sábado, 5 de julio de 2014

Pegando afiches


Estábamos pegando afiches por un candidato para la alcaldía de San Juan de Lurigancho. Yo, que postulaba para regidora, un jovencito y el chofer de una camioneta. Estos trabajos solíamos hacerlo de noche, uno, porque nos dedicamos a otras labores en el día, dos, para evitar los encontronazos  con los simpatizantes del bando contrario, y, tres, los locatarios  no quieren que se les peguen afiches en sus casas.
A eso de las dos de la madrugada, cuando ya íbamos a terminar llegamos a una casa de adobe un poco solitaria en la avenida Huáscar. La larga avenida estaba vacía.

Despacito, no hagas ruido, le dije al jovencito. En eso, cuando estábamos pegando el afiche se abrió la puerta de esa casa con un chirrido estremecedor y salió un perro negro, negro como el de la película El Exorcista, y no nos ladra,  solo se sienta  en sus ancas y nos mira lo que hacemos. Nos asustamos y a pie puntillas nos retiramos y subimos a la camioneta, unos metros adelante. Cuando subimos, vimos por el parabrisas posterior a una persona aparecer por la bocacalle, luego al acercarse más le vimos que dos perros idénticos al que habíamos visto les acompañaba. La camioneta siguió detenida al borde opuesto a la casa. Conforme se iba acercando vimos  que era una mujer de tez blanca, cabellos largos y frondosa ropa negra, y, vimos, al menos yo lo aprecie así: la mujer volaba, no pisaba el piso. Perplejos, mudos y muertos de miedo estábamos nosotros los tres y vimos, luego, como el perro que nos miraba salió de la casa que citamos y se unió al cortejo, y pasaron por nuestro lado sin mirarnos y siguieron caminando avenida abajo mientras los  otros perros de la vecindad aullaban y ladraban, luego torcieron por un calle para dirigirse al cerro donde  hay un cementerio.
Esa  vez fue la última noche  que salí a pegar afiches.

(trasmisión radial)

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