Vivir mucho, leer mucho, escribir
mucho.
El escritor es un gran fingidor, incluso, finge el dolor que no siente.
Los sueños son historias que nos
contamos a nosotros mismos.
Cada persona en su vida debe escribir un libro cuando menos porque sería
la historia de su vida.
Muchas veces es un oficio inútil.
No me explico qué fuerza hay o me incentiva cada mañana a levantarme
con deseos de escribir.
Lo que pasa alrededor de uno
contribuye a lo que estoy escribiendo.
Muchos amigos vienen a mí y me
dicen: Mira, te cuento esto para tu
libro. Y muchas veces ni lo menciono pero a veces estoy sentado, solo, en un café
y veo algo, oigo algo y eso lo escribo.
Escribir es entregar a cada personaje una parte de uno mismo.
Cuando me encuentro con alguien y le pregunto ¿Cómo estás? Y me responde: Bien,
muy bien. Entonces, en silencio digo: ¡Hasta dentro de diez años! Pero
cuando me responde: Más o menos.
Quiere decir que está mal, entonces, hay ahí una historia.
Escribir es recalar en un río
donde un ángel abreva en una orilla y en la otra está un tigre.
Mis personajes son como quién tiene sus hijos, ve por ellos hasta su
mayoría de edad y luego se independizan
y hacen su vida propia.
Las armas del escritor es el dolor, el desconsuelo.
Una vez vino un amigo y me preguntó:
¿Qué me aconseja, maestro, para escribir? Le respondí: Bueno, primero tengo que
preguntarte por tu esposa, si te puede dar
tranquilidad mientras pierdes el tiempo todo el día escribiendo, sino te
aconsejaría que te separes.
(Presentación en la feria de julio: La
piel de un escritor de Alonso Cueto)
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