sucedió? Pero no me dan tiempo despabilarme, me sujetan dos soldados por ambos lados, que yo no he visto que han  salido del cuartel de la plaza,  me levantan del asiento  cayendo mi mochila al piso que otro recoge y rebusca ¿Qué pasó?¿ Qué sucedió?, ¿Que he hecho de malo? pregunto interiormente y aun no tengo fuerza para levantar la voz.
También detienen al hombre de acné profuso  y lentes que estaba en la otra banca, éste es osado y logra zafarse de sus captores y corre en dirección de la vía del tren, entonces, el mayor, de tez  colorada y cara cuadrada bigotes rubios y crispados ordena ¡Disparen carajo! Y los soldados, dos, se detienen, se hincan  y apuntan al huidizo que  no cae,  sigue corriendo pero al notar que la sangre le mana  su camisa se detiene, se da vuelta y  vocifera¡Perros miserables! ¡No podrán callar la voz del pueblo! Abre su camisa y conmina a que le rematen y, arrojado, da unos pasos hacia los  soldados que retroceden pero luego, el herido, se hinca de rodillas y cae de bruces, aun así, se ladea un poco mirando la iglesia y  se  lleva sus dedos impregnados de sangre a sus labios, manda un beso volado, sabe dios a quién, y, luego,su brazo  cae inerte. Todo ha sucedido en largos segundos.

Los que me sujetan pregunta al mayor ( le llamaréColorao:) ¿Y a éste, qué le hacemos? El Colorao pregunta al otro ¿Qué se encontró en su mochila?
-Hay un libro, un cuaderno y un plano.
-¡Ah carajo, un plano! Este es el que nos  estaba haciendo el reglaje  desde temprano,¿no? Asienten los soldados ¿Y con un plano, no?,espeta el Colorao : ¡Mátenlo carajo, es otro terruco  de mierda!Otro soldado se acerca  y  advierte:

- Mi mayor, hay mucha gente mirando  alrededor, entonces el Colorao  ordena: ¡Suéltenlo y dispárenlo!
Pero yo no quiero soltarme, aun más, trato, infructuosamente, acercarme al mayor y decirle que es un plano vial impreso que venden en cualquier librería, que lo uso porque recién me he mudado al cono norte ,a Las Gardenias, y yo lo consulto para hacer breve el trayecto, quería decirle también que antes vivía por aquí,  atrás del cuartel Barbones; explicarle, además, que el libro  también es de librería, que es un autor conocido, Herman Hesse, ganador del premio nobel de literatura, que este escritor fue auspiciador de la paz y del conocimiento del alma, que nada tiene de subversivo… Pero no me dejan.

Entonces el Colorao me grita: ¡Corre mierda, corre! Yo me niego, entonces siento la culata del arma  sobre mi cabeza y hombro que termina doblegándome al piso. Luego, el estrépito de un disparo de revolver en mi espalda. Me han disparado alevosamente.
¡Dios mío! ¿Qué me han hecho? Musito, es un error y siento  desvanecer mi cuerpo.
El calor empieza  irradiarme desde el punto de impacto, el  pulmón, y escupo hilillo de sangre  por mi boca. Alcanzo a escuchar al Colorao dirigiéndose a sus subalternos: ¡Carajo! ¡No se queden parados, súbanlo a la camioneta  antes que vengan los periodistas de mierda! ¡Alguien debe haberlos llamado!Suben al de barros en la cara, ahora sin  anteojos, inerte, entre dos hombres  y lo tiran a la tolva como  saco de papas,  a mí también, y el esfuerzo hace que se abra más la herida,  la bala, creo, ha salido por el abdomen que me provoca dolor y gruño. Un soldado dice:¡Este aún está vivo! ¿Lo ultimamos?

-¡Déjenlo! , dice el Colorao, hay mucha gente por acá, en el cuartel lo bajamos.

Entones oigo el pitido del tren y el estruendo de sus rodajes palpita la vía que pasa cerca ala plaza El Cercado y el humo que escapa de los frenos para dar la curva levanta como una cortina de niebla. El cielo parece violeta. Reparo que la vía de tren está deshabilitada hace muchos años, entonces me alegro, colijo que  esto que me  está pasando es un sueño y pronto voy a despertar, pero no me despierto por más intento que hago, entonces observo: ¿acaso sea cierto la inminente muerte y esta visión del tren es un desvarío?
El enorme animal de acero tras barbotar globos de humo como si bufara un dragón la cortina se levanta y aparece por las ventanillas del primer vagón  mis compañeros del primer año de primaria del colegio San Vicente de Paul que estaba situado cerca de ahí, en Manzanilla; ahí está el chinito Arakaki  que me invitaba tallarín en la fonda de su papá; Cesar, a quién admiraba por su fortaleza y defendía a los que eran violentados , José y su hermano  vecinos del Agustino  con quienes volvíamos juntos  del colegio,y varias veces, a carreras, seguidos por el otro bando,  la sor Antonieta con su cofia y su hábito azul y su varita infaltable al aire pidiendo a los niños que no sacaran  la cabeza por las ventanas ¿Por qué no bajan ayudarme? ¿No me ven?, me pregunto, sin embargo los veo felices, risueños; también está la señora María, la asistente, con su guardapolvo  blanco, su trenza recogida como  anillo y su lunar de carne, grande en su mejilla…

El Colorao está fastidiado porque  la camioneta no arranca…
Y yo me voy quedando dormido…

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