lunes, 24 de febrero de 2020

LAS PALABRAS


  EL DOLOR Y LA CARESTÍA EN EL ESCRITOR
  
-¿El dolor es necesario para la creación literaria?-preguntaron a José Donoso.
- Es necesario para seguir respirando. Si no hay conciencia del dolor todo es plano, unidimensional, terrible. Yo encuentro que no debe haber hombre sin injusticia, sin embargo, creo que el dolor, por lo menos, a nivel personal, no puede dejar de existir. Soy partidario del dolor de la gente que crece desde él.

Pero ese dolor no debe cundir en el ánimo del escritor, tampoco ser indiferente. Dar un término medio que le dé la experiencia para manejarlo.  A través de su arte lo que busca es despertar en otros loables sentimientos, buscar solidaridad  a problemas coyunturales, es la misión del escritor: el verso comprometido.

El verdadero dolor, breve, te quita las palabras pero luego te empuja a un largo peaje literario, cruzar un río de tiempo, como si una bola de cemento fresco te dijera internamente: Diseña una escalera, constrúyelo y te pregunta ¿qué ves a través de ella?, y te conmina: ¡escríbelo!   

Escribir no tanto desde el dolor sino desde el recuerdo del dolor (uno no quiere estar en la época del terrorismo en el Perú sino cómo recuerda de él)
Miguel de Unamuno hablo de la agonía como del motor del ser humano, en particular, y de los pueblos en general.

Pero dado que  al escritor poco le importa lo que no es intrínseco a su trabajo, solo quiere escribir, muchas veces se aprovechan de su nobleza  los editorialistas, los intermediarios.

Conviene agregar que la pobreza, la necesidad del escritor no es de ahora, como lo señala el artículo de Patricio Pron*          

«Una visión romántica de la práctica literaria en no menor medida alimentada por la idea cristiana de que “la pobreza y la mortificación de la carne permitían comulgar con el Espíritu Santo o con la musa”, como recuerda Alberto Manguel, han contribuido decisivamente a la popularización de la figura del escritor pobre  …. Por ejemplo en la correspondencia de los escritores. “Mándeme usted algo para evitar que me muera mucho de hambre”, escribió Paul Verlaine a su editor en cierta ocasión.
Juzgando muy baja la asignación que le enviaba su padre, un joven Stendhal amenazó, por su parte: “Me veré obligado a contraer deudas.” Christian Dietrich Grabbe admitió: “Muchos han descrito mi trabajo como ‘genial’, pero yo sé que del genio solo tengo un rasgo: el hambre.”
James Joyce se quejaba en 1906 en una carta a su hermano Stanislaus de lo mucho que comía Nora, su mujer, al tiempo que le pedía dinero. Leopoldo Alas “Clarín” solicitaba “sesenta duros” a su editor porque (reconocía) era un jugador de billar “muy malo” y había acumulado deudas. Ramón María del Valle-Inclán le escribió a Torcuato Ulloa: “Me convendrían mucho ahora algunas pesetas, para poder comprarme el brazo. La Asociación de la Prensa me da para ello quinientas pesetas, pero el brazo, si ha de serme de alguna utilidad, me costará mil. Eso sí, será una cosa magnífica.” La correspondencia de Else Lasker-Schüler, la de Thomas Bernhard y la de Francis Scott Fitzgerald tienen una naturaleza casi exclusivamente económica; los tres desastrosos intentos de este último de instalarse en Hollywood, que tanto contribuyeron a su final, estuvieron motivados por una necesidad acuciante de dinero de la que eran responsables no solo sus elevados gastos personales sino también los de los colegios para su hija Scottie y los hospitales psiquiátricos para Zelda, su esposa
«… Mientras escribía El capital, Karl Marx pasaba días sin abandonar su vivienda porque su esposa había tenido que empeñar su ropa para comprar comida. Johann Wolfgang von Goethe decidió tomar sus asuntos económicos en sus manos para no ser explotado, como también hicieron, entre otros, Vicente Blasco Ibáñez (posiblemente el primer autor de la literatura en español que fue también su propio agente) y el argentino Rodolfo Fogwill. “En cuatro semanas voy a estar completa, totalmente muerto [si no envía dinero]”, avisó Joseph Roth a Stefan Zweig desde su exilio parisino; se sumaba así a una larga lista de escritores urgidos de dinero entre cuyos integrantes se cuentan Heinrich Heine, Georg Trakl, Charles Baudelaire, Rainer Maria Rilke, Robert Musil, Fiódor Dostoyevski, Edgar Allan Poe, Anna Seghers, August Strindberg, José Donoso, Léon Bloy, César Vallejo y Robert Walser. “No tengo nada. Debo mucho. El resto se lo dejo a los pobres”, escribió François Rabelais en su testamento.

«…Alberto Manguel cuenta la siguiente historia: “Cuando cierto editor francés muy conocido oyó decir que Balzac era una joven promesa de las letras, decidió ofrecerle dos mil francos por la siguiente novela que escribiese. Así pues, buscó sus señas y descubrió que residía en un barrio parisiense digamos que venido a menos; en vista de que su presa no era lo que se dice un hombre acaudalado, decidió reducir la oferta a mil francos. Pero al llegar allí comprobó que Balzac vivía en el ático, en un vulgar chambre de bonne (cuarto de servicio), así que decidió rebajar de nuevo la cantidad y ofrecerle solo quinientos francos. Por último, cuando llamó a la puerta y entró en la modesta vivienda, viendo que Balzac estaba tomando por toda comida un trozo de pan y un vaso de agua, el editor abrió los brazos de par en par y exclamó: ‘¡Señor Balzac, soy su más ferviente admirador y me gustaría ofrecerle por su próximo libro la bonita suma de doscientos francos!’.»
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* en www.letraslibres.com:



jrosual

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