Diego Villarán al regresar con las tablas encima del
carro se encontraba con los muchachos del barrio que le decían: Diego, vamos a correr.
Se subían y entraban como podían al carro hasta llegar a la playa de Chorrillos.
Este plan de patas se hizo rutinario y Diego era feliz mientras sucedía. Aquel
era un grato momento para todos.
La realidad era
otra. Varios de esos muchachos habían estado en la cárcel de menores, cuando
salieron, deambulaban por las calles sin
ninguna perspectiva de qué hacer con sus vidas. Verlos así, y vivir esa
realidad tan de cerca hizo que Diego
decidiera utilizar el deporte de las tablas, surfeando, para darles un nueva ventana
al mundo...
Así que concibió un nuevo proyecto: dar clases de surf
para jóvenes del barrio Alto Perú Zona Surf.
(Su anterior trabajo era arreglar tablas
de surf de jóvenes de barrios pudientes) Pero había un problema, las tablas de
surfear cuestan mucho y los vecinos de Alto Perú eran pobres.
Entonces Diego se unió con su otro vecino Carlos para
hacer tablas de surfear con botellas de plástico.Las botellas era fácil conseguirlas, lo que más abunda son botellas descartable de gaseosas, necesitaban las de 2.5 litros. Carlos vio videos en youtube para captar y aprender el proceso al pie de la letra. Primero, se pone hielo seco dentro de las botellas para mantenerlas firme y compactas, de modo que no se aplasten con el peso. Luego, se corta la parte de arriba de la botella donde está la tapita, y se unen con pegamento. En el siguiente paso se hace cinco filas de botellas y, al final, se acoplan formando una tabla. Por debajo instalaban unos tubos de cañería y una quilla. Por encima, un plástico que sirve de apoyo, un brochazo de parafina y quedaba listo en menos de un día. Se necesitaban 51 botellas de 2.5 litros para una tabla.
Lo han probado y ha pasado la prueba de resistir la bravura del mar.
Está claro que el océano puede dar goces a todos sin
importa la edad, la raza ni la condición social.
(Noticia periodística)
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