La
loca Marina solía escaparse
a
media noche por la ventana
(era
su cuarto pegado a la vereda)
y corría
presurosa las dos cuadras
que
la separaba a la avenida
donde
un auto negro la esperaba
y enlazaba
la noche sabe dios dónde
La
loca Marina era devuelta
una
línea antes del amanecer;
rara
avis del barrio era
En
cuerpo espléndido de diva
encajonaba
macizas piernas
-un
metro ochenta de estatura-,
labios
carnosos mirada traviesa
diferente
al común de las vecinas
La
loca Marina, pienso,
odiaba
el barrio
No
le escuché decir
ni
a su hermano menor
que
era mi compañero de aula
pero
yo lo intuía, además,
se
rumoreaba que iba a Miraflores
o pasaba
las noches en Barranco
La
loca Marina un día se dio de bruces
al
encontrar la ventana enladrillada,
apenas,
un filtro de luz como claraboya
Su
madre, viuda,
aplicaba
inyecciones a la vecindad
pronto
le avisaron las escapadas
que
optó por ello contratar un albañil
La
loca Marina entonces un día
prefirió
despedirse del barrio
franqueó
la puerta y no volvió más.
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