Las nueve de la mañana
y era tarde para llegar a mi trabajo. A un más, cuando uno espera con
ansia el bus éste para el infortunado no llega, no pasa. Al fin, tomo un micro pensando que esa línea lo he visto
pasar por mi trabajo, subo.Faltando pocas cuadras para llegar en vez de virar hacia la derecha se va de frente.
En vez de gritar como las mujeres: ¡baja,
baja, por favor, me he pasado!, en vez de eso, pienso, de repente en la
siguiente cuadra va dar la vuelta en U pero no, sigue de frente. Me equivoqué
de carro, me fastidio, después reparo que la línea A de este micro pasa por mi
sitio, esta es la B. Me bajo a la
espalda del cementerio EL Ángel si se considera la plazuela de ingreso del jirón Ancash
como frontis. Hay una pequeña calle que viene del Agustino y pregunto en el
paradero si bajando dos cuadras voltean a la izquierda, en este caso, pero
ninguna voltea, todos van de frente al centro de Lima.
No frecuentaba ese lugar mucho tiempo pero no me era
desconocido, miraba con detenimiento tratando recordar las estrechas calles.El lugar
donde me he bajado está remozado, las últimas
cuadras de la avenida Grau, por fin, están asfaltadas, hay jardines en la berma
central y nuevos locales comerciales tratan de dar buen aspecto
Pero hay una calle polvorienta que abochorna a las otras (Cuando la municipalidad de Lima remoza las grandes vías olvida las transversales) Sin duda ya no quiero ir a trabajar, son cerca de las
diez y como es mi negocio a nadie tengo que rendirle cuenta, además, la venta
está tan baja que una raya menos al tigre no le cambia.
Funciona mi memoria, recuerdo, de niño, caminaba por estas calles, sobretodo, por aquella estrecha que hoy se llama José Rivera
y Dávalos y que antes era la línea del tren que venia de la cementera de Lurín, la ruta del tren tocaba el arenal de San Juan, la hacienda de Monterrico,
el Hipódromo, Salamanca, el antiguo Terminal Terrestre hasta bordear el cerro El
Agustino –donde yo vivía- Orillaba por el
lado de Bella Luz, seguía por el costado del cuartel Barbones hasta la plaza del mismo
nombre y tomaba el tramo final, José Rivera hasta la estación final del jirón Ancash, al
costado de la oficina de la Beneficencia que administra el cementerio Presbítero Maestro.
Me siento en un banco de la plaza El Cercado esperando que pase las horas, definitivamente,
ya no voy a trabajar. Del Agustino donde vivía bajaba por un flanco de Bella Luz a un lugar llamado
El Pilón, primera cuadra de la av. Riva Agüero acompañando, algunas veces, a mis primas Lali, Oli,Pilancho, a
veces, mi primo Cholitin, con sus cabras que llevaban a pastar. Seguían cabras y pastoras toda la vía del
tren hasta la estación de Ancash y por
ahí tomaban el talud del rio para proveer a las cabras el verde follaje y brezales plantados a la
vera del río.
Mi casa era
vecina a la casa de la chivatera, así le
llamaban todos los vecinos a la mamá de mis primas y por extensión a todos sus
hijas. Su casa tenia en los primeros ambientes hacia la izquierda los
dormitorios y la sala , a la derecha los cuartos de servicio incluido la cocina
y por el medio, tras breve plano, un tanque
de cemento para guardar agua y por el
borde una escalera que daba hacia los corrales que estaba en la parte
posterior y superior de la casa y, aun, sobraba mucho espacio en la elevación
del cerro.
Tengan favor oír
el pito del tren, solía recomendar la tía a mis primas antes de salir a pastar,
y juntar las cabras a un lado sino huyen
despavoridas y ¡peor para ustedes!, de nuevo juntarlas.
Por una de
estas casas cerca al Camal Conchucos Lali se escapó de la casa cuando la tía le recriminó por perder
un cabrito, y Lali huyó sin decir donde iba. Tras varios días de
intensa búsqueda se le ocurrieron pesquisarla por la línea del tren, entonces,
mi papá que también se había agregado a
la búsqueda preguntó a Oli, ¿Con quién solía entretenerse Lali en el viaje hasta
el pastizal? y la Oli le dio dos datos. Lali tenía dos amiguitas en el
trayecto en que se distraían en jugar un
rato. En la segunda casa la encontraron.
