“Era un día de fiesta cuando mi hermano menor murió de
meningitis. Aquel día, el más amargo de mi vida, el pueblo de San Juan de
Puerto Rico, bailaba y cantaba en las calles, mientras nosotros buscábamos un
carpintero para que confeccione la caja mortuoria.
No teníamos dinero y el carpintero estaba de fiesta.
Entonces fue que mi padre, con mi ayuda, hizo de muebles viejos un cajón de
muerto y metimos en el a nuestro hermanito.
¿Moraleja? Al día siguiente, yo que era un muchacho
libertino juré servir a la causa de Dios para que nunca más haya un muertito que
busca entre risas ajenas su propio catafalco”.
El Hermano Pablo (ya fallecido) cuando respondió a una
pregunta sobre el origen de su vocación cristiana.
Aquí en el Perú tenemos un imitador del hermano Pablo:
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