Estaba dentro de un mercado de La Victoria por la tercera puerta entrando por el jirón Unanue.
Ingresando no más, está la sección de
venta de animales vivos para consumo humano: conejos, patos, gallinas, cuyes, cabritos, pavos, lechones… que están en jaulas superpuestas en varios niveles. El
olor cargado a guano y el polvillo a pelusa que emana de los
animales se siente de inmediato. Conocía
ese lugar porque tenía mi tienda que estaba saliendo ese mercado y era, costumbre, previo a la
fiesta de navidad, acudir con mi
madre o mi hermana a comprar el pavo
para la noche buena. Pero en general, para cualquier actividad como bautizo , cumpleaños o cualquier festividad la gente acudía y acude a esa plaza para aprovisionar y preparar el almuerzo o la
cena especial. Compraban el animal vivo y lo mandaban , ahí mismo, en los
puestos aledaños a degollar, limpiar y trozar.
Estaba con la
señora Mariza a cuyo hijo le había dado
trabajo cuando tenia mi tienda pero ahora que no tenia y necesita emplearme en
algo sabiendo la doña mi necesidad me
había llevado ahí para recomendarme a su compadre, el señor Mayorga . Cuando me
presentaron a este señor estaba sentado con
un policía moreno en una mesa tomando una gaseosa helada por el calor . Nos
acomodamos la señora y yo junto a ellos y compartimos un momento una charla picara
y chabacana como se suele dar en los
mercados de abastos . Mientras la
comadre ponía en autos a su pariente, yo
miraba a uno de los empleados de Mayorga que sacaba la gallina elegida
por un cliente, le daba un golpe en la
cabeza privándolo, le daba un tajo con una navaja y lo metía en un cono de latón para que se desangrara
sobre una palangana.
Entonces Mayorga me dice: ¡Oye mano, limpia las jaulas que están vacías! Obedezco porque en realidad estoy necesitado
de trabajo. Y en cuclillas, dándole la
espalda abro la jaula inferior y con una escoba pequeñas voy limpiando. En
eso, escucho una voz fuerte y conocida en la mesa dirigida a la dueña del puesto o
stand:
¡Dos cervezas, seño, como el sábado! ¡Heladitas!
Era uno de mis hijos. No me ha visto, felizmente. Estaba
agachado y dándole la espalda, recogí la mirada
bajando mi cabeza lo más que pudiera. No quería que
viera a su padre limpiando un corral. La
señora Mariza no le conocía ni nadie.
El policía le recrimina gritando: ¡Estos muchachos de
ahora son irrespetuosos!¡Gritan en la oreja de uno!
Mi hijo no se
queda callado dice: ¡Yo soy (dice su apellido que es el mío)!
¡Esa es mi voz! Lo dice creído, con arrogancia. No está borracho sino un poco chispeado
Tenia dos botellas vacías en la mano.
¡Fíjate con quien estas hablando! Dice el moreno policía
y mi hijo, verraco, contesta:
- ¡Eres un pobre
infeliz, cachaquito de mierda!
El policía se
para ágilmente y ,a la vez, con el brazo le da un golpe en el plexo a mi hijo
que lo tumba al piso saltando las botellas al aire. Y sin esperar que se
levante se encarama sobre él dándole puñetazos
Todo sucede intempestivamente,
en segundos. La gente se arremolina y yo
le digo a Mariza que le grite al policía
que es mi hijo Ella me dice Dile tú. Yo
me acerco para tomarle del cuello al moreno y separarlo pero otro policía me detiene. Es su
compañero que aguardaba, con otros, en la patrulla en la puerta del mercado y
ante el barullo han acudido en su auxilio. Otros dos policías terminan dándole de alma con el garrote en la espalda, en la cabeza a mi hijo que queda exánime…
En otra escena de este horrible sueño, Zeli, veo a mi hijo botado sobre el terraplén de un
rio, sin camisa, macilento y frio. No hay nadie más, solo yo y él. Ya no
es verano es un paisaje triste como Transilvania.
Me despierto y es tan sobrecogedor este sueño que me
sale las lágrimas rogando que aligere mi hijo su forma de proceder porque el es
así, un poco violento.
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