domingo, 6 de julio de 2014

Terminal de bus


A veces, en las noches, cuando era soltero y no podía dormir salía a la calle sin que nadie se enterara en casa. Dos o tres de la madrugada  iba a  los terminales terrestres, aquellos que están entre la avenida 28 y Paseo de la República, y me entretenía ver desde los asientos de la sala de espera  con una taza de café caliente en manos  mirando a la gente que  afanosa se  embarcaba  y trataba enganchar  la emoción de los adioses, intuir los recados y mi corazón se contagiaba  con los agites de  manos despidiéndose.
No faltaba  alguien  llegara tarde  y   forzosamente  tenía que espera un par de horas para abordar el bus siguiente.

Entonces, al chocar nuestras miradas sobre todo si era una fémina  levantaba mi taza y le sonreía  y porfiaba  la conversación que exigía para ahogar  las dos horas.
Luego, como si nos conociéramos mucho tiempo nos sincerábamos en la versa y  nos despedíamos como si fuéramos parientes prometiéndonos re encontrarnos al regreso, incluso, de por medio, compartíamos direcciones  y teléfonos.

Entonces volvía a casa antes que rayara la mañana cuando  el cinabrio  del cielo jaloneaba a su lado y la aurora para otro, llevando la bolsa de pan para distraer, por si acaso hubiera una pregunta impertinente.
Antes era joven y podía ligarme un enganche...

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