domingo, 1 de febrero de 2015

Los ojos de judas



 El sol se ahogó en sangre en el horizonte (del mar). El barco se divisó perfectamente recortado en el fondo ocre. Sobre el puerto cayó la noche. En silencio emprendimos la vuelta a casa, mientras encendía el faro de la muerte y desfilaba la procesión de las luces.

Así decíamos a un carro lleno de faroles que salía de la capitanía y era conducido sobre el muelle por un marinero, quien a cada cincuenta metros se detenía, colocando sobra cada poste un farol hasta llegar al extremo de muelle extendido y lineal; más, como esta operación se hacia entrada la noche, solo se veían  avanzando sobre el mar, las luces, sin que el hombre ni el carro ni le muelle se viese, lo que daba  a ese fanal un aspecto  extraño y  quimérico en la profunda oscuridad de esas horas.
Parecía aquel carro un buque fantasma que florara sobre las aguas muerta. A cada cincuenta metros se detenía y una luz suspendida por invisible mano iba a colgarse en lo alto de un poste, invisible también. Así, a medida que el carro avanzaba, las luces iban quedando inmóviles en el espacio como estrellas sangrientas: y el fanal iba disminuyendo su brillo y dejando sus luces a los lados del muelle, como una familia cuyos miembros  fueran muriendo sucesivamente de una enfermedad. Por fin, la última luz se quedaba oscilando al viento, muy lejos, sobre el mar que rugía en las profundas   tinieblas de la noche.

Del libro Los ojos de judas y otros cuentos de Abraham Valdelomar (1888-1919)

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