lunes, 23 de febrero de 2015

Panadería sin dueño (en Maine, EEUU)



 La panadería se llama El cuervo negro y, de afuera, parece el escenario de un cuento de brujas. Las paredes rojas sostienen un tejado negro maltrecho. Arbustos rebeldes crecen al lado de la puerta, y dan sombra a una calabaza amarilla y sin ojo...

La puerta de madera vieja está abierta. Hay telarañas en las esquinas y herramienta viejas en el suelo. Una pala con rastro de tierra. Una escalera. Los tablones crujen mientras subes. El aroma de pan recién horneado se hace más fuerte a cada paso. Una habitación. Las paredes negras. Una ventana rota. Un horno en la pared todavía caliente, pero cerrado. Una batidora inmensa y viejísima hace pensar en carretas jaladas por caballo y máquinas a carbón. El lugar está vacío y parece abandonado. Pero hay un mostrador y, sobre el, dos cestas repletas de galletas: unas de avena, la otra de maíz. Sendos cartelitos de cartón indica que cada una cuesta $2.75 pero nadie está ahí para cobrar o para dar cambio.

Un exhibidor de tres filas  cubre la pared, y rebosa de barras de pan fresco, que alguien debió ordenar por tamaños y sabores. Un cartel que indica que cada uno está a $4.75...al lado hay una caja verde de madera verde agua, una ranura abierta a cuchillazo y otro cartel en letra negra Deje el dinero acá Y eso es todo el negocio. Se supone que los panaderos pasan la mañana horneando. Una vez listo los panes y las galletas los ordenan en las cestas y el exhibidor. Abren la puerta al público y entonces se marchan hasta el otro día Nadie atiende nadie vigila No hay alarma ni cámaras de seguridad. La única tecnología es la honestidad. Hay personas en el pueblo que jamás han visto a los panaderos. Los panaderos tampoco saben de sus vecinos.

Marco Avilés




















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