…
Me acaba
de llamar Paula -estudiante de derecho, hace prácticas en Defensoría del Pueblo
y los fines de semana realiza labores sociales visitando cárceles y asilos-, y
me dice que está dando vueltas por el
centro y que podemos hacer algo.
-Estoy
leyendo –le digo, cortante, y se me escapa un bostezo.
-Deja
un rato el feis y vamos a dar vueltas
-Estoy
leyendo un libro. ¿Me dejas?
Luego
se sincera, abre su corazón (o sus piernas) sin temor
-Solo
quiero estar un rato contigo, nada más
A
eso le llamo honestidad. Respeto tanto a Paula que no me podría enamorar de
ella. Te llamo en 30 minutos, le
aviso y cuelgo.
Estar
un rato, beber un toque, fumar un pucho, dar vueltas. Ocupar el tiempo haciendo
cosas que procuren disiparlo. Matarlo. Hablo del tiempo, siempre del tiempo, el
enemigo que se vuelve un aliado si jugamos a olvidarlo, chispazos de amnesia.
La salvación está en un presente perentorio (Paula) que ahuyente tanto a su
pasado (Micaela) como a su futuro (quizás Inés)
El
problema no es la gente –Paula y sus deseos-, tampoco el tiempo
–todos los libros que me faltan leer-. El
conflicto verdadero es con las palabras. Ya están gastadas, hay que buscar
otras, construir nuevos puentes con frases que sean las cimas que se aproximen
a tus simas. Por dar solo un ejemplo. Siempre me han seducido las palabras que
suenan igual pero se escriben distinto y, claro, no significan lo mismo:
prefiero ser un escritor incipiente, que un ser humano incipiente. Una verdad:
soy más lo segundo que lo primero. Lástima.
…
Entonces,
luego de un mar de incertidumbres y desesperación, decido llamar a Paula para
dar vueltas por el centro, fumar un cigarro o estar juntos en hotel al paso. Ya
perdí a Micaela y no quiero perder a Inés. Por lo tanto, no debo
enamorarme de ella (solo recordar las otras tardes
como
Luís Loayza) Paula me ayudará a no enamorarme, pienso, a ella jamás le
escribiría una carta. Lo se: Paula tampoco se atrevería a escribirme un texto
tan cursi como el de Inés. Es la mujer que necesito para matar el tiempo. Hoy
me sirve. Mañana, no sé.
Quiero
algo nuevo: si me enamoro que sea de una máquina: una computadora o un celular.
Un aparato que nunca me deje porque puedo leer, ver pelicular o escribir
recluido en mi habitación, pues nunca aprendí a estar solo. Y no necesito amor,
sino aprender. Aprender algo que me ayude a enfrentar mi vida. Conocer por fin
a alguien mejor que Micaela.
Orlando
Mazeyra Guillen
No hay comentarios:
Publicar un comentario