Luego , desde la puerta del antiguo camal de Conchucos-esta
narración corresponde al año 1992- exploré el tramo final de la vía , estrecho callejón hasta el jirón Ancash , ahora sin durmientes,
los cachineros cuando vieron que estaba en desuso desnudaron el fierro de toda
la vía (un dato que viene a colación: Cierto
fin de semana vez la empresa de suministro
de electricidad había empezado a fracturar el piso, en otro lugar, para hacer
el cambio de tendido de red interior por aéreo, cuando la cuadrilla se fue los
cachineros se pasaron la voz y en un santiamén con picos y palas siguieron la
excavación para extraer todo el tendido de cables de cobre de alto calibre, el kilo, creo, lo venden a 20 soles. Cuando regresó
el lunes la cuadrilla de la empresa se sorprendieron ver cavados dos cuadras
sin cables, los cachineros se lo levantaron todo)Ahora, polvorienta calle, hacia los lados casas de adobe y quincha sin mantenimiento, piso desnivelado en partes con promontorio de basura cada cierto trecho y los niños jugando sin importarle las moscas.
El tren venía del pilón de Bella Luz (pilón de agua que abastecía a los habitantes del cerro; con mis amigos íbamos a la línea del tren, apostábamos algunos centavos quién acertaba adivinar y soltar la alarma: ¡Ya viene el tren!, y ganaba si el tren mostraba su morro por la curva, solamente acercando el oído a los rieles y auscultar su turbulencia y predecir la llegada).
Al camal de Conchucos, que está frente a la plaza ,veníamos
con mi abuelo, el cholo Juan, diestro en matar toros con un punzón que le
mandaba al cogote, previamente, cabestrado
el animal a un poste.
También venía
con Cholitín, mi primo flaco y espigado, a quién le tocaba pastar
pero él más iba por bañarse en el rio, recuerdo que yo lo vi tan fácil
flotar que me metí en una poza natural que se formaba en la ribera
del rio pero, dentro, di braceadas
desordenadas y estuve a punto de
ahogarme.
Después de caminar un rato he vuelto a sentarme en el banco de la plaza, añorando
mi niñez. Pienso ir almorzar cerca de la plazade Acho donde hay un restaurante vegetariano,
luego iré hasta la avenida Tacna para tomar un micro que me lleve hasta el Parque
La Exposición donde en uno de sus bancos
continuaré la lectura de mi libro de turno que llevo en la mochila. En la tarde iré
a un cine, al que no voy hace tiempo,
siempre en cuando haya una peli de mi agrado y, luego,volveré a casa a
la hora acostumbrada y nadie preguntará
nada.
En la plaza Cercado hay un pasaje que va a la calle
Lorente y desde mi posición a un lado se ve la Iglesia Padre Carmelitas de los Descalzos y al otro lado el
cuartel de adscripción de reclutas, hoy, de la Policía General.
Me pregunto ¿por este pasaje estrecho pasó Nicolás de
Piérolay arengó a la gente de los suburbios para hacer la revolución de Conchucos
y tomar la ciudad que le sirvió, luego, para escalar a la jefatura del gobierno?
En este cuartel,
mi padre, joven, postuló e ingresó para ser policía pero antes tenía que hacer un
año de servicio militar obligatorio; estando unos meses adentro llegó su padre,
mi abuelo, con otros paisanos para solicitar la exoneración del servicio porque
era hijo único de mi abuelo y éste,
adujo, necesitaba su ayuda para llevar la rienda de la casa. Lo sacaron a papá
del cuartel y le cambiaron el destino.
La evocación me rebalsa pero no importa, tengo todo el día, el día está fresco, claro,
al frente de mi se ha sentado un joven alto con la cara llenade acné,
lleva gafas oscuras, pelo engomado. No me importa
sigo desenterrando mi subconsciente.
En esta iglesia hicieron su primera comunión Lali y
Oli y Pilancho a quienes acompañé vestido con mi terno de la misma ceremonia que había
hecho, yo, un mes antes. Ese
acontecimiento fue uno de los últimos de don Teodosio como se llamaba el marido
de la chivatera, mi tía Cante, que murió atropellado al poco tiempo y mi tía
quedó viuda con varios niños por quien
velar.
