miércoles, 19 de marzo de 2014

José María Arguedas y Máximo Damián I Parte


Un día se me escaparon los ganados por tocar el violín y se comieron toda la chacra de mis vecinos. Denuncia me han puesto entonces, y mi mamá molesta andaba. Por tu culpa nos van a meter a la cárcel, me decía. Escápate mejor, Máximo, me pidió mi papá. Ándate con tu tío a Lima. Dos días caminamos hasta Puquio y de ahí fuimos en camión hasta Nazca. Era verano. Calor hacía y yo con pantalón de lana y poncho, sudando, sudando he visto el mar por primera vez. Al principio no me gustaba la capital... Extrañaba a mis hermanos, a mi mamá, a mis animalitos, la choza de piedra que me hice para cuidar mi ganado y tocar el violín. Más triste me puse cuando mi tío me dejó en una casa desconocida y se fue. Cómo he llorado, con pena andaba. Felizmente buena gente me tocó mi patrón. Habla, me decía, me gusta como hablas tu quechua. No sabía casi castellano. Su mujer sí que era bien bruja. Me resondraba con rabia porque decía que todo lo hacia mal. Lavaba la ropa en el wáter, hacia pichi en la ducha,¡ que culpa voy a tener si no había visto nunca baño!
Poco a poco conocí a otros paisanos. Con ellos salíamos los domingos a pasear y conocer. Un día caminando por la plaza Bolognesi vi que vendían un violín. Me quedé mirándolo rato largo. A la semana siguiente  me empresté plata para comprarlo y así jugando nomás he sorprendido a mis paisanos. Tocas regular, me dijeron ellos, deberías ira al Coliseo Nacional de El Porvenir, allí en avenida 28 de julio. Practiqué toda la semana hasta tarde.  ¡Qué música tan rara!, dijo mi patrona. Tú nunca vas  a saber como se toca el violín en mi tierra. El domingo siguiente me fui al coliseo, me puse en la cola de los artistas y esperé. Así nervioso me presenté pero me ha recibido bien la gente.
Cuando terminé se me acercó un señor y me pidió mi dirección. Al día siguiente, lunes era, se apareció otro señor en la entrada del corralón donde yo vivía. Los chiquillos fueron a llamarme a mi puerta. Te busca un señor blancón y con bigote. ¿Quién será, pues?, dije cuando salí a la calle. El señor me saludó en quechua, ¿Iman sutiki, papay?, le pregunté. Me dijo, me llamo José María Arguedas, y me dedico a la antropología y a escribir libros., ven conmigo, trae tu violín. Vamos, que te  voy a hacer presentación en público. Ese mismo día me llevó a un centro artesanal en el centro de Lima. Desde allí siempre me buscaba para ira fiestas costumbristas. Así, pasando el tiempo, un día me dijo: Desde hoy vamos a ser amigos. De acuerdo, dije, somos como familia. Por eso, buenos amigos hemos sido, bien nos hemos querido.  Hasta he llevado a papá y mamá a su casa cuando nos ha invitado almorzar…
Y nos hicimos amigos. En el ómnibus cuando íbamos para alguna actividad, una vez vi al doctor Arguedas así con tristeza miraba por la ventana. ¿Por qué tan contrariado está?, le pregunté. Te cuento un secreto Máximo. Me he enamorado de una maestra. ¿Y tu señora, no sabe nada? Pero voy a tener que decirle. ¡Pobre Celia! después de lo buena que ha sido y de todo lo que me ha ayudado.  Desde hace un año invento visita de campo y me quedo semanas enteras en el valle del Mantaro. Vilma Ponce se llama, vive cerca de Concepción.¿ Y la quieres? No se bien, pero me siento bien con ella. He vuelto a ser joven y con fuerza  y mi enfermedad nerviosa ha desaparecido. Estoy terminado una nueva novela que había abandonado hace tiempo y ya no sufro insomnio. Luego, sorprendido ha quedado. Creo que voy a ser a papá, anunció de repente. En la cantina de Puquio –habíamos ido ahí de jira- hemos celebrado por su hijo y por su novela Los Ríos Profundos que estaba escribiendo….
Luego, hemos subido hasta mi pueblo de San Diego de Ishua donde mi papá y mi mamá se han sorprendido. ¡Que haces acá con el señor José María! me ha dicho. Acá no hay lujo, ni camas buenas, ni ricos platos, solo hay hospitalidad, le dijo mi madre en quechua cuando le servía un tinke, una buena  sopa de papa y queso. Una noche, antes de regresar a Puquio le dije al señor Arguedas: ¡Vamos a Sapancocha! a hacer bendecir mi violín en la laguna. Hasta allí llegamos. Lo dejé a mi violín durmiendo toda una noche en su orilla para que el espíritu de las aguas le hiciera los sonidos más cristalinos…


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