Una mañana, el
director tocó la puerta de su salón e interrumpió su curso. Ven, la llamó con
el dedo índice. Aun no era medio día pero el jefe quería beber. Sacó a algunos profesores
mas de sus aulas y les propuso ir a una cantina. ¿Y los alumnos?, preguntó Nancy.
Díganles que está conmigo, ordenó el director.
Por entonces Nancy
era optimista. Soy hija de la educación pública, les decía a sus alumnos. Soy tan
pobre como ustedes. De hecho, vivía en el mismo distrito y terminó la universidad
gracias al beneficio de alimentación y alojamiento gratuitos para estudiantes desfavorecidos.
Dominaba el inglés. Tenía una diplomado en cocina. También era muy guapa. En la
cantina, el director la sacó a bailar. ¿Quieres estar conmigo?, le susurró. Dame
solo una noche. Unita nomás. Nancy le lanzó una bofetada. Perdió su primer
empleo.
…
El colegio Víctor
Raúl Haya de la Torre tenía tan mala fama que los vecinos lo conocían como La basurita. El director era pequeñito
como un estudiante pero controlaba con
rigor a más de cincuenta profesores. Solo dos estaba en planilla. El resto sufría
el régimen de contratos temporales y la consiguiente extorsión. Era el segundo empleo
de Nancy.
El director le
tomó cariño y le ofreció un trabajo extra. ¿Quieres vender libros de inglés a los alumnos? Ella era
madre soltera de un niño. El dinero siempre era una buena noticia. Si el
negocio marchaba bien –le planteó el director-, su contrato saldría en tres meses. Nancy aceptó. Pidió tres mil
libros en consignación. Los guardó en un depósito del colegio y los vendió
entre sus alumnos.
Con esa complicidad, el director dio el siguiente
paso. El al invitaba a una cita. Mira lo que hago por ti, le decía el director.
Y tú no haces nada por mí. Las evasivas permanentes volvieron tensa la relación.
Ahora el director le enviaba memorándums reprendiéndola por cualquier motivo. Luego
le escribía notas pidiéndole perdón y las acompañaba con barras de chocolate. Más
tarde volvía a invitarla a salir. Nancy le
decía que no. Y entonces llegaba un nuevo memorándum, luego una carta de
disculpas y otro chocolate. Nancy tuvo el cuidado de no comerse las evidencias.
Así llegó el
final del año. Ella debía devolver a la editorial
los libros no vendidos, eran 1.600 ejemplares. Intentó sacarlos del depósito. El
director le cerró el paso. ¿Usted no sabe que el ministerio prohíbe a los maestros vender libros en el colegio?,
le dijo. La voy a denunciar. Nancy lo miró a los ojos. Hablemos claro, respondió
¿Cuánto dinero quiere? Estaban solos. El hombre avanzó. Solo quiero una noche,
le dijo. Nancy lo tomó de la corbata, jaló con fuerzas y lanzó un puñetazo
seco. Luego otro. El director pidió auxilio. Un colega lo contuvo.
Nancy denunció
al director ante la oficina de control interno del Ministerio de Educación. Los
funcionarios inspeccionaron el colegio y hallaron los libros. Ella mostró los
chocolates y las cartas de perdón que él le había enviado durante todo el año,
lo suspendieron del colegio durante tres meses sin derecho a sueldo. Una pena
leve para un hombre que extorsionaba a una subordinada. El doctor murmuró su
venganza. Este es el último año que trabajas
en San Juan de Lurigancho, le dijo a Nancy. Se acabó tu carrera. Ya vas a ver con quien te has emitido.
Ella cree que todos
los directores del distrito eran amigos de ese hombre porque después de meses,
nadie la contrató. Así terminó su breve carrera en la escuela pública, un sistema
corrupto donde los dinosaurios se comen a las jóvenes. Un día, una amiga le
mostró un aviso clasificado. Buscaban profesores para las cárceles. Si en el ministerio
de educación son corruptos, ¿Cómo serán en el de Justicia? Eso pensaba. Igual postuló. Cuatro mil interesados rindieron el examen.
Nancy, la profesora rechazada por el magisterio ocupó el primer lugar.
El tiempo pasó
y los episodios con los directores se volvieron
anécdotas lejanas que Nancy cuenta con
una sonrisa. Tiene 39 años y ahora sus alumnos son hombres sentenciados por secuestro, estafa, violación, y otras hazañas.
Trabaja en la escuela técnica del penal de Aucallama, en Huaral, una provincia a
dos horas de Lima, a donde viaja todos los días. Tiene un esposo, un hijo en la
universidad y sueña con tener un automóvil a gas que le permita regresar a casa
a tiempo para alimentar a su bebe de dieciocho meses. Entre el trabajo y el transporte se le va a mitad de la vida.
Caminamos por los
pasillos del penal rumbo al auditorio donde
me invitaron a dar una charla. Hay cinco mil presos en una cárcel diseñada para
mil. Muchos no llegan a los treinta años. Nancy tiene una teoría:
-Estamos cosechando
lo que sembramos hace veinte años –me dice con frialdad- malos profesores forman
malas personas.
El problema del país para ser tan claro ahora.
Recibimos las primeras lecciones de corrupción en las escuelas.
Marco Avilés/La República
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