Fácil deducir porque no inclinaba
a los libros, específicamente, libros de literatura, porque familia y vecindad no
tenían contacto con ella.
No sabían, la realidad exagera
en demasía a la fantasía y es pedernal que saca chispa de la piedra sílex, del
que se nutre la literatura. Que la vida nos muestra una historia más chocante
que la mejor invención, ejemplo: Llega un niño del colegio y encuentra a su
padre pegando a su madre, toma una guitarra de juguete, como arma, y empieza a
defenderla, y ello se puede escribir.
O, también podemos encontrar
la realidad por los caminos de la fantasía, como hice en el anterior poemario Lugares
Inn.
No sabían que escribir es una
armadura exógena que a uno le mantiene en pie. Que es un evasor de la realidad
y evita pensar en malos momentos. Que es la mejor influencia en la vida de una persona.
Mi familia era más pragmático: sea Ud. hijo, médico o ingeniero, me sugerían. En el colegio
cuando estaba por terminar la secundaria se me anidó en la mente que quería ser ingeniero civil. Y desmedraba abogacía,
contador, ser profesor de literatura ni siquiera lo había pensado. Yo quería ser
ingeniero y mis padres lo alentaban.
Porque de niño me gustaba pintar
en la pizarra grandes edificios
con una plazuela minúscula al
pie. Y sus locatarios imprescindibles:
Una iglesia, palacio municipal, colegio, un mercado. Y los estampaba con tizas de colores. Y era tan detallista
para mis cortos años que dibujaba vendedores ambulantes, autos, micros, hasta la
leyenda de las marquesinas de los cines. En una mistura de cuadros que iba
levantado conforme cupiera el fondo-alto
de la pizarra, donde dibujaba un cerro –y mi casa, por supuesto-. No imaginaba
ciudad sin un cerro. En lo alto del cerro una cruz y una bandera, siendo está
más alta que la otra. Era reiterativo esos dibujos de pizarrón que se quedó
grabado en mi mollera, ser ingeniero, ser ingeniero …
Tal vez no
estaba en mis caletres o era mucho lo que pedía, o no sabía dónde me metía, porque
en mi aula, 5°F, hice un censo encubierto con cincuenta compañeros: 40 postularían
a ser policías , abogados o profesores. Diez no sabían o no opinaban. Nadie
quería ser ingeniero. Hasta los mejores querían ser policías. Yo estaba entre
los cinco mejores del aula. Diociocho años tenía
y vivía
con la idea de la inocencia es decir sin ninguna idea (Camus). Desnortado
Dejando de lado la familia,
tampoco había un vecino que en su casa tuviera un piano o una biblioteca o acostumbrara en su tendal leer poesía, o escribir con el
espíritu en su letra.
No naciendo
esa devoción en mí o en un agente cercano no podía perforar mis
oídos el destino, pero esa orfandad, hoy, me hace monologar lo que hubiese querido ser, al menos:
Hubiese querido crecer en una
imprenta
entre bidones de tinta
trasegar el olor a mis venas
Cambiar los entintadores
Vaciar la tinta en la
pantalla,
Extenderla con la racleta
Humedecer los rodillos
mojadores
Cambiar los tipos movibles
Ajustar el tornillo de la
prensa
Y cuando me mandaran al
almacén
cubrirme en los enormes
pliegos de papel
Hubiese abierto mis ojos en
esa ballena de hierro
O ser corrector de galeras para
saber cómo,
Los libros de Goethe, Vallejo,
Neruda, nacieron
Hubiese querido así crecer…
Qué, vendiendo fruta
O llevando la tetera llena de quaker
que mi madre vendía a los
ambulantes
O, más luego, yo, vender bacinicas de plástico
*
Recién pasado los veinte años,
veintitrés, creo, Las penas del joven Werther, novela de Johann Wolfgang von
Goethe me llamó a la lectura.
_
autor jrosual
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