En realidad, mi tía Cante, la chivatera, no era mi tía
sino mi prima y sus hijas no eran mis
primas sino mis sobrinas. El asunto es que Cante es
mayor que su tío, mi papá, por un año y
esto se debe que don Cenicio, mi abuelo, tuvo como hija mayor a Feliciana (mamá
de Cante) y mi papá fue su hijo menor, casi treinta años después. Por eso, a veces, mis primas me decían tío por
molestarme aunque Oli y Lalie ran mis
mayores por tres y dos años respectivamente. Doña Cante casó con el vejete Teodosio
, un hombre que era pulcro en su vestir y casi siempre le veía con terno. Cuando murió don Teodosio en un accidente
de tránsito dejó varios roperos lleno de
ternos y la viuda sin saber que hacer con ello en vez de venderlo optó emplear a
su hijo Cholitín de ayudante de sastre y éste aprendió hilvanar la basta, arreglar la
pretina, incluso, cortar tela según la medida requerida. De tal modo que los
ternos de su papá lo acomodó a su medida y Cholitin adolecente era gomoso y elegante vecino que ya no le gustaba pastar sino
trabajar como sastre del barrio ayudando a su madre; y, después, cuando fue
policía –soy policía,me dijo una vez, para investigar
y atrapar a esos choferes que dan muerte al peatón y huyen; pero me enteré que los
conductores le pagaban por lo bajo ante su draconiana intervención de policía
para evitar la papeleta - era común encontrar en su casa colegas de la fuerza
policial solicitándole un arreglo en su chaqueta, además-
Pero Teodosio, a pesar que vestía y tenia porte de doctor era analfabeto. Los que no triunfan en
algo tratan deslumbrar en otra faceta;
eso pasó antes y ahora, en mi familia
cercana, también hay ese caso. No por ello Teodosio dejó de ser hombre hogareño, abstinente de gastar fuera y sí en proveer
a su casa y estirar lo más que pudiera el dinero que ganaba como obrero en una
fábrica textil. Era, también,muy ocurrente en contar cuentos que algunos hube recogido en mis cuadernos.
Estaba a punto de jubilarse.
Aparte, era un
hombre pendiente de recoger algo del suelo que le valiera
para su faena dominguera: un botón,
un clavo, una madera, una botella, una lata,
hasta maderas para cercar el
corral de las cabras; cuando yo bajaba del cerro casi siempre le veía llevar
algo recogido en las manos. Con el humor negro que tengo pienso que le
atropellaron por recoger algo en plena pista.
Le gustaba,además,
la jardinería. Los domingos cuando no trabajaba y yo iba a jugar con sus hijas a
jugar la Chancalata(variante de la gallina ciega), al mundo, al columpio-
don Teodosio había colgado de una viga del cuarto de servicio un par de
cuerdas atados a una llanta que había recogido- .En lo referente a la
jardinería le veía en su balcón podando
plantas del sinfín de maceteros que tenia, injertando, abonando, trasvasando a
la lata que había encontrado. Tenía
plantas de adorno, aromáticas y
medicinales. Cuando papá sufría
del estómago solía decirme: Anda a don Teodosio y pídele un poco de paico,
cuando mamá sufría la sordera: Anda pídele unas hojitas de congona.
Por ese tiempo, el año sesenta más o menos, no entendía lo que la necesidad obliga ser
moderado en gastos de familia, pero ahora sí, al rememorar me sorprendía ver a
don Teodosio obligar lavarse el cabello a sus hijas con las bolillas secas del
guano de las cabras -botaba espuma- por ahorrar champú; lavarse los pies en las noches con el orín por ahorrar agua ,
fregar los utensillos de cocina con
arena fina del rio depositado en una balde debajo del lavadero (luego enjuagarla
con agua limpia en una tinaja) por no
gastar pulitón o detergente…
En eso rasguñaba el recuerdo cuando, de pronto,oigo
gritería a mi alrededor. Me rodean
varios soldados con armas en ristres, me apuntan y me conminan a no moverme
¿Qué paso?¿ Qué sucedió?¿Esto es un sueño? Me pregunto¿Qué sucedió? Pero no me
dan tiempo despabilarme, me sujetan dos soldados por ambos lados, que yo no he
visto que han salido del cuartel de la
plaza, me levantan del asiento cayendo mi mochila al piso que otro recoge y
rebusca ¿Qué pasó?¿ Qué sucedió?, ¿Que he hecho de malo? pregunto interiormente
y aun no tengo fuerza para levantar la voz.También detienen al hombre de acné profuso y lentes que estaba en la otra banca, éste es osado y logra zafarse de sus captores y corre en dirección de la vía del tren, entonces, el mayor, de tez colorada y cara cuadrada bigotes rubios y crispados ordena ¡Disparen carajo! Y los soldados, dos, se detienen, se hincan y apuntan al huidizo que no cae, sigue corriendo pero al notar que la sangre le mana su camisa se detiene, se da vuelta y vocifera¡Perros miserables! ¡No podrán callar la voz del pueblo! Abre su camisa y conmina a que le rematen y, arrojado, da unos pasos hacia los soldados que retroceden pero luego, el herido, se hinca de rodillas y cae de bruces, aun así, se ladea un poco mirando la iglesia y se lleva sus dedos impregnados de sangre a sus labios, manda un beso volado, sabe dios a quién, y, luego,su brazo cae inerte. Todo ha sucedido en largos segundos.
