sábado, 29 de marzo de 2014

Gas sarín


< La segunda vez que sacaron a los extranjeros del calabozo, de nuevo, fue un evento mayor. Pasado un rato, Contreras llegó al cuartel junto a Michael Townley en un automóvil. El estaba haciendo aseo en las oficinas en ese momento y vio pasar a dos agentes con los dos detenidos esposados y vendados desde los calabozos hasta el muro exterior del pabellón de solteros donde vivía él.
< Nuevamente el grupo era numeroso pero esta vez se quedaron al aire libre, en pleno día. Era al parecer una prueba de nuevos adelantos. Morales, Barriga, Lawrence y varios más llegaron de todos lados del cuartel. Llamados a presenciar la novedad. Y varía mujeres, entre ellas Gladys  Calderón, la enfermera.
< Michael Townley se puso un casco parecido a los de los astronautas, y unas antiparras y de un banano saco un tubito con sistema de spray. Se acerca a  los peruanos y se puso al lado de uno, muy cerca de su rostro, escuchando su respiración, intento no hacer el menor ruido, oía su inhalación y exhalación,
< Cuando el peruano inhaló, Townley apretó el spray sobre su nariz. Nada más. En ese mismo instante, el detenido cayó muerto. Así nomas… en no más de cinco segundos. Un par de saltos y nada más. Se acabó
< El otro debió escuchar la caída de su compañero, o habrá sentido la presencia de la muerte a su lado y se puso inquieto. Empezó a moverse de un lado a otro, asustado. Frenético estaba. Entonces le ordenaron a los agentes Emilio Troncoso y Hernán Díaz Radulovic, el Gitano, tomarlo de los brazos y mantenerlo en el lugar, de pie, firme. Quédate tranquilo, le decían al peruano,  aquí  no pasa nada. De a poco le fue haciendo caso y luego de unos segundos parecía algo más tranquilo. Como cansado, su respiración todavía se agitaba
< Townley se acercó de nuevo y apretó el spray . Le dio al peruano, que murió  en el acto, pero una parte del líquido pulverizado también le llegó a los agentes, sobretodo, al Gitano. Empezó con convulsiones al tiro. Y Calderón, la enfermera, se lo llevó a una oficina. Todos quedaron espantados. Estaban envenenados. Le ordenaron a Jorge Pichunman partir a comprar leche al minimarket. Pero en tres tiempos. Salió en la moto y volvió con la leche. Se la dieron, solo eso, nada más.
Ahí los agentes empezaron a normalizarse pero los dos peruanos se  jodieron debido al gas sarín. Le dejaron el gimnasio para después en la noche empaquetarlo e ir a botarlos.>


(Extraído de Hildebrandt en sus trece Nº182 que recoge del investigador chileno Javier Rebolledo en su libro La Danza de los Cuervos)

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