miércoles, 30 de julio de 2014

La muerte de Javier Heraud


Ante nosotros se abre un farallón cortado a pico en sus casi diez metros de alto respecto al nivel del río. Los tiros que resuenan detrás de nosotros nos hacen tomar una determinación:
-¡Javier, hay una raíz  ahí!, parece fuerte…debe tener unos seis metros… el resto  lo hacemos  deslizándonos…si me aguanta a mí te aguanta a ti. Sudorosos y arañados estamos en la orilla misma del río.
El agua es mansa en la superficie. Por dentro, una fuerza inmensa, me siento parte del movimiento.  Pienso que me he olvidado de nadar cuando del follaje, en lo alto del farallón, aparecen dos tipos que comienzan a disparar  sobre nosotros. Los plomos vibran en el agua y sentimos sobre nuestra piel aquellas ondas violentas. Esto ya no conduce a nada, pienso. Pregunto a Javier:
-¿Nos rendimos?
-Bueno
Es la única solución y comienzo a gritar:
-¡He, no disparen! ¡Nos rendimos!
Pero el río comienza  arrastrarnos, en vano tratamos de nadar hacia el farallón. El río nos arrastra como cien metros…
-Ya no nos rendimos, Javier. Empieza a nadar hacia la otra orilla.
-Tienes razón, Alain, ya no nos dan.
Se reanudó el tiroteo, carajo, las balas pican cerca, hay que redoblar las brazadas. Nos faltan ya como cincuenta  metros, y vemos una canoa cargada de uniformes que se dirigen hacia nosotros. Pero al frente hay dos campesinos que nos observan. Les hacemos señas para que nos traigan una de las chalupas vacías de la orilla. Los campesinos nos hacen caso y se acercan con la canoa. Ya están aquí y nos hacen un sitio. Javier les pide que remen hacia la orilla.
-Esos policías que están viniendo quieren hablar con ustedes –responde uno de los campesinos. El otro, más joven, guarda silencio, asustado. De la bolsa saco la pistola y se la pongo al cuello:
-¡Rema carajo!
En ese instante, otra vez las balas. Me vuelvo disparando. El campesino viejo  salta para quedar agarrado de la proa, suplicante. El otro se dirige nadando hacia el bote de los guardias.
La metralla llueve sobre nosotros. Javier responde desde la popa, a tiros. Súbitamente descubrimos que nos acercamos al puerto…
(Puerto Maldonado, capital del departamento Madre de Dios en el oriente peruano)
El río arrastra  las canoas hacia allí. Desde el muelle el gentío también comienza  a disparar, las balas caen de todas partes, todos nos disparan. La presión es abrumadora. Miro a Javier, tiene los ojos más tristes que nunca,
(Habiendo ido Javier Heraud desde la cómoda capital para integrar una cédula guerrillera en la selva  para luchar por el pueblo, ahora el mismo pueblo le dispara)
Levanta lentamente su pistola. Se la pone a la altura de la sien.
-¿Que vas a hacer…?, pregunta Alaín.
-¡Matarme!
-¡No...No…!
-¡Así me han enseñado..!
-¡Aquí se muere peleando!
-¡No hay nada  que hacer, Alain; mira, la población también…!
-¡Están asustados por la policía! ¿No te das cuenta? No podemos contestarles  a esos mierdas, pero eso no nos obliga a matarnos…están engañados… además tienen mala puntería…
-¿Que hacemos?
-¡Saca unas naranjas!
Javier me entrega unas naranjas y comenzamos a pelarlas, las balas de la gente que dispara desde la orilla pasan cerca, lejos, lejos, lejos…
-¡Tienes razón Alain, son uno huevones!, Javier ha recobrado su sonrisa. Aprovecho para preguntarle:
-¿Nos rendimos?
-¡Tú ve…!
Le replico que estamos jodidos al observar una lancha a motor que sale del puerto cargado de uniformes. Hay sol sobre todo el horizonte. Comienzo a gritar  a la lancha que se acerca:
-¡No disparen…!
La lancha a motor pasa por detrás de la canoa de los guardias, hace una media luna frente a nosotros y lanzan andanadas de disparos.
-¡Nos quieren liquidar!
Respondemos el fuego, al tiempo que  del puerto sale otra canoa con un nuevo grupo. Estamos, ahora, entre dos fuegos y la distancia hace que nuestros tiros  sean imprecisos. Ellos nos disparan con metralletas y fusiles. La suerte está echada y de repente un silbido.
 Siento como un golpe en el cuello pero a la vez en todo el cuerpo, se me cae el brazo izquierdo…
 Debe ser el dolor lo que me anula la voluntad.. .ya no quiero nada y me resbalo lentamente hasta el fondo de la canoa. Con lo último de mis fuerzas trato de ubicar la dirección desde donde me han dado… la última canoa… alcanzo a gritar:
-¡Me han dado Javier…!
Sin perder los nervios, me responde:
-¿Te duele mucho?
-¡Si, agáchate, te van a dar…! Se me enreda el pensamiento, pienso que me estoy muriendo, pero otra vez, al tocar mi brazo, siento que estoy vivo. Me reincorporo disparando. He vaciado hasta la última cacerina y contemplo que Javier recarga su arma. Yo no puedo cargar la mía, me he dado cuenta de que mi brazo izquierdo está colgando...
- ¡Carajo me volvieron a dar!
Esta vez es la clavícula izquierda. El impacto casi me ha tumbado Nuevamente siento un calambre, adormecimiento y dolor insoportable. Siento un dolor  que me va desde la raíz de los pelos hasta las uña de los pies. Ya va a pasar, me digo, ya va a pasar…
-¡Javier… busca una camiseta… amárrala al palo y levántala…!
Javier hacer caso de mis palabras, agita el palo con la camiseta atada, pero los disparos siguen furiosos.
-¡Deja no mas, Javier… deja… nos quieren matar…!
Y justo allí, Javier lanza una exclamación, le deben haber dado en la clavícula derecha, se sujeta el hombro, le grito que se acueste. Lo hace
A nuestro alrededor la tensión sigue en aumento , suenan disparos por todas partes, siento que la cabeza me estalla.. De pronto Javier se vuelve a incorporar, levantando  la bandera blanca.. Da un grito.
Le han dado por la espalda. Tiene un boquete a la altura del estómago, escucho que me dice:
- ¡Me duele mucho... Me duele…!
-¡Aguanta… aguanta, Javier... ya va a pasar…!
-Me estoy muriendo… me estoy muriendo... compañero...Al…!
Pienso que está desmayado por el dolor. Guarda silencio, igual que cuando en las miradas que habíamos cruzado  quisimos decirnos mutuamente que si alguno de los dos vivía, dijera la familia que los habíamos querido mucho. No nos atrevimos a pedírnoslo en voz alta. Siento que no  puedo más, miro el sol, su luz… la última luz…el sol…

 
Del libro Piensan que estamos muertos de Alaín Elias Caso, compañero de Javier que sobrevivió y el periodista Jorge Salazar, año de edición 1976, Mosca Azul Editores.

Javier Heraud era un joven poeta peruano que predijo su muerte en un poema:

Yo no me río de la muerte.

Sucede simplemente,

Que no tengo miedo de morir

Entre pájaros y árboles.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario