He dicho: no hay vida
después de muerto y, hoy, a pesar de mis
sesenta y picos y estar más cerca al límite lo mantengo. Pero saber esto ¿me
satisface? No. Quisiera creer lo contrario, al menos, esperanzado en la resurrección
estaría matizado estos últimos años de vivos colores. Sin
embargo, todo lo que hice, tirado por la borda, al mar de las tinieblas por no creer en la
vida después de muerto. Ya no tengo ilusiones, anhelos, sueños. Siempre dije lo que vale en la persona es el
significado que se da a la vida ¿Qué he dado yo? Nada.
Mi padre muerto hace casi
dos años, asiduo le he visitado en el
cementerio, pienso, ni siquiera tendré consuelo de un buen entierro. Pregunto: ¿Mi
mujer y mis hijos me visitaran como hago a mi padre? Sin duda que no. A lo sumo, con fastidio, me llevaran al
camposanto para dejarme y volverán pronto a ver su programa de televisión.
Por lo menos, cuando la parca venga no entraré en pavor -eso
supongo- No querré un minuto más porque nada tengo que hacer en él. Me iré lo más rápido, sin resistencia,
y si el diablo no quiere llevarme aun porque soy partido ganado, y si aun puedo colgarme de la
ventana del tercer piso, lo veré como una opción.
Nadie ha regresado del más allá. Por supuesto es un cuento del orinoco- la
resurrección de Jesús- que usted no
conoce ni yo tampoco.
Los que han regresado de una muerte clínica y cuentan que han estado allá: es una
luz, toma forma, se personifica y se
transforma –dios-en un ser, un ser de luz, es una fantasía de la mente.
¿Contento por lo que escribo? Tampoco.
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