Era el año 400 a.C.
aproximadamente y en la antigua Grecia Sócrates dialogaba con sus discípulos.
El joven Glaucón cuenta entonces la historia del anillo de Giges: Giges es un
humilde pastor que un día encuentra en el fondo de un profundo pozo un cadáver
sin más prendas que un anillo de oro. El pastor decide llevárselo y poco
después, mientras jugaba a girarlo en uno de sus dedos, descubre que este le
podía dar el poder de la invisibilidad. Tan pronto se entera de ello, Giges
concibe un plan malvado para ingresar al palacio real, seducir a la reina,
matar al monarca y usurpar la corona. Y no solo lo concibe, lo ejecuta. La
tesis de Glaucón es que todos los seres humanos somos Giges, corruptos por
naturaleza, y que lo único que pone freno a nuestros apetitos es el temor a ser
descubiertos y, por tanto, a ser castigados. La historia la recoge Platón en su
obra La república.
La historia
no termina ahí. Según narra luego Platón, con un poco más de fe en la
humanidad, Sócrates refuta a Glaucón y sostiene que la vida es mucho mejor si
es vivida de manera cooperativa, si buscamos el bien común y practicamos la
honestidad. Pero lo más importante: no solo afirma que es más beneficioso vivir
sin hacernos trampa los unos a los otros, sino que es posible que los seres
humanos tengan esa conducta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario