domingo, 20 de julio de 2014

¡Quiero ser Messi!


Cuando mi hijo mayor tenía doce años oí sin querer  al volver de jugar a la pelota en la losa deportiva cerca de casa, decir a su mamá que le servía un vaso de refresco, Mamá cuando sea grande voy a ser un futbolista, voy a ganar y te voy a dar dinero (lo que papá no puede- obvió decir, o no lo dijo porque me vio que merodeaba-)
Y de ellos,  mamá e hijo nació la idea que le matriculara en un programa de vacaciones deportivas que ofertaba el club  Universitario de Deportes, la U.  Lo matriculé y le fui acompañando las primeras veces al campo de Odriozola en Breña los días que le tocaba y de ahí me iba a mi trabajo.
Pero sin estar convencido  de la hazaña que aspiraba (no se lo dije),  más que nada  le iba acompañando por estar junto a mi hijo,  padre e hijo compartir esos momentos especiales de salir de casa a la calle, solos.
Los padres prefieren que sus hijos se agoten jugando un deporté  físico que estar en las calle en pequeños grupos en un parque involucrándose, hay que decirlo de frente, en el consumo de la coca o marihuana.
Imaginan a sus hijos cuando lo matriculan en un taller de fútbol, primero, y lo dan por hecho, ser llamado por un club de la división de honor, luego ser llamado por un club importante de Brasil o Argentina y de ahí un trampolín a Europa. Los padres argentinos y brasileños que igual lo llevan a sus hijos a los talleres ven, ya, a sus hijos en Europa y los hijos fracasados (aunque no les dicen)  enrolados a una liga boliviana  o peruana  pero lo consienten  porque, aun así, es mejor el fútbol profesional,  que estar en la incertidumbre local sobre todo en Argentina donde la crisis hace mella en las familia.
Este anhelo patriarcal no es dominio de un país especifico, es,  creo, de las grandes ciudades latinoamericanas.
De alguna forma, el padre deslucido en sus propias metas quiere que el nombre de su familia  trascienda, por mérito de su hijos   no importa como futbolista.
Hay padres obsesivos, cuando los críos tienen aún tres años los están matriculando en cursos de balompié y creen que cuando más antes se les incentive puede conseguir el fin anhelado.
Y de esta exacerbada  ilusión  sacan provecho  las mejores instituciones deportivas  que llevan el agua a sus molinos obteniendo generosos ingresos, y no se dan abasto a enorme demanda en una ciudad como Lima con nueve millones de habitantes. Sacan provecho los mejores clubs: La U, Alianza, Cristal que se asocian, incluso, con instituciones particulares para concertar una especie  de concesión por usar su logo. Los padres quieren que sus hijos sean asistidos por uno de los tres clubs, el resto no cuenta aunque algunos como el Cantolao y algún otro sean la excepción, pero yo creo que los secretos del futbol  se puede impartir bien en cualquier otro lado.
Últimamente se está viendo que instituciones argentinas como Boca Junior o River Plate  van internacionalizando esos talleres en diferente ciudades sudamericanas, cursos de verano o anuales asociándose con instituciones deportivas locales previas franquicias.
Se desesperan los padres que sus hijos sean como Messi , Ronaldo, Agüero, Farfán o Pizarro en desmedro de invertir su dinero en otro deporte que le costaría mucho menos y le sería útil para la constitución anímica – física de sus hijos, o emplearlos en artes, robótica, matemáticas amenas, pintura, escultura etc.
No entienden los padres, pienso, para que le guste fútbol al hijo no necesitan imperiosamente academias (¿acaso Lolo Fernández o Alejandro Villanueva necesitaron esos talleres?) Solo necesitan ganas ,tiempo y espacio; los jóvenes, buenos  campos deportivos  reglamentarios en cada barrio y no solo lozas que es bueno pero nuestros jóvenes se acostumbran al fulbito y no al futbol grande de cancha  reglamentaria. En Paraguay y otros, por ejemplo, no hay losas sino potreros grandes como  campo reglamentario.
Por madrugar temprano no sale el sol: hay en la genética humana, como todo en la vida,  que solo algunos  nacen  con ciertas cualidades .excepcionales. Tengo en mi familia, y conocidos,  que a sus hijos no les gusta para nada el futbol.
Pero esto no lo dicen los grandes consorcios deportivos, ellos quieren agua (dinero) para sus molinos.

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