EL DOLOR Y LA CARESTÍA EN EL ESCRITOR
-¿El dolor es necesario para
la creación literaria?-preguntaron a José Donoso.
- Es necesario para seguir respirando. Si no hay conciencia del dolor
todo es plano, unidimensional, terrible. Yo encuentro que no debe haber hombre
sin injusticia, sin embargo, creo que el dolor, por lo menos, a nivel personal,
no puede dejar de existir. Soy partidario del dolor de la gente que crece desde
él.
Pero ese dolor no debe cundir en el ánimo del
escritor, tampoco ser indiferente. Dar un término medio que le dé la
experiencia para manejarlo. A través de su
arte lo que busca es despertar en otros loables sentimientos, buscar
solidaridad a problemas coyunturales, es
la misión del escritor: el verso
comprometido.
El verdadero dolor, breve, te
quita las palabras pero luego te empuja a un largo peaje literario, cruzar un
río de tiempo, como si una bola de cemento fresco te dijera internamente:
Diseña una escalera, constrúyelo y te pregunta ¿qué ves a través de ella?, y te
conmina: ¡escríbelo!
Escribir no tanto desde el
dolor sino desde el recuerdo del dolor (uno no quiere estar en la época del
terrorismo en el Perú sino cómo recuerda de él)
Miguel de Unamuno hablo de la
agonía como del motor del ser humano, en particular, y de los pueblos en
general.
Pero dado que al escritor poco le importa lo que no es
intrínseco a su trabajo, solo quiere escribir, muchas veces se aprovechan de su
nobleza los editorialistas, los
intermediarios.
Conviene agregar que la pobreza, la necesidad del
escritor no es de ahora, como lo señala el artículo de Patricio Pron*
«Una
visión romántica de la práctica literaria en no menor medida alimentada por la
idea cristiana de que “la pobreza y la mortificación de la carne permitían
comulgar con el Espíritu Santo o con la musa”, como recuerda Alberto Manguel,
han contribuido decisivamente a la popularización de la figura del escritor
pobre …. Por ejemplo en la
correspondencia de los escritores. “Mándeme usted algo para evitar que me muera
mucho de hambre”, escribió Paul Verlaine a su editor en cierta ocasión.
Juzgando muy baja
la asignación que le enviaba su padre, un joven Stendhal amenazó, por su parte:
“Me veré obligado a contraer deudas.” Christian Dietrich Grabbe admitió:
“Muchos han descrito mi trabajo como ‘genial’, pero yo sé que del genio solo
tengo un rasgo: el hambre.”
James Joyce se
quejaba en 1906 en una carta a su hermano Stanislaus de lo mucho que comía
Nora, su mujer, al tiempo que le pedía dinero. Leopoldo Alas “Clarín”
solicitaba “sesenta duros” a su editor porque (reconocía) era un jugador de
billar “muy malo” y había acumulado deudas. Ramón María del Valle-Inclán le
escribió a Torcuato Ulloa: “Me convendrían mucho ahora algunas pesetas, para
poder comprarme el brazo. La Asociación de la Prensa me da para ello quinientas
pesetas, pero el brazo, si ha de serme de alguna utilidad, me costará mil. Eso
sí, será una cosa magnífica.” La correspondencia de Else Lasker-Schüler, la de
Thomas Bernhard y la de Francis Scott Fitzgerald tienen una naturaleza casi
exclusivamente económica; los tres desastrosos intentos de este último de
instalarse en Hollywood, que tanto contribuyeron a su final, estuvieron
motivados por una necesidad acuciante de dinero de la que eran responsables no
solo sus elevados gastos personales sino también los de los colegios para su
hija Scottie y los hospitales psiquiátricos para Zelda, su esposa
«… Mientras
escribía El capital, Karl Marx pasaba días sin abandonar su vivienda porque su
esposa había tenido que empeñar su ropa para comprar comida. Johann Wolfgang
von Goethe decidió tomar sus asuntos económicos en sus manos para no ser
explotado, como también hicieron, entre otros, Vicente Blasco Ibáñez
(posiblemente el primer autor de la literatura en español que fue también su propio
agente) y el argentino Rodolfo Fogwill. “En cuatro semanas voy a estar
completa, totalmente muerto [si no envía dinero]”, avisó Joseph Roth a Stefan
Zweig desde su exilio parisino; se sumaba así a una larga lista de escritores
urgidos de dinero entre cuyos integrantes se cuentan Heinrich Heine, Georg
Trakl, Charles Baudelaire, Rainer Maria Rilke, Robert Musil, Fiódor
Dostoyevski, Edgar Allan Poe, Anna Seghers, August Strindberg, José Donoso,
Léon Bloy, César Vallejo y Robert Walser. “No tengo nada. Debo mucho. El resto
se lo dejo a los pobres”, escribió François Rabelais en su testamento.
«…Alberto Manguel
cuenta la siguiente historia: “Cuando cierto editor francés muy conocido oyó
decir que Balzac era una joven promesa de las letras, decidió ofrecerle dos mil
francos por la siguiente novela que escribiese. Así pues, buscó sus señas y
descubrió que residía en un barrio parisiense digamos que venido a menos; en
vista de que su presa no era lo que se dice un hombre acaudalado, decidió
reducir la oferta a mil francos. Pero al llegar allí comprobó que Balzac vivía
en el ático, en un vulgar chambre de bonne (cuarto de servicio), así que
decidió rebajar de nuevo la cantidad y ofrecerle solo quinientos francos. Por
último, cuando llamó a la puerta y entró en la modesta vivienda, viendo que
Balzac estaba tomando por toda comida un trozo de pan y un vaso de agua, el
editor abrió los brazos de par en par y exclamó: ‘¡Señor Balzac, soy su más
ferviente admirador y me gustaría ofrecerle por su próximo libro la bonita suma
de doscientos francos!’.»
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* en www.letraslibres.com:
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