miércoles, 5 de febrero de 2020

POEMARIO LAS PALABRAS



Fácil deducir porque no inclinaba a los libros, específicamente, libros de literatura, porque familia y vecindad no tenían contacto con ella.
No sabían, la realidad exagera en demasía a la fantasía y es pedernal que saca chispa de la piedra sílex, del que se nutre la literatura. Que la vida nos muestra una historia más chocante que la mejor invención, ejemplo: Llega un niño del colegio y encuentra a su padre pegando a su madre, toma una guitarra de juguete, como arma, y empieza a defenderla, y ello se puede escribir.

O, también podemos encontrar la realidad por los caminos de la fantasía, como hice en el anterior poemario Lugares Inn.

No sabían que escribir es una armadura exógena que a uno le mantiene en pie. Que es un evasor de la realidad y evita pensar en malos momentos. Que es  la mejor influencia en la vida de una persona.

Mi familia era  más pragmático: sea Ud. hijo,  médico o ingeniero, me sugerían. En el colegio cuando estaba por terminar la secundaria se me anidó en la mente  que quería ser ingeniero civil. Y desmedraba abogacía, contador, ser profesor de literatura ni siquiera lo había pensado. Yo quería ser ingeniero y mis padres lo alentaban.
Porque de niño me gustaba pintar en la pizarra grandes edificios
con una plazuela minúscula al pie. Y sus locatarios imprescindibles:
Una iglesia,  palacio municipal,  colegio, un mercado. Y los estampaba  con tizas de colores. Y era tan detallista para mis cortos años que dibujaba vendedores ambulantes, autos, micros, hasta la leyenda de las marquesinas de los cines. En una mistura de cuadros que iba levantado conforme  cupiera el fondo-alto de la pizarra, donde dibujaba un cerro –y mi casa, por supuesto-. No imaginaba ciudad sin un cerro. En lo alto del cerro una cruz y una bandera, siendo está más alta que la otra. Era reiterativo esos dibujos de pizarrón que se quedó grabado en mi mollera, ser ingeniero, ser ingeniero …

Tal vez no estaba en mis caletres o era mucho lo que pedía, o no sabía dónde me metía, porque en mi aula, 5°F, hice un censo encubierto con cincuenta compañeros: 40 postularían a ser policías , abogados o profesores. Diez no sabían o no opinaban. Nadie quería ser ingeniero. Hasta los mejores querían ser policías. Yo estaba entre los cinco mejores del aula.  Diociocho años tenía y  vivía con la idea de la inocencia es decir sin ninguna idea (Camus). Desnortado
Dejando de lado la familia, tampoco había un vecino que en su casa tuviera un piano o una biblioteca o acostumbrara  en su tendal leer poesía, o escribir con el espíritu en su letra.
 No  naciendo esa devoción en mí o en un agente cercano no podía perforar mis oídos el destino,  pero esa orfandad, hoy, me hace monologar  lo que hubiese querido ser, al menos:

Hubiese querido crecer en una imprenta
entre bidones de tinta
trasegar el olor a mis venas
Cambiar los entintadores
Vaciar la tinta en la pantalla,
Extenderla con la racleta
Humedecer los rodillos mojadores
Cambiar los tipos movibles
Ajustar el tornillo de la prensa
Y cuando me mandaran al almacén
cubrirme en los enormes pliegos de papel

Hubiese abierto mis ojos en esa ballena de hierro
O ser corrector de galeras para saber cómo,
Los libros de Goethe, Vallejo, Neruda, nacieron

Hubiese querido así crecer…

Qué,  vendiendo fruta
O llevando la tetera llena de quaker
que mi madre vendía a los ambulantes
O, más luego, yo,  vender  bacinicas de plástico

*

Recién pasado los veinte años, veintitrés, creo, Las penas del joven Werther, novela de Johann Wolfgang von Goethe me llamó a la lectura.

_
autor jrosual

No hay comentarios:

Publicar un comentario