Los que me sujetan pregunta al mayor ( le llamaréColorao:) ¿Y a éste, qué le hacemos? El Colorao pregunta al otro ¿Qué se
encontró en su mochila?
-Hay un libro, un cuaderno y un plano.-¡Ah carajo, un plano! Este es el que nos estaba haciendo el reglaje desde temprano,¿no? Asienten los soldados ¿Y con un plano, no?,espeta el Colorao : ¡Mátenlo carajo, es otro terruco de mierda!Otro soldado se acerca y advierte:
- Mi mayor, hay mucha gente mirando alrededor, entonces el Colorao ordena: ¡Suéltenlo y
dispárenlo!
Pero yo no quiero soltarme, aun más, trato,
infructuosamente, acercarme al mayor y decirle que es un plano vial impreso que
venden en cualquier librería, que lo uso porque recién me he mudado al cono
norte ,a Las Gardenias, y yo lo consulto para hacer breve el trayecto, quería
decirle también que antes vivía por aquí,
atrás del cuartel Barbones; explicarle, además, que el libro también es de librería, que es un autor
conocido, Herman Hesse, ganador del premio nobel de literatura, que este
escritor fue auspiciador de la paz y del conocimiento del alma, que nada tiene
de subversivo… Pero no me dejan.Entonces el Colorao me grita: ¡Corre mierda, corre! Yo me niego, entonces siento la culata del arma sobre mi cabeza y hombro que termina doblegándome al piso. Luego, el estrépito de un disparo de revolver en mi espalda. Me han disparado alevosamente.
¡Dios mío! ¿Qué me han hecho? Musito, es un error y siento desvanecer mi cuerpo.
El calor empieza irradiarme desde el punto de impacto, el pulmón, y escupo hilillo de sangre por mi boca. Alcanzo a escuchar al Colorao dirigiéndose a sus subalternos: ¡Carajo! ¡No se queden parados, súbanlo a la camioneta antes que vengan los periodistas de mierda! ¡Alguien debe haberlos llamado!Suben al de barros en la cara, ahora sin anteojos, inerte, entre dos hombres y lo tiran a la tolva como saco de papas, a mí también, y el esfuerzo hace que se abra más la herida, la bala, creo, ha salido por el abdomen que me provoca dolor y gruño. Un soldado dice:¡Este aún está vivo! ¿Lo ultimamos?
-¡Déjenlo! , dice el Colorao, hay mucha gente por acá,
en el cuartel lo bajamos.
Entones oigo el pitido del tren y el estruendo de sus
rodajes palpita la vía que pasa cerca ala plaza El Cercado y el humo que escapa
de los frenos para dar la curva levanta como una cortina de niebla. El cielo
parece violeta. Reparo que la vía de tren está deshabilitada hace muchos años,
entonces me alegro, colijo que esto que
me está pasando es un sueño y pronto voy
a despertar, pero no me despierto por más intento que hago, entonces observo: ¿acaso
sea cierto la inminente muerte y esta visión del tren es un desvarío?
El enorme animal de acero tras barbotar globos de humo
como si bufara un dragón la cortina se levanta y aparece por las ventanillas
del primer vagón mis compañeros del
primer año de primaria del colegio San Vicente de Paul que estaba situado cerca
de ahí, en Manzanilla; ahí está el chinito Arakaki que me invitaba tallarín en la fonda de su
papá; Cesar, a quién admiraba por su fortaleza y defendía a los que eran
violentados , José y su hermano vecinos
del Agustino con quienes volvíamos
juntos del colegio,y varias veces, a
carreras, seguidos por el otro bando, la
sor Antonieta con su cofia y su hábito azul y su varita infaltable al aire pidiendo
a los niños que no sacaran la cabeza por
las ventanas ¿Por qué no bajan ayudarme? ¿No me ven?, me pregunto, sin embargo
los veo felices, risueños; también está la señora María, la asistente, con su
guardapolvo blanco, su trenza recogida
como anillo y su lunar de carne, grande en su mejilla…
El Colorao está
fastidiado porque la camioneta no arranca…
Y yo me voy quedando dormido